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Jaemin.

— No es justo. — murmure. El tono venenoso y áspero que había empleado antes se desvanece en tan solo segundos y la voz se me rompe.

— ¿Qué?

— N-no es justo. — repito con el corazón en la garganta y las lágrimas formando una pared que me impide ver antes de deslizarse por mis mejillas. — Yo n-ni siquiera puedo entrar pero él si.

Ninguno de los dos me responde, solo se quedan observandome pero ninguna emoción se refleja en sus ojos. Solo están parados allí juzgando me.

— S-saben. — limpió las lágrimas con el dorso de mi mano mientras intentó no seguir llorando. Los miro suplicante, con los ojos rojos y el labio inferior temblando, pero a ninguno de los dos parece remover le algo verme así. — Mejor olvidenlo.

Retrocedi dos pasos antes de voltearme y salir corriendo de alli, mi cabeza era un desastre y mi corazón se estaba astillando. Corrí hacia la playa y con el sonido de las olas rompiendo contra la costa me desplomé en la arena humeda. La luna, que horas antes brillaba sobre el cielo nocturno desapareció por las nubes grises. Todo era oscuridad. Volví a llorar como el niño débil y pequeño que era, con las rodillas pegadas al pecho y los demonios de mí cabeza destrozandome. No veía casi nada, estaba a oscuras, caminando a ciegas y se asemejaba tanto con la cruda realidad que dolía demasiado.

Estaba dispuesto a seguir llorando, desacerme en lágrimas hasta que el crepúsculo del amanecer y los rayos chocarán contra mí rostro asomándose por el mar. Pero su voz, su maldita voz pareció acallar todo el ruido y retumbó en mí mente.

— Jaemin. — fue algo suave, como si hablando más fuerte podría llegar a romperme.

Mí corazón latió desenfrenado contra mí pecho, lo odiaba y no sabía que cosa. Ni siquiera lo conocía pero era reacio a su presencia. Jeno lo sabia, y aún asi estaba parado allí, a unos metros de mí. No llevaba zapatos y el cabello rubio fácil de ver en una noche como esa estaba todo enmarañado.

— No me hables. — gruñi entre dientes cual perro rabioso, estaba dispuesto hasta a morderlo si seguía viendo su cara enfrente mío.

Sacudí mí ropa mientras sentía la arena fría bajo mis pies, Jeno no dijo nada. Solo estaba de pie allí, imitando a una estatua, tratando de descifrar mí caótica mente.

Pase a su lado con todas las intensiones de irme de aquel lugar que alguna vez me había dado tranquilidad, pero el destino era un idiota y Jeno aún más. Su mano se cerró en mí muñeca y pareció como si quemase, sentí sus dedos huesudos apretar mí piel y quise con todo mí ser golpearlo.

— Te dije qu... — la voz se me cortó cuando gire así él dispuesto a gruñirle en la cara si era necesario pero tiro de mí brazo y con una fuerza que desconocía me hizo caer contra su pecho, mientras ambos brazos se estrujaban entre nuestras anatomías.

Éramos de la misma altura, por eso no necesite alzar la mirada para observar los ojos casi negros que estaban más vacíos que los míos. Tenía la mandíbula tensa y los labios apretados, mientras seguía haciendo presión en mí huesuda muñeca. Vi como su nuez se movió cuando tragó, el aire cálido que soltó cuando suspiró entro por mis fosas nasales y podía apostar mí vida a qué Jeno fumaba; el aroma a cigarrillo mezclado con menta me trajo recuerdos.

— Déjalo salir...

Y pude jurar que mí cuerpo se convirtió en cristal, tan frágil que con solo dos palabras bastó para romperme en mil pedazos.

— ¿Qu-qué?

La voz se me había hecho un hilo y si no fuera porque Jeno me sostenia estaría de rodillas contra el suelo. No lo entendí en ese momento, no entendía porque el abrazo del muchacho al que creía odiar era tan reconfortante. Sus manos se apretaron en mí pequeña cintura y me abrazo con tanta fuerza, como si estuviera intentado mantener los pedazos unidos.

Ni siquiera le devolví el abrazo, mis brazos estaban contra su pecho mientras que mí rostro se escondía en la curvatura de su cuello. Olía a colonia y solo hacía que mi corazón latiera más rápido. Era una ironía, él y yo lo éramos. Quería odiarlo, necesitaba odiarlo; pero ahí estaba, llorando como un bebé entre sus brazos sin siquiera quejarme. Y tal vez era por la forma en que su cuerpo apretaba el mío, la forma en que su piel fria quemaba contra la mia y a la vez me dejaba helado en una noche tan calurosa. No me separé, aunque mi mente estaba gritando que lo haga.

Aléjate, porfavor.

Pero soy tan débil que no pude apartarme de su cuerpo, digo odiarlo pero estoy pegado a el como una garrapata. Y no parece molestarle, me abraza incluso con más fuerza cuando un sollozo se me escapa de mi intento de llanto silencioso. Me hace sentir pequeño y frágil pero esta allí para sostenerme, aunque sea solo por ese instante tan efímero.

Siento como, lentamente, intenta que nos sentemos pero en ningún momento me aleja de su cuerpo. Y así es como soy arrastrado con él hacia la arena. Nos acomodamos de una forma extraña y sigo entre sus brazos, llorando sin motivo alguno o por demasiados sin necesidad de especificar uno. Su mano derecha sigue aferrada a mi cintura, dando suaves caricias con su pulgar por sobre la ropa mientras que la izquierda traza un camino por mi columna y termina por enterrarse en mi cabello.

Soy consciente de su pesada respiración en mi nuca, de cómo la mano que antes no parecía dispuesta a soltarse de mi cintura se escabulle por debajo de mi camisa. Siento sus dedos fríos y la piel se me eriza, dándome un escalofrío. En otras circunstancias, ya estaría gritándo y reprochando el porqué de su tan repentina acción pero esta vez solo me acomodó mejor entre sus piernas y dejó que siga con sus caricias mientras me acomodó sobre su pecho y escucho tranquilamente el sonido de las olas.

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The Beach [Nomin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora