El ascensor frenó y las puertas se abrieron. Identifiqué rápidamente que era uno de esos edificios donde los departamentos ocupaban todo un piso. No tenía idea de cómo se llamaban.
Wow. Un piso entero solo para él.
Atravesó la sala y cerró las cortinas. Ya estaba oscureciendo. Observé a mí alrededor, ¿cuánto valor podía tener este lugar?
-Ponete cómoda- Me dijo y desapareció.
Caminé a través del living mirando cada cosa. Llegué a la puerta donde antes había entrado él y la observé. Estaba abierta. Era una habitación, claramente.
Asomé mi cabeza. No estaba allí. El ruido de la ducha me distrajo. Se estaba bañando. Aproveché para darle un vistazo a su habitación y recorrerla en poco minutos.
El piso era madera. Sobre este había una gran alfombra blanca. Muy delicada, demasiado por un hombre. Me pregunté por un segundo como la llevaría tan limpia siempre. Encima de la alfombra, una cama de dos plazas con las sábanas y el acolchado negro. Todo negro. Levanté una ceja, ¿todo negro? No era necesario.
Reí al ver la cama toda alborotada. Tenía un cabezal gris claro que hacía juego con un cuadro enorme en la pared opuesta. El techo tenía unas luces tenues y raras. Todo era moderno, y sofisticado.
Observé de reojo su celular sobre la mesa de luz y no hice nada para contenerme. Miré culposa para todos lados sabiendo lo que iba a hacer. Me había dejado intrigada desde que lo había dicho.
Toqué el único botón y agradecí al cielo que no tuviese clave de seguridad. Abrí lo más rápido que pude la aplicación, su chat, y busqué entre las conversaciones la de aquel día. La encontré:
"Me está volviendo loco", releí.
Sentí una puntada de felicidad desde lo más profundo de mí, que se apagó rápidamente al recordar la conclusión que había sacado, el otro día, en el auto. Estaba triste. Tomás estaba triste. "Si no la veo, va a ser mejor". Mejor para quién, ¿para él? ¿Para mí?
Cerré rápidamente el chat y pensativa me volví a acercar al gran ventanal. Fije mi mirada en un punto fijo mientras intentaba unir los hilos de esta historia. Una vez más, me había quedado intrigada.
Escuché un ruido y giré. Tomé aire. Controlé mi respiración. Apareció mojado, con sus pelos revueltos, y una toalla atada a su cintura.
-Perdón, no sabía que estabas acá- Dijo, sin mucho problema.
-No, perdón yo- Exclamé muerta de vergüenza. No había forma de que no pensara que era una chusma confianzuda. -No sé por qué entré
-No pasa nada.- Sonrió. -De alguna u otra manera ibas a entrar a mi habitación- Bromeó y me relajé.
-Podes quedarte acá mientras me cambio- Agregó sin una pizca de chiste en su tono.
Opté por voltear y volver a mirar por la ventana. Estaba segura de que había sonreído, aunque no podía verlo.
Giré mi cabeza solo un poco para observar su mesa de luz. El olor a rosas me había llamado la atención. Hice una mueca, ¿qué hacía con rosas rojas en su habitación?
-No quieras espiar, tramposa- Dijo, gracioso. Me distraje y, sin pensarlo, giré.
-¿Qué?- Pregunté colgada.
-Genial, ya hiciste trampa.
Acomodó sus manos al costado de su cuerpo y me tomé unos segundos para admirarlo en bóxers. Intenté que las palabras salgan de mi boca, pero fue imposible.
-Si no espiabas iba a contarte...- Comentó abrochándose su pantalón negro.
-¿Qué cosa?- Pregunté rápidamente.
-Lo que tanto te esta carcomiendo el cerebro- Agregó ahora divertido y me paralicé.
¿Cómo podía saber que estaba intrigada en él? ¿En su historia?
Abrió un cajón, sacó una remera y se la puso con agilidad. Metió su desodorante en un bolso que estaba sobre la cama y adiviné que sería el que iba a llevar.
Mi celular vibró en la mano y casi toco el techo del susto que me dio. Interrumpió mi momento de apreciarlo. Maldije, sabiendo que era Iara.
-¿Nos están esperando?- Preguntó y asentí.
-Vamos, de todos modos puedo contarte en el camino- Comentó.
La sangre se me heló una vez más, ¿por qué este tema me daba tanto...miedo? Miedo no, nervios.
Curiosidad. Ahora era yo la que no estaba segura si quería escuchar la historia.