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Sicheng

La última vez que había estado en la casa de Taeyong había sido para la fiesta de Mark. O mejor dicho, el día después de ella, con un pijama entero que casualmente solía ser de Yuta.

Y ahí estaba él, bajando los escalones con un botiquín en mano, tan silencioso como un gato, igual que siempre. Llevaba un suéter negro que hacía que su cabello pareciera el propio fuego.

Llegó hasta mi y se sentó sobre la mesa de centro, frente al sillón donde yo estaba. Me tendió las manos, las tomé y el las quedó viendo con sus pálidos ojos avellanas.

También te arañaste las palmas.

Esas habían sido las primeras palabras desde el cállate de hace una hora atrás. El trayecto había sido silencioso, tal como el lo había ordenado.

Sin embargo, ahora no parecía molesto, y algo que me costaba decir, era que más bien parecía agotado.

Agotado de mí.

Me limpió las heridas de las manos y me puso unos ungüentos en ellas.

Perdón. —me atreví a hablar.

¿Y ese perdón por qué? —preguntó, sin dejar de hacer lo suyo.

Por arruinarte la noche, no quería que esto pasara.

Ladeó la cabeza, admirando su trabajo y luego se paró dando un largo suspiro.

Yo tampoco quería hacer el papel de enfermero hoy, pero ¿Qué opción me queda? Ahora que lo pienso no se me vería mal una bata de enfermero... —negó con la cabeza, queriendo concentración y volvió a su aura seria.— No quiero tus patéticos lamentos.

Debí haber esperado esa respuesta...

Ahora, —sacó unos guantes de goma del botiquín y me miraba desde lo alto mientras se los ponía.— bájate los pantalones o quítatelos, es lo mismo.

Negué frenético.

Solo te quiero curar la rodilla. Si creías que te quiero hacer un oral, lamento decepcionarte, pero justo ahora no estoy de humor.

No pensé éso. —me defendí, sonrojado de vergüenza.

Sabes que sí.

No sabes lo que pienso.

Eres muy gráfico, puedo leer fácilmente tus pensamientos. —aseguró.

Mentira.

Sabes que sí.

Deja de decir eso.

No.

Déjame.

Quítatelos.

No.

Sicheng, quítate los pantalones.

No.

Sicheng, has lo que te digo.

No.

Sicheng. —dijo con dureza.

—¡No!. —chillé.

No me obligues a intervenir.

¡No! —volví a gritar.

c a s i│𝘁𝗮𝗲𝘁𝗲𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora