Capítulo 21: La suerte de un día lluvioso

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Julio de 1941











Una tarde fresca y con una amenaza de una posible lluvia en cualquier momento mi madre decide que hoy día es perfecto para comer comida de afuera ya que es su día libre y de paso distraerse un poco. Rachel de su tan aburrida tarde y sin querer hacer sus deberes —aunque en algún punto del día los hará. —decide pintarme las uñas después que ellas se hizo las suyas y no me opuse al respecto porque dice que primero debo tenerlas presentables al menos que quiera que me llame hermana. Así que nos encontramos en el sofá mientras mamá rebusca en su bolsa.

—La señora Erika es impredecible, va a llegar al punto que no va a querer que la miremos a los ojos —bufa sin mirarnos y siguiendo en su búsqueda. —Un día por error un empleado tocó un tenedor y se negó a comer al menos que le llevarán otro —se ríe carente de gracia, Georgina. —Si la saludan y no está de humor se enoja y sino, también, nadie sabe cuándo se encuentra de humor

—Quizá solo tiene uno, el enojo —se burla mi hermana, se denota en el tono despectivo que usa. —Uy Samantha, cuando le digan sobre su relación —no sé cómo mi hermana puede cambiar un tema a otro de forma tan inesperada que asombra. Trato de alejar mi mano cual pinta y ella en un jalón brusco la lleva hacia su persona, siguiendo fiel mente su entretenimiento de manicurista.

En ese momento mi madre me regala una afligida mirada con poca compresión.

— ¿No le han dicho? —Georgina se dirige hacia unos ganchos en la pared buscando al parecer, las llaves de la casa. Me observa de reojo. —Hija, ocultar las cosas también se considera mentir, vayan hablando sobre decirle la verdad a la madre de Eric, hacer las cosas bien desde el principio le dará más oportunidades —trata de concientizar y le doy una mirada efímera. 

—Ni siquiera somos novios formalmente —suelto un suspiro mirando a Rachel mientras pinta mi uña del dedo anular. —creo que no hay necesidad todavía

—Hermana, necesidad para cualquier cosa siempre habrá —comenta Rachel y mi mamá con un sonido gutural le da la razón. —Así que dile a Eric, aceptas ser mi novio oficialmente o terminamos el jueguito de cuento de hadas —suelta esa risilla con puntillismo que no tolero mucho. 

—Rachel, no le diré eso —mascullo escrutándola de manera desafiante mientras ella termina de pintar mi uña del meñique dejando en mis uñas un color rojo.

—Terminé, solo no te muevas, no toques nada aunque te pique mucho porque hasta ahora lo único decente en ti es mi obra maestra —cierra el barniz de uñas y lo deja en la mesa de centro. —me costó mucho

Mamá sale de la cocina con una expresión triunfadora y mientras guarda las llaves en el bolso que lleva colgado en su hombro.

—Niñas ya me voy y su padre está lustrando un comedor de un cliente —avisa y agarra un paraguas al mirar por la ventana las nubes tapando el sol en el distrito. —Voy a comprar la comida, y traeré la cena de afuera ¿Qué quieren? —nos preguntas y nos regala una mirada, por mi lado soplo mis uñas para que se sequen y Rachel se queda pensando unos segundos.

—Arroz con caramal —contesta mi hermana acomodándose en el sofá donde nos encontramos, mi madre frunce el ceño sin entender y yo la quedo mirando sin comprender tampoco alzando las cejas.

—Eso no existe —le respondo con sorna mientras río, Rachel por su parte hace una mueca de disgusto. Ella alza una ceja detonando petulancia.

—Sí, un día me diste arroz de caramal, mamá —se dirige a nuestra madre quien suspira desde la puerta y le regala una sonrisa genuina. Yo mantengo la gracia en mi expresión. 

GOTAS DE AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora