Temblaba. De pies a cabeza.
El timbre acababa de sonar y sabía que todo podía volver a empezar. O volver a estropearse.
Estaba encerrada en la habitación de Iara, mientras ella les abría la puerta a Mauro y Tomás que, obviamente, no tenían idea de que yo estaba ahí. Yo tampoco tenía idea de que hacía ahí.
Quería arreglar las cosas. No me conformaba con verlo de lejos. Quería hablar. Quería que él me dijera como está. Quería abrazarlo, besarlo. Quería que todo fuese como antes. Como antes de que lo arruinara.
Suspiré.
Soné los dedos de mis manos. Intenté controlar mi corazón pero no había chances: estaba por salir de mi cuerpo.
Puse la mano en el picaporte y lo baje para meterme en personaje. No pasaba nada. Estoy bien. Siempre estuve bien.
La puerta se abrió y sentí todas las miradas sobre mí. Iara me miraba tranquila. Asintió con su cabeza dándome el ok en la situación.
Di dos pasos para salir del cuarto y aproveché unos segundos para ponerme de espaldas y cerrar la puerta. Tome un poco de aire antes de darme vuelta.
–Eu, Vale- Exclamó Mauro cortando con la tensión.–No sabía que estabas acá- Dijo mirándola sin ninguna disimulación a su novia. Ella se encogió de hombros y yo proseguí con nuestro plan.
–Ya me iba- Comenté actuando exageradamente mal.
No podía sacar la vista de los ojos de Tomás. Él me miraba con fuerza. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que me había mirado así. Quizá es una buena señal, pensé.
–Voy a...- Comenzó a hablar y todos lo miramos atento. –Voy a servirme algo para tomar- Finalizó la oración y caminó hasta la cocina, todavía mirándome.
No, no había ninguna buena señal.
–Las voy a matar- Susurró Mauro, desesperado, apenas pudo.
Mi amiga se tapó la cara con sus manos y yo las junté para rogarle.
–Por favor
Él se refregó los ojos y se despeino exasperado. Parecía su padre. Siempre lo había cuidado.
–Diez minutos- Dijo cuando abrió los ojos. Señaló la cocina y mi sonrisa apareció.
Me le tiré encima sin hacer ningún ruido y él me sujetó entre sus brazos con fuerza. Justo lo que necesitaba. Dejó un beso sobre mi pelo antes de empujarme.
Tomé aire por décima vez en el día y, sin pensarlo, entré.
Se dio vuelta de inmediato. Estaba pegado a la mesada, con un vaso de agua entre sus manos, mirando a un punto fijo. Pude escuchar como tragó saliva.
En ese momento supe que nada bueno iba a salir de ahí.