Me desperté con un cosquilleo en el brazo. Lo tenía totalmente acalambrado. Maldije en voz alta, aún con los ojos cerrados. Tenía un peso muerto sobre él. Quise sacarlo de ahí abajo pero fue prácticamente imposible. Abrí los ojos con fuerza.
Tomás estaba al lado mío.
Tomás estaba durmiendo en mi cama.
Respiré hondo: Se había quedado a dormir.
¡Habíamos dormido juntos, al fin!
Me contuve la felicidad y las ganas de ponerme de pie y saltar en una pata. Me limité a sonreír, aprovechando que él no podía verme.
No podía creerlo. Algo había cambiado. Esta vez sí.
Suspiré encantada mientras lo miraba.
Estaba completamente desnudo. Después de admirarlo me di cuenta que yo también lo estaba. Me enredé entre las sábanas y lo tapé a él. No sé porque me dio pudor verlo... así.
Giré aún acostada para buscar mi celular en donde siempre lo dejaba: la mesa de luz. Pero no estaba ahí. Rápidamente lo vi tirado en el piso, a unos pocos centímetros de la cama, ¿cómo había llegado ahí?
Sonreí. Me estiré un poco sin bajar al suelo para alcanzarlo. Él se movió y pasó un brazo con fuerza por mi cintura. Lo miré: seguía completamente dormido.
Hizo una mueca rara y relajó su cuerpo para continuar soñando.
Desbloqueé el celular. Pasaban unos minutos de las tres de la tarde. ¿En qué momento se había pasado el día?
Bajé la barra de notificaciones. Me encontré con un Whatsapp de mi amiga.
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Cualquier otro día de mi vida, este mensaje me habría hecho levantarme de buen humor. Hoy, no. No si tenía a Tomás durmiendo a mi lado, ¿qué plan prometía más que eso?
Suspiré y lo mire un rato largo. "Los tres solos". Aún mirándolo, tecleé.
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Se había olvidado, o ¿qué? El celular vibró.
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Miré la pantalla. Lo miré a él. Estaba tan dormido y vulnerable. Parecía no tener problemas ni preocupaciones. Sus largas pestañas se doblaban a la perfección. Sonreí como una estúpida y agarré el celular para escribir:
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Lo bloqueé para dejarlo, esta vez, sobre la mesa de luz. Cuando me estiré nuevamente él abrió los ojos asustado.
Se calmó al segundo y echó un vistazo a mí habitación. Él estaba tan sorprendido como yo de haber amanecido acá, por lo visto.
-Hola- Dijo con una pequeña risita. Tenía los ojos chinos y el pelo alborotado.
-Hola- Le devolví la sonrisa. La mía era enorme a comparación de la suya.
Me miró un rato, callado. ¿Debía dejarlo solo, para que se amigue con el ambiente? ¿Debía hablarle? ¿Qué tenía que hacer? Busqué una excusa rápida.
-Me voy a bañar, creo- Mentí intentando soltarme de su agarre.
-No necesito que te vayas- Largó.
Leía mentes, no se explicaba de otra forma.
-Aprovechemos este ratito que tengo que irme- Me abrazó aún más fuerte y, prácticamente, salté de la cama.
-¿Ya te vas?
Se rió. No quería quedar tan desesperada. Jugué con su pelo.
-Tengo que ir a hablar con mis papas por un tema del departamento...
Lo miré. Rió una vez más.
-Nada importante. Quieren ponerlo a mi nombre
Oh.
-Pero podemos vernos a la noche, si queres. Tengo el cumpleaños de un amigo pero no creo que haya drama de que vengas, o vengan
Dijo y adiviné que estaba hablando de los chicos. De los chicos o sea Iara y Seba. Iara y Seba o sea los que no querían salir con él. ¿Y Mauro?
-Tengo...- Tartamudeé. Arqueó una ceja mirándome. -Tengo una...algo con los chicos. Es algo tranquilo igual.
"Alta pero lo que se dice alta altísima fiesta", pensé. Cerré los ojos.
-¿Con qué chicos?
-Iara y Sebas, ¿quiénes más?
"Mauro, idiota", me dije a mí misma. ¿Estaba esperando a que lo invite? ¿No iba a meterme en problemas por decir esto, no? Iara seguramente le habría dicho a Mauro que salía con nosotros.
Supongo.
-Bueno, si es algo tranqui podemos vernos cuando termines- Propuso muy sereno.
-Sí. Claro. Podemos vernos
Sonreí falsamente. ¿Quién me mandaba a meterme en estos líos?