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Jaemin.

Sonriendo de manera falsa ante Jeno, les dije que no tenía hambre y estaba demasiado cansado como para cenar pero ninguno me prestó mucha atención. Subí las escaleras hacia mi habitación con el corazón por el suelo, tragandome las lágrimas para no llorar enfrente del extraño.

Me encerré en mí cuarto y, con la espalda pegada a la puerta, esperé pacientemente a que me trajeran la cena, con las esperanzas de que se preocuparan un poquito por mí. Demasiado ingenuo como siempre, no se interesaron en que su hijo que estaba casi por debajo del promedio de peso no comiera por otra noche.

Resignado a qué nadie en mí casa me recordara, tomé un disco de The Neighbourhood y lo coloque en el tocadiscos, lo único bueno que había hecho mí padre era haberme regalado aquel aparato un tanto anticuado.

La música comenzó a sonar y le di rienda suelta a todo lo que tenía guardado. Nunca se me había hecho sencillo demostrar lo que sentía, las sonrisas falsas eran mucho más fáciles. Por eso solía guardarme todo para mí y llorar en las noches, acompañado por la soledad de mí cuarto y las canciones de la banda que eran un buen sonido de fondo para mis sollozos lastimosos.

Pase otra noche con las mejillas empapadas y la música llenando los espacios vacíos en mí. Servía como un buen consuelo escuchar las canciones en aquel viejo tocadisco, le daba un toque especial al ambiente tan frío y doloroso que se formaba en lo profundo de mí habitación.

Acurrucado entre las mantas que me daban un poco de calor, había dejado de llorar cerca de la medianoche. La música seguía sonando pero no tenía mí completa atención, el mar de pensamiento en mí cabeza me tenía preso de la realidad y cuando unos golpes suaves en la madera de mí puerta sonaron solo fingí estar dormido. Los pasos sonaron ligeros y supuse que era mamá, el ruido de un cajón siendo abierto y luego cerrado. Esperé paciente a que se vaya pero solo oí su andar acercarse al borde de mí cama y su mano fría pero suave delinear el costado de mí rostro para luego acomodar las mantas mas cerca de mí y taparme hasta el cuello. Luego la puerta se cerró y me dormí con aquella sensación cálida golpeando mí pecho.

‹‹ 🌊 ››

La claridad en la habitación es lo que me hace abrir los ojos, había olvidado de cerrar las cortinas y la luz del sol había entrado iluminando toda la habitación. Solté un gruñido y me tapé con las mantas tratando de volver a dormir pero la voz de mí padre resonando por el pasillo mientras golpeaba mí puerta termino de dispersar el poco sueño que tenía.

Bajé con el cabello despeinado y los ojos rojos por haber llorado la noche anterior. Esperé que aquella mañana fuera como las anteriores, papá levantandome a los gritos para que hiciera el desayuno, mamá bajando a comer sin hablarnos y yo pérdido en mis pensamientos. Cuan equivocado estaba.

La casa estaba iluminada por completo, las persianas abiertas dejando que el sol entrará y el suave murmullo de la radio local sonando de fondo. Extrañado, entre a la cocina y en menos de una décima de segundo mí mandíbula se había tensado tanto que pensé que mis dientes podrían romperse

Juro, lo juro que traté, traté de no tenerle recelo. De mirarlo y que no me genera rechazo, pero me era imposible. Porque él era como el mismísimo diablo frente a mis ojos, había venido a tomar todo lo que era mío.

Estaba sentado frente a la isla de la cocina, con los codos apoyados sobre está mientras hablaba animadamente con mí mamá. Lo observé detenidamente, llevaba una bermuda azul oscuro y una camiseta sin mangas dejando ver en exceso la piel blanca. La brisa que entraba por la ventana revolvió la mata de cabello rubio y se la acomodó de la forma más coqueta del mundo, como si fuese un modelo. Rodé los ojos ante aquel gesto y luego de mirarlo con un poco mas de desprecio entre a interrumpir su charla.

— Buen día ma. — saludé a la mujer de piel bronceada que me ignoró y ni siquiera volteó a verme.

— Hola, Jaemin.

Debía admitirlo, su voz era bastante gruesa y melódica.

Recién en el momento que mí nombre fue pronunciado por sus labios mí madre dio alusión a mí presencia y se volteó a saludarme.

— ¡Jaemin, hijo! No te oí llegar. — dijo en un tono demasiado alegre mientras se acercaba y dejaba un beso en mí coronilla.

Si, claro.

Saque un pequeña cajita de leche del refrigerador y bebí un poco, notando que Jeno tenía los ojos puestos en mí.

Idiota.

Estaba por terminar de beber cuando la campana de la puerta sonó y del susto unas gotas de leche se derramaron por mí comisura así que simplemente pase mí lengua para limpiarme y luego el dorso de mí mano.

De repente, el idiota se levantó de golpe, disculpándose y excusándose de que tenía que ir a buscar algo al baño.

Raro.

Cuando la campana volvió a sonar, corrí hacia afuera encontrándome con Mark sentado en uno de los sillones que había en el pórtico con su guitarra.

— ¿Qué diablos estabas haciendo? Llevo horas esperando. — porque además de buena persona, Mark era demasiado exagerado.

— Cierra la boca y comienza a tocar, tonto. — sentencie mientras revolvía su cabello y me sentaba a su lado para oírlo cantar.

Si había algo que alejaba a todos mis demonios por unos momentos a parte de estar en el mar, era la maldita voz del canadiense mientras cantaba. Porque el tonto era capaz de convertir la canción más triste en algo tan pacífico y tranquilizador que asustaba. Tal vez estaba bendecido por los ángeles o tal vez no, pero escucharlo entonar canciones con letras tan profundas y aún asi sentirte tan sereno era algo único en él.

Mark siempre se había visto atraído por la música, si no estaba en el agua estaba con la guitarra encima o tarareaba canciones. Su madre le había enseñado a tocar el instrumento del cual no se despegaba y supongo que le recordaba a ella. Mientras que yo parecía un delfín agonizante si abría la boca e intentaba cantar. Y el canadiense no perdía oportunidad de molestarme con aquello.

Recosté mí cabeza contra su hombro, esperando que los problemas de mí vida se solucionaran mágicamente. Siempre había sido un persona que esperaba a que alguien más resolviera lo que estaba mal. Muy dependiente de los demás, frágil y sensible. Y desde aquello, todo había empeorado.

En algún momento, Mark había dejado de tocar la guitarra y mí cabeza terminó en su regazo con sus dedos jugando con las hebras de mí cabello. Él lo sabía, tal vez por mis ojos rojos o por el hecho de que no estaba tan sonriente como antes pero había notado que mí estado de ánimo bordeaba el subsuelo y trataba de darme un poco de cariño, porque aunque el canadiense no era alguien expresivo ni mucho menos aún así intentaba demostrarme que yo si le importaba a alguien. Con pequeños gestos o detalles me daba un poco de amor, algo que necesitaba demasiado.

Pasamos lo que quedaba de la mañana así, Mark dándome cariño mientras tarareaba alguna canción y yo mantenía un perfecto equilibrio entre el borde de la conciencia e inconciencia.

Me gustaba estar así con él, siempre había sido reconfortante pasar tiempo con alguien que de alguna manera se esforzaba en entender lo que pasaba por mi cabeza y se preocupaba por mí. Aunque no éramos tan cercanos, en cierto momento encontré en Mark algo que había perdido y me aferre a él como un koala bebé a su madre.

De alguna manera encontraba en Mark el consuelo que no encontré en mí familia.

🌊🌊🌊

The Beach [Nomin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora