Capítulo 10: No vivimos de la felicidad de los demás

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Mayo de 1941













Edward Jefferson acabó de llamar a la casa hace unos minutos exactamente para invitarme a una feria, le dije que le avisaré cuando llegue mi madre, obvio que no le tengo que pedir permiso a mi mamá, pero fue una excusa para evitar la respuesta en ese momento. Nunca pensé que la sociedad se cargaría a un cierto de grupos de personas por ser "diferentes" a ellos, negándonos muchas cosas, hasta creer que no somos dignos de viajar en un mismo transporte.

Hay obviamente algunas personas que no piensan así y tienen empatía, pero aun así gana la mayoría.

El teléfono suena en la casa, yo estoy en el sofá mientras mi padre revisa el televisor ya que ha comenzado a darle mantenimiento a las cosas de la casa, me voy a levantar con puro inercia, sin embargo, Rachel llega corriendo casi empujándome para que me sentará.

—Yo contesto —dice cuando está a punto de recibir la llamada.

—Hola —la oigo decir a lo lejos. — ¿Edward Jefferson? sé te escucha más rara la voz Jefferson, parece más acentuada ¿tienes refrío? —frunce la nariz. —Con Samantha —Hago señas para que le diga que no estoy, ella sonríe mostrando todos sus dientes. —si ya te la paso —respiro hondo manteniendo la calma, ella aleja el teléfono y hace una mueca.

—Pregúntale si está agripado, su voz está diferente —refunfuño y ella se ríe con picardía para irse corriendo de nuevo.

— ¿Si? —contesto neutral y muevo mi pie descalzo, hoy día no estoy de humor para nada, al ser otra vez rechazada por estudios superiores de gente blanca.

La línea permanece en un silencio peculiar, doy una calada de aire profundo para replicar:

—Voy a colgar... —cuando creía que podía tocar mis casillas, dispuesta a cancelar la llamada, escucho su voz:

—Hübsches Mädchen, no se la escucha muy feliz —casi me atoro con mi propia saliva al escucharlo. Su voz suena diferente en línea, es verdad y no sé parece en nada a la de Edward. —No me dirá nada

Mi hermana tiene serios problemas.

—Claro ¿Cómo conseguiste mi número? —grito en un susurro porque mi padre está presente a unos metros de mí. Sigue entretenido ni le importa mi presencia. Creo que ni sabía que estaba sentada en el mueble viéndolo.

— ¿Creíste que nunca me iba a enterar que tu madre trabaja en la casa? Pues se me hizo fácil conseguir su número —puedo verlo encogerse de hombros con esa sonrisa en su rostro con el destello de diversión. Revuelo los ojos. Georgina, madre, no te cruzas ni con el vecino que está a dos pasos de la casa y te encuentras con Eric Wilson en una mansión más grande que todo el sector donde vivimos, genial.

— ¿Qué necesita? —coloco una mano en hombro mientras me mordisqueo el labio, se escucha su tenue respiración, para posteriormente soltar una risa. Una corriente recorre mi espina dorsal.

—Seguimos con tanta formalidad —hace una sonido con su boca, me muerdo la mejilla para no reír por lo divertido que fue. —necesitaba escuchar su voz, porque de tanto que la pienso creo que no suena igual —esta vez sí río de la ironía, pero por tanto quiero creer que es eso, mis latidos se aceleran y me obligo a controlarme.

Digo, escueto. —Escucharme, bueno ya lo hizo ahora que le vaya bien —suelto sin más, aun así no cuelgo, porque una parte de mí muy al fondo sabía que no quería hacerlo y también percibía que él iba a pedir que no lo hiciera.

—No cuelgues —hace una pausa breve para retornar su diatriba. —Porque necesito ayuda en algo y tu padre es la solución

Contesto con puro sarcasmo. —Ah ¿Enserio? ¿En qué? —escucho algo crujir como romperse. Alzo mis cejas con mucha incredulidad. ¿Acaba de dañar algo?

GOTAS DE AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora