Capítulo 20: El reflejo del amor y desamor

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Julio de 1941











Después de tomar el café que preparó mi mamá para el desayuno con unas tostadas, me alisté para irme a un lugar por última vez ignorando a Rachel quien preguntaba dónde voy tan de mañana, ahí estoy parada al frente de una puerta de la gran propiedad de los Jefferson porque como me indica el cartel rojo a un lado, está vendida. Sé que están en la casa todavía porque el auto con el chofer está afuera de vivienda, él señor mi mira expectante unos segundos suponiendo quizá que me arrepentí en último momento y quiero en verdad está con Jefferson pensamiento que internamente me da gracia.

Vine temprano porque su vuelo despega un poco antes de las nueve de la mañana. Mordisqueo mi labio cuando mi mano agarra la aldaba para golpear tres veces seguidas la puerta principal mientras juego con mis pies, controlándome a no caerme por las escaleras de la entrada.

Porque es verdad, uno puede equivocarse miles de veces y la gente siempre está ahí para ayudarnos y no hay nada de malo pedir disculpas por una equivocación, porque al final todos se equivocan y tienen que disculparse si no es con nadie, con uno mismo para no reprocharnos siempre.

La vida es como los lactantes al caminar, siempre que se caen se levantan y lo vuelven a hacer, y si no lo logran gatean hasta llegar a la meta que quieren, pero lo hacen. Hay que aprender un poquito más de ellos, sin nada de maldad.

Por eso estoy aquí.

Después de unos segundos la figura de Edward Jefferson se deja presente al abrir la puerta, con un pantalón negro y una camiseta blanca con los primeros botones desabrochados. Al verme sus ojos lucen confundidos y frunce sus cejas ligeramente. Trago saliva para poder hablar con claridad.

—Hola, Edward —musito con una pequeña sonrisa agradable o más bien cohibida. —Quisiera hablar contigo antes que te vayas —juego con mis manos en puro acto de nerviosismo, tengo miedo que tenga algún tipo de resentimientos, en cambio, no es así cuando suelta un suspiro.

—Sí, claro, pasa —acota, escueto y me deja pasar. Por el pasillo de la entrada veo unas valijas negras y las esquivo. Escucho la puerta cerrarse y unos pasos detrás de mí. La casa está amueblada dando por entender que fue parte de la venta, me hace una seña para que me siente en un sillón marrón.

Observando todo, las fotos de la familia encima de la chimenea ya no se encuentran y peor los retratos, ni las cosas de valor para su familia, se puede sentir la nostalgia de lo que una vez fue un hogar y donde pasaron tantos momentos inolvidables para su familia y que vivirán en sus recuerdos, pero ellos ya no aquí.

Una vez de vuelta a la realidad, continuo mi propósito de estar aquí presente.

—Vengo aquí porque yo... —sus ojos oscuros me observan y no suelta una palabras, lo que me anima a seguir con la diatriba. —Fuiste un gran amigo en su tiempo aunque por culpa de mi madre te haya hecho pensar que algo más —niego con la cabeza haciendo que mi oscuro bucle se mueva. —Creo que si seguíamos yo no tendría la cara para hablarte en este momento Edward, porque hubiera dañado mucho más nuestra amistad —más de lo que mi madre lo hizo haciéndote creer lo contrario, claro está, pero no iba a decir eso.

Edward sonríe y niega instintivamente la cabeza, y respiro por pura inercia.

Se acomoda en el sillón antes de hablar: —También fue mi culpa, porque a pesar de todo tú siempre me dejabas en claro lo que sentías y creo que el hecho que aceptar fue por la presión de la insistencia, que es muy mala ahora que lo veo, nunca te quise presionar de tal forma que te sintieras agobiada, perdón —hace una mueca que al parecer era un intento de sonrisa.

—Edward, también fue por aceptar aun sabiendo lo que sentía —me río carente de gracia. —Eres una gran persona —me interrumpe ahora con el aura egocéntrica de siempre, trato de no revirar los ojos.

GOTAS DE AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora