Capítulo 33: Quizá en otra vida

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(Capítulo final)






Actualidad.

Mi celular suena desde hace diez minutos y me remuevo en la cama un poco incómoda. La franela se encuentra por mis pies. Me levanto y voy al baño, estoy en mi segundo año de estudiante en letras y me fascina escribir en una cafetería que mantiene un tono rustico y actual, manteniendo una esencia ideal.

Agarro mi ordenador y la guardo en la maleta para irme a bañar.

Siento como una pasión a la segunda guerra mundial así que me he concentrado en investigar mucho sobre tal, la idea son dos amores, se conocen antes que Japón le declare la guerra a Estados Unidos de América. Pero lo único que me falta son dos capítulos finales y no sé cómo concluir.

Pero aun así tengo apego a esa escritura, como si cada vez que la escribiera pudiera sentir en carne propia y a flor de piel lo que cada uno de ellos vivió y aparte de eso es mi proyecto para la universidad.

El celular suena y despierto de mi sueño.

—Emily, no te olvides que esta tarde toca presentar el trabajo del proyecto —avisa con un tono desgastado, Vivian, una amiga de universidad. —ya que el semestre pasado la pasamos muy mal las dos

—Lo sé, ya voy a la cafetería a comer algo y de paso a escribir, solo me falta como un capítulo y el epílogo, y terminado —digo agarrando las llaves de mi departamento y el bolso donde yace el ordenador. Algo práctico: un Jean, una campera y un cintillo para ocultar que no me peiné mi cabellera castaña y lacia.

Camino a paso apresurado y rítmico, puedo escuchar el chapoteo que hace la suela de mi zapato con los pequeños charcos de agua causada por la lluvia de la noche anterior.

Vivian termina la llamada diciendo que su perro estaba marcando territorio en sus zapatos. Me río y camino por las calles de Washington D.C con el tiempo pisando mis talones.

Entro por la puerta que tiene una simpática campanita que cada vez que entras suena alarmando a los meseros de la llegada de un nuevo cliente. En toda la pared de la entrada hay una placa escrito con letra cursiva: Cafetería en Honor a Samantha Jones y Eric Wilson.

Siempre pensé que eran el nombre de los antiguos propietarios fallecidos. 

Busco la mesa, mi favorita, a lado de la ventana que me dé luz, para tener mejor disponibilidad e inspiración al escribir. 

Escucho a alguien toser llamando mi atención y me quedo estupefacta al verlo. Un nuevo mesero.

Pelinegro, con un cuerpo tonificado con el uniforme del local, de esos que te los quedas viendo y dices: Wow que lindo está, y con unos ojos azules que dan ganas de sumergirse en ellos, como si fuera un mar profundo.

Su posición da seguridad.

Hay algo que no me deja de escrutarlo, pero aun así me obligo a reaccionar.

—Buenos días, Bienvenida a Amore mio lugar donde te enamoras de los platillos ¿qué desea ordenar? —su voz profunda me alarma porque de un momento a otro mi corazón comienza latir frenético, como si quisiera correr una maratón sabiendo que su lugar es bombear.

—El especial de la casa —le sonrío tratando de despejar mí vista especialmente de su cara que por una rara razón tiene algo atrayente, para no intimidarle, sonríe de lado anotando en una libreta pequeña. — ¿Por qué el especial siempre es el mismo? Digo llevo meses viniendo aquí y no varía, perdón por la pregunta

Alza una ceja negra con petulancia.

— ¿Le molesta? Es muy buena elección —suelta, y dubitativo achica los ojos mientras hace el amago de irse, pero aun así se queda.

GOTAS DE AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora