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Jaemin

De cierta forma nuestra existencia juntos se resumía a estar conectada en la playa porque de alguna manera u otra terminábamos siempre aquí, sintiendo la fría brisa proveniente del mar, la arena humada bajo nuestros pies y el sonido del oleaje apaciguante como arrullador. Jeno no había dicho una palabra luego de mi arrebato tan callado y silencioso como un muerto, y estaba tan quieto como al igual que uno. Pero aun así no quitaba sus ojos de los míos, con la mirada tan afilada y oscura que seria capaz de hacer temblar a cualquiera. Y sin embargo le mantenía ese pequeño enfrentamiento, porque aunque la forma en la que me observaba me incomodaba lo suficiente como para apartar mis ojos de los suyos, no estaba dispuesto a perder contra él.

— ¿No dirás nada? —  murmuré unos minutos después del largo y abrumador silencio entre ambos, cansado de esperar una respuesta que - suponía - no llegaría. Harto de su inexpresividad y resignándome al hecho de que no diría una maldita palabra, me deje caer sobre él hasta que mi frente tocó su hombro y aspire la fragancia de su perfume. No se movió, seguía tan quieto como en nuestra batalla de miradas; solo que esta vez su parsimoniosa respiración lo delataba. Su pecho subía y bajaba al compas de su respiración, transmitiéndome la misma tranquilidad que el tenia. Aunque la vibra que irradiaba era completamente diferente.

Los minutos comenzaron a pasar de manera lenta y tortuosa, pero el seguía manteniendo con firmeza su postura de ignorarme. Y me quedaría allí lo que restaba de la noche y todo el día siguiente si era necesario, solo por el simple hecho de escucharlo decir en voz alta lo que le molestaba. Oír de su propia boca las palabras entonadas por su voz, la razón de su enojo. Porque de una manera u otra era el primer paso para el desarrollo de nuestra rara relación. Esa que se había entretejido de una manera estrambótica y hasta caótica podría decirse. Aun así, pese a su recelo de dirigirme la palabra y lo reacio que se notaba, minutos después deslizó suavemente sus manos hacia mi cintura y las dejo allí.

Oí a gente pasar por donde estábamos pero suponía que estaban demasiado ebrios para reparar en dos muchachos tirados sobre la arena, uno encima del otro en medio de la oscuridad. Allí tirados, sin hablarnos pero aun así pegados el uno al otro pude ver lo terco que podía a llegar a ser Jeno cuando algo realmente le había molestado. O cuando simplemente creía que tenia la razón. Y conformándome y haciéndome al hecho de que sus cercanía era lo único que iba a ceder; moví mi rostro hacia el suyo hasta que mi nariz tocó su mejilla y pude aspirar el aroma natural que desprendía su piel. Y era tan suave que no pude evitar frotar la punta de mi nariz, al punto del que parecía un cachorro buscando atención.  Pero aun así el maldito seguía ignorándome, y cuando busque sus labios para besarlo no me lleve otra cosa mas que su rostro moviéndose para evitarlo.

Esta bien, podía aceptar el hecho de que estaba enojado y lo que sea. Podía dejar de lado mi orgullo y ser yo el que intente arreglar las cosas y podía aceptar que no hable. Pero por nada de este maldito mundo estaba dispuesto a aceptar eso ultimo, porque la poca dignidad que mi ser poseía se estaba yendo a la basura para que el muy idiota se haga de rogar y me rechace.

De un tirón, me aparte de él y observe como se levantaba sobre sus codos para verme. La maravillosa idea de pisarlo o patearlo cruzo por mi mente pero ya era demasiado por un día.

— ¿Jaemin? — pregunto con la voz ronca mientras me veía alejarme.

— Y un demonio Jeno, vete a la mierda imbécil. —

 Se levanto para seguirme y volvimos a la casa juntos, pero en ese recorrido a pie no había nada más que la incomodidad del silencio de dos personas que no se hablaban. Caminábamos el uno al lado del otro, con nuestros brazos casi rozándose pero la mirada fija al frente, sin voltear en ningún momento. El trayecto fue silencioso entre ambos pero la ciudad estaba tan despierta como si fuera de día y aunque eran altas horas de la noche, aun había personas festejando y haciendo bullicio.

Cuando llegamos a casa oí a mama y papa riendo en la sala, asombrado de que estuvieran juntos a estas horas festejando. Seguí de largo, sin reparar mucho en su presencia. Perdí a Jeno mientras subía las escaleras, dejando de oír su caminar detrás mío. Termine en la ducha con el agua fría corriendo y yo aun vistiendo el traje. Tal vez suene de locos pero hacer algo tan desestructurado y fuera de lo normal como lo era pararte debajo del chorro de agua helada aun llevando prendas de vestir era tan terapéutico como poco habitual. Y la serotonina se disparaba por mi anatomía mientras mi mente tarareaba una vieja canción y sentía la tela pegarse a mi piel. Sentado contra los azulejos fríos, con el agua cayendo y ahogándome por momentos no podía pensar en otra cosa que no fuera lo diferente que se había tornado mi vida desde la llegada del muchacho que dormía unas puertas al lado. Lo entumecido que me había sentido antes de conocerlo y lo rápido que había cambiado. Porque antes no había muchos sentimientos en mi vida, solo la pesada y constante tarea de seguir existiendo; de manera desconectada y casi dormida pero aun así seguir respirando. Viviendo por el simple hecho de no dejar de hacerlo, no por estar motivado. 

Y ahora había tantas sensaciones nuevas o que ya había olvidado que hasta se me hacia difícil describirlas y catalogarlas. Y se sentía demasiado estimulante para un cuerpo y una mente que habían estado dormidas por mucho tiempo.

Sali del baño con el cabello mojado, dos grandes bolsas negras debajo de los ojos y oliendo a flores, o eso decía el slogan del jabón que había utilizado. Camine dejando un rastro húmedo hasta mi habitación y cuando abrí la puerta no había nada mas que la oscuridad serpenteante esperándome. Las cortinas estaban cerradas así que ni siquiera la luz de la luna podía iluminar la negrura de mi habitación. Camine a ciegas, sin el atisbo de encender la luz para no arruinar el ambiente. Pero cuando corrí una de las cortinas; dejando que la tenue luz iluminara parte de la habitación, salte del susto al ver a Jeno sentado en la silla frente a mi escritorio. Con un aspecto tan fantasmal como aterrador, lleve una mano a mi pecho intentando calmar a mi pobre corazón y  chille: — ¡Dios mío! ¡Jeno!

No se inmuto a mi casi desmayo, solamente sigo observándome.

— ¿Qué diablos haces aquí?  — brame, sintiendo los latidos desenfrenados de mi corazón golpetear contra mis costillas.

— ¿Podemos hablar? 

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The Beach [Nomin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora