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El espejo frente a él reflejaba sus cicatrices, aquellas enormes líneas que sirven de muestra y evidencia de la existencia de sus alas

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El espejo frente a él reflejaba sus cicatrices, aquellas enormes líneas que sirven de muestra y evidencia de la existencia de sus alas. No recordaba cómo eran, si eran grandes o pequeñas, si las plumas eran tan suaves que sería imposible describir la sensación que dan al tocarlas, si brillaban cada vez que les daba la luz, ni siquiera su color recordaba. Hank le había dicho que no eran de un color en específico, sino que eran de una hermosa combinación de blanco y negro, únicas en su clase. Quería tocar aquellas gruesas líneas que se abrían a lo largo de su espalda, quería conocer su pasado; no le bastaba con las constantes pesadillas, la cuales le brindaban, aunque sea un poco, de la memoria del día en que perdió parte importante de su ser. Aquellas pesadillas habían disminuido considerablemente, y la intensidad de aquellas no era ni la mitad de lo que solía ser, no conoce el porqué de aquello, pero estaba agradecido.

Había pasado toda la noche construyendo aquella lista que había empezado después de esa conversación con su compañera, Tania. Habían demasiadas razones para no gustar de aquel pálido y arrogante vampiro; 1. Parece que solo ama a su propio ser, 2. No muestra empatía por los demás, 3. Es demasiado imprudente e inoportuno, 4. Es exageradamente coqueto. No está seguro sobre esa última razón, no le molestaba del todo. Pero, la razón más grande de todas y que define que definitivamente no puede sentir nada más que desprecio hacia el castaño, es que no lo conoce; solo sabe que toca el piano de manera hermosa, es vampiro, y tiene alrededor de 100 años, nada más. Se repite una y otra vez asegurándose de que quede grabado permanentemente en su cabeza, no debes amar a alguien que no conoces.

Se dirigió a la cocina para comer algo, esperaba poder escuchar a Allen tocar el piano para distraerse mientras comía. Pero no, nada se escuchaba. Llevaba días, demasiados para ser honesto, sin escuchar a aquellas teclas ser tocadas. No le gustaba en absoluto. Se encontraba en la sala comiendo su desayuno, miraba las paredes de la casa y lo poco que se podía ver del segundo piso; notó que la puerta del cuarto de Allen estaba abierta, algo raro, él siempre se aseguraba de dejarla cerrada. El rizado dejó el plato en la mesita de café, y subió intentando no hacer mucho ruido.

Le llenaba de curiosidad el saber cómo es la habitación del vampiro; se preguntaba si sería grande, si tendría un piano enorme, y si sería desordenada, o por el contrario, perfectamente ordenada. Al llegar al marco de la puerta, con sigilo asomó la cabeza, vio a Allen profundamente dormido en su escritorio; no sabía que los vampiros dormían. Entró caminando en puntitas, y tomó rumbo hacia el gran piano blanco que se encontraba en la habitación. Era un cuarto grande, muy grande. Había una biblioteca que ocupaba casi tres paredes, repleta de libros. En una pequeña repisa sobre el escritorio, se encontraban unas cámaras, y en esa misma pared, había cientos de fotos pegadas de manera ordenada. Encima del piano, había un desorden de hojas con pentagramas y notas musicales. Era lo único que no tenía orden en aquella habitación. 

Se sentó en el pequeño banquito frente al piano y se dedicó a observar aquellas teclas blancas y negras. La curiosidad le ganó y tomó la decisión de tocar a una de ellas. Con delicadeza puso su dedo índice sobre una tecla blanca, pero no la pudo hundir, era más dura de lo que pensó; hizo más fuerza y por fin logró sacar el sonido de aquel majestuoso piano. Sonó mucho más fuerte de lo que imaginó, se giró a ver a Allen pensando que lo había despertado, pero el mencionado seguía durmiendo muy pacíficamente en su escritorio. El rizado tomó una de las tantas hojas que estaban sobre el instrumento y se dedicó a descifrar lo que allí se plasmaba. No lo logró. Estaba tan concentrado tratando de adivinar, que no sintió la presencia de Allen a su espalda.

—¿Qué haces, Ángel?

Aquel apodo le afectó más de lo que quería admitir. Podía sentir su rostro caliente y su respiración se volvió inestable durante unos cuantos segundos.

—Yo... emm. —El rizado no sabía que decir, había sido atrapado merodeando donde no debía, y no quería enfrentar al dueño de aquel enorme cuarto.

—¿Acaso nadie te ha enseñado que no debes entrar en la habitación de alguien más sin su permiso? Aunque sea debiste haber tocado la puerta primero. —El banquito era lo suficientemente largo para que ambos se sentaran en él, cosa que hicieron. Allen tomó la barbilla que Noah para hacer que este le mirara a los ojos.

El más bajo tenía el ceño ligeramente fruncido, no se sentía cómodo en aquella situación que él mismo había causado gracias a su estúpida e inevitable curiosidad.

—Lo siento. —fue lo único que pudo decir, a pesar de que Allen aún le estaba tomando de la barbilla. No era capaz de sostenerle la mirada, lo cual hizo enojar al vampiro.

—¿Por qué no me miras? —ahora era él el que tenía el ceño fruncido. No le gustaba la actitud repentinamente tímida del rizado—. Si tuviste el suficiente valor como para entrar a mi cuarto mientras dormía, deberías ser capaz de mirarme a los ojos cuando me hablas. —Su tono era duro y fuerte, haciendo que Noah se pusiera nervioso.

El rizado finalmente levantó su mirada del piso y miró fijamente al castaño

—Ya te dije que lo siento, no volveré a entrar aquí —hizo ademán para irse, pero el castaño lo tomó del brazo y evitó su partida—. ¿Qué quieres?

De un fuerte tirón, hizo que Noah se sentara nuevamente en el banquito, apretaba con fuerza la muñeca de este, pero el rizado no se inmutó de aquella acción, ni siquiera sentía su mano sobre su brazo. Allen miró con seriedad a Noah, sus ojos desprendían tanta intensidad que el rizado pensó por un momento que Allen era capaz de leer sus pensamientos.

—¿Por qué cada vez que me ves tus mejillas se tornan rojas? —Noah abrió su boca en señal de sorpresa, mientras que Allen posaba sus manos en las mejillas de este —. Justo como sucede en este instante.

El silencio se apoderó de la habitación, Noah mantenía su expresión de sorpresa, y Allen no quitaba sus manos de las mejillas del otro. Quien viera esa escena diría que una hermosa confesión de amor había ocurrido.

—Noah, respóndeme. —Buscaba con sus ojos la mirada perdida del rizado. Agitó suavemente la cabeza de este para hacerlo salir de su trance.

La cercanía entre sus rostros era suficiente para poner incómodo a Allen y hacer que su estómago se sintiera de formas que no sabía explicar. Es como si todo lo que no podía sentir en su piel, su estómago lo recreaba con sensaciones un poco molestas.

—Me tengo que ir —soltó sin más el rizado, apurándose por salir de aquella habitación.

Esta vez, Allen no lo detuvo, solo se quedó mirando el lugar por donde Noah había salido. Mientras que el anterior se dirigía a paso torpe hacia la entrada principal. No podía estar en la misma casa que Allen, no ahora.

 No podía estar en la misma casa que Allen, no ahora

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Hermanastros | ✔ [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora