Pequeña gran revolución

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Acababa de recibir el mejor regalo del mundo y lo que menos esperaba. Ya expliqué que desde pequeña mi sueño siempre ha sido tener un perro y dedicarme a ello profesionalmente en un futuro, pero las alergias de mi padre nunca nos lo permitieron. Después de su muerte, mi madre me lo propuso varias veces pero para mi ya no era lo mismo y no tenia aquella ilusión. Hasta hoy. 

Pregunté a mi familia si alguno de ellos había tenido algo que ver con aquello pero, nadie sabia nada. Ni siquiera mi madre que se había limitado a aceptar aquella enorme caja a manos de un repartidor aquel mismo día sin tener idea de su contenido. No podía imaginar quien me enviaba aquel enorme regalo. 

Mi mañana se vió afectada por aquel peludo, no paraba de jugar y correr por toda la casa. Aún era muy pequeño y no podía salir a la calle pero eso no fue ningún impedimento. Después de subir a mi habitación y rebuscar por todo mi armario, di con la mochila perfecta. Juntos nos encaminamos a una tienda de animales próxima a mi casa para comprar todas las cosas que el pequeño necesitaría para sus primeros días y su larga estancia en casa. Sin olvidarnos de pasar por un veterinario para comprobar que el animal estuviera perfecto y que no se tratara de alguna trampa o timo. Todo estaba genial así que comenzamos con el proceso de vacunación. La veterinaria nos había confirmado que era una hembra y que además era una Golden Retriever (mi raza favorita). Al segundo tuve claro cual seria su nombre. Maya. 

Mis abuelos también se habían visto envueltos por la emoción de la llegada del nuevo miembro, volviéndose así locos comprando demasiados caprichos para aquella bola de pelo. 

Después de toda la mañana fuera y de haber comido de nuevo todos juntos una enorme paella cocinada por las mujeres de la casa, decidí que era hora de calmar a Maya y dormir la siesta. 

- Maya es hora de que te relajes un poco, para ser tan pequeña eres muy movida, otros cachorros se pasan el día durmiendo.- Le dije a Maya que se encontraba a mi lado sobre la cama. - ¿Sabes que? desde que era tan pequeña como tu, mi sueño siempre fue tener un perrito, durante mi etapa en el colegio y el instituto lo pasé muy mal, mis compañeros se metían conmigo, a día de hoy sigo intentando entender el porque, siempre he considerado ser una persona normal, quizás mucho más introvertida que ellos pero nunca he creído que eso sea algo demasiado malo.- Maya había tomado asiento sobre mis piernas, quedándose dormida mientras le hablaba.- Pensé que tener un amiguito con quien jugar y con quien hablar cuando llegaba de esa tortura, podría ayudarme a sentirme mejor. Cuando mi papá murió toda mi ilusión por seguir mis sueños se esfumó con él. Ya no quería ser veterinaria, ya no quería compartir mi vida con ningún animal que pudiera recordarme todas las veces que se lo pedí...- Maya levantó su cabeza para mirarme, como si hubiera entendido que no quería a ningún animal cerca de mi.- Pero agradezco a sea quien sea quien te ha traído hasta mi vida lo haya hecho, parece que tu y yo vamos a ser muy buenas amigas, pequeña gran revolución.- Al escuchar aquello volvió a agachar su pequeña cabeza y cerró los ojos.- Te quiero mucho Maya.- A continuación ambas nos quedamos dormidas. 

Me desperté repentinamente después de escuchar a Maya quejarse. Al abrir los ojos la visualicé al borde del colchón, seguramente tendría ganas de hacer pipí, era tan lista que sabía que sobre la cama no tenia que hacerlo. Juntas bajamos a la plata baja donde de nuevo se encontraba parte de mi familia. Mis abuelos seguían durmiendo, mientras que mis abuelas y mi madre compartían un tiempo de lectura sobre el sofá. Cada una estrenado sus nuevas adquisiciones que  Papá Noel había traído. Aquella imagen me hizo gracia, no pude evitar soltar una sonora carcajada. 

- Buenas tardes cariño. ¿Has dormido?- Preguntó mi madre haciendo que todas dirigieran la vista hacía mi. 

- Sí. Conseguí que Maya se tránquilizara y ambas nos quedamos fritas en la cama.- Expliqué.- Creo que tiene ganas de hacer pipí, voy a sacarla a la terraza, a ver si consigo que se acostumbre a no hacerlo en casa. De momento ha aprendido a no hacerlo sobre la cama.- Soné orgullosa de mi nueva mascota. 

- Muy bien cariño, haber si conseguimos que aprenda rápido.- Volvió a contestar mi madre.

- Abrígate, hace muchísimo frio ahí fuera.- Dijo mi abuela materna. Asentí. 

Después de ponerme mi abrigo y con Maya en mis brazos salí a la terraza para ver si conseguía que hiciera sus necesidades fuera de casa. Había cogido un par de chucherías para premiarla en caso de que lo hiciera bien. Y así fue, era demasiado inteligente para ser un cachorro, pensé que iba a llevar mucho más tiempo que aprendiera. Aquello me hacía muy feliz porque siempre he querido entrenar a mi mascota para que fuera la mejor y si seguía aprendiendo así de rápido sería muy fácil. Entramos en casa dirigiéndonos al salón para sentarnos junto a la chimenea y volver a entrar en calor. Maya estaba entre el hueco de mis piernas cruzadas. 

- Aún no se quien me la ha podido regalar.- Dije en voz alta dirigiéndome a mi familia.

- Quizás tus amigas.- Dijo mi abuela paterna.

- O Olivia.- Soltó de repente mi madre.

- Olivia no ha podido ser, ella se encuentra de viaje pasando las navidades con su familia y además nuestra relación no esta pasando por el mejor momento, digamos que ya ni la hay.- Expliqué haciendo que mi madre se extrañara.- Y mis amigas la hubieran traído directamente, no creo que se gasten el dinero en el envío y se andén con tanto secretismo viviendo a dos calles de aquí.- Dije cambiando de tema rápidamente. 

Cuando nos volvamos a encontrarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora