Parte 24

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Era sábado nuevamente. Sakura se despertó aquel día emocionada y esperanzada. Una pequeña sonrisa inundó su rostro al pensar en que aquel día no solo iba a ver a su hijo, a Shinachiku, sino que, por fin, Naruto le había dicho dado su permiso para llevarlo al acuario. Llevaba días queriendo hacerlo, queriendo ir con él y con Shinachiku. Pero Naruto siempre se había negado, siempre quedaban en algún sitio más público, como parques o cafeterías.

Así que, por primera vez, iba a poder disfrutar de la compañía de su pequeño y del padre de este sin restricciones. Así que, sonriendo, se desperezó sobre la cama, apartó las sábanas, las mantas y la colcha y bajó al suelo. Se dirigió al cuarto de baño para darse una ducha rápida, se vistió con sencillez y comprobó que tenía todo en su bolso antes de salir de la habitación del hotel y cerrar tras ella.

Tenía todo perfectamente planeado en su cabeza: primero irían a desayunar los tres juntos, luego al acuario, después los invitaría a comer a algún sitio agradable y familiar; por la tarde podían ir a patinar sobre hielo, tenía entendido que aún quedaba alguna pista abierta; acto seguido los llevaría a merendar, luego podrían pasear mientras tomaban un helado y, por último... ¿sería mucho pedir una cena?

Sacudió la cabeza. No, no podía, eso ya sería demasiado. Incluso empezaba a tener dudas de que Naruto quisiera pasar tanto tiempo en su compañía, le costaba mucho disimular la aversión que sentía hacia ella.

Además, estaba Hinata. Naruto siempre parecía ansioso cuando estaba en su compañía, no parando de mirar el reloj ni de consultar el teléfono móvil cada dos segundos, como si estuviese deseando regresar a la confortabilidad de su hogar, junto con su esposa y sus hijos.

Los niños... tampoco había pensado en ellos. Según Shinachiku, se llamaban Boruto y Himawari y eran sus hermanos, no sus hermanastros. Le había recalcado aquel hecho más de una vez y con una voz perfectamente firme y clara, como si el hecho de que solo compartieran un progenitor y la mitad del ADN no significase nada para él. Para Shinachiku, aquellos pequeños eran su familia, independientemente de lo que los demás pensaran o dejaran de pensar sobre ese hecho.

Cerró los ojos cuando llegó a la entrada del hotel; respiró hondo varias veces, buscando tranquilizarse. No tenía nada que perder, pensó, absolutamente nada. Le plantearía su plan y, aunque estaba cien por cien segura de que le diría un no rotundo a todo, al menos podría intentarlo. Una negativa más no la mataría.

Tomó el autobús hasta la casa de los padres de Naruto. Este le había indicado que fuese a recoger allí a Shinachiku. Supuso que habrían ido a pasar allá el fin de semana. Naruto estaba muy unido a sus padres y también Shinachiku. Adoraba a sus abuelos y no paraba de decirle lo maravillosos que eran y lo mucho que los quería, porque habían estado presentes en todos los momentos buenos e importantes que, a sus escasos diez años, había tenido la dicha de experimentar.

Tras media hora de trayecto, llegó a la casa de Minato y Kushina. Esta estaba igual a como la recordaba. Se fijó en que le habían aplicado alguna que otra capa de pintura, pero las ventanas seguían siendo de madera blanca, el jardín seguía igual de cuidado y, la única diferencia, era que la entrada estaba plagada de juguetes varios: desde un par de porterías de plástico, hasta dos triciclos y una bicicleta apoyada contra el porche, descuidadamente.

Sakura respiró hondo una vez más, tomando valor para atravesar el portón y llamar al timbre. Contó los pasos mientras intentaba controlar los latidos de su corazón. Abrió y cerró el puño varias veces también, hasta que la mano dejó de temblarle. Solo cuando se cercioró de que no iba a volverse de mantequilla fue que alargó el brazo y dejó que sus dedos presionaran el timbre.

Escuchó gritos, pasos y la puerta se abrió, revelando a un alto hombre rubio de intensos ojos azules. Sakura pestañeó y abrió la boca, para saludar. Pero entonces se fijó en las pequeñas arrugas que se formaban en el borde de los ojos del hombre y en el par de canas que le asomaban entre el espeso cabello rubio. Pestañeó y se dio cuenta, entonces, de que aquel hombre no tenía las marcas en las mejillas que caracterizaban a Naruto.

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