Capítulo 32

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– ¿Podes comer?- Preguntó, ya harto.

Se había comido tres panchos, como una bestia, en diez minutos. Ahora, fumaba un cigarrillo mientras me miraba ardido.

El alcohol estaba provocando en mí un efecto que nunca provocaba. Tenía ganas de llorar. Ganas de abrazarlo. Ganas de decirle que lo quería. Nunca se lo había dicho, ¿o sí? Y el a mí tampoco.

Tragué fuerte para evitar las lágrimas. Habíamos vivido tantas cosas en el último tiempo. Y ahora estábamos así, en modo "amigos", por una estúpida fiesta y un estúpido que no había tenido mejor idea que drogarme.

–Valeria

Su voz me sacó de pensamiento. Lo miré mientras mordía mi labio, aguantándome la angustia.

– ¿Podes comer? Me pediste que te traiga a comer un pancho y ni lo probaste.

Apreté mis ojos y bajé mi miraba. Él se movió en su asiento y se acercó un poco más. No había nadie más en la panchería, pero no tenía ganas de hacer papelones de todas formas.

– ¿Estás llorando?- Preguntó irónico, risueño.

–Sí, ¿Por qué? ¿Qué pasa, ahora no puedo llorar?

–Intentá no hacerlo- Agregó furioso. Abrí mis ojos sorprendida.

–No te cansas de decirme lo que tengo que hacer, ¿no? Bueno, te felicito. Podes decirme que hacer pero no que sentir, y si tengo ganas de llorar voy a llorar porque es lo que quiero hacer- Grité entre lágrimas.

¿Desde cuándo alguien no podía llorar? Estúpido.

–Estás borracha, Valeria- Dijo como por décima vez en la noche.

–Sí, sí- Hice una mueca. –Estoy borracha pero borracha siento lo mismo

Miró para otro lado, aún sentado a mí lado. Jugué con mis pies y las patas de la mesa mientras intentaba calmarme. Tenerlo a él al lado, tan distante, no ayudaba en lo más mínimo.

Pasamos unos minutos en silencio. Estaba casi tranquila, cuando giró para mirarme.

–Bueno, a ver, y ¿por qué lloras?- Preguntó casi gritando.

–Creo que es obvio- Me limité a responder. Continué con mi mirada en el piso.

Lo escuché suspirar por lo bajo.

–Come

–No quiero- Reproché.

–Come así te llevo a tu casa, Valeria

Lo miré levantando una ceja.

–No sos mi papá, Tomás

Se levantó de su silla rápidamente. Tiró su cigarro lejos. Estaba enojado.

–Perfecto,  ¿te vas a comer ese pancho o me lo como yo? Me parece que ya estás grande como para saber que la comida no se tira.

Lo miré desde abajo. No perdía la esencia en ningún momento. Tenía razón. Y no se la iba a dar.

–Lo como yo- Largó casi sin paciencia, mientras lo agarraba de la mesa.

–Vamos al auto- Ordenó y, sumisa, lo seguí.

Abrió el auto con la mano libre, pegó un portazo, se acomodó en su asiento y, luego, se estiró dentro del mismo para abrirme la puerta.

– ¿Te podes apurar, por favor?- Rogó, esta vez, de buena forma. Asentí lentamente. Su mirada de suavizó.

Me quedé quieta en el asiento. Se extendió pasando muy cerca de mí para tomar el cinturón de seguridad y abrocharlo. Revoleé los ojos. Siempre tan mandón.

–No hagas esas caras

Y mi cabeza volvió a los primeros días que nos conocimos. Siempre dando órdenes. Siempre cuidándome.

–Tres preguntas- Dije y me miró.

– ¿Qué?

–Que quiero tres preguntas, como antes

Una pequeña sonrisa apareció en su rostro, se encargó muy bien de esconderla.

–Dos- Comentó.

–Tres

Me miró, con las dos manos sobre el volante.

–Ninguna

Abrí la boca para reprochar.

–Estamos de mal en peor- Dije, un poco en chiste y un poco no. Su cara se puso tensa. Tuve que mirar por la ventanilla para evitar llorar una vez más.

Sus caricias me pusieron la piel de gallina. Jugó con mi mano unos segundos, después la tomó para llevarla a su boca y dejar sobre ella un cariñoso beso.

–Que mano suertuda

Largué. Borracha o sobria mataba por un beso suyo.

Sonrió, al mismo tiempo que estacionó en el frente del edificio. Nos miramos unos segundos. Él aún tenía agarrada mi mano. Con mucha suavidad pero posición al mismo tiempo.

– ¿Querés bajar?

–No creo que sea lo mejor- Dijo.

– ¿Podes dejar de pensar por un momento que es lo mejor, y hacer lo que tenes ganas de hacer?

Le pedí a gritos.

Un segundo después lo tenía pegado a mi boca.

son los dos tan histéricos que me tienen harta
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diferentes • c.r.oDonde viven las historias. Descúbrelo ahora