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Jeno.

Odiaba el silencio.

Nunca me había gustado escuchar mis pensamientos y por eso amaba el ruido, cualquier sonido que fuera lo suficientemente ruidoso para acallar la voz en mi cabeza era lo mejor para mi.

Y por alguna extraña razón, aquel día la casa estaba sumida en un silencio sepulcral, habia estado solo lo que llevaba de la mañana e iba a encender la radio o el televisor para cortar el espeso ambiente que se había formado pero el ruido del teléfono fijo sonando me lo impidió. Un escalofrío recorrió mi columna y erizo los bellos de mi nuca.

Debí suponer que algo malo estaba por pasar, eran tantos los detalles que había presenciado que aún sigo sin entender como no lo noté.

Hacia frio afuera, el invierno había llegado y con el las calles cubiertas de hielo y la nieve por doquier. La chimenea estaba encendida y el sonido del fuego consumiéndose fue lo único que escuché antes de atender. Mi corazón dio un salto y por una milésima de segundo dejo de latir. No tuve reacción alguna, solo colgué y salí disparado hacia el hospital.

No recuerdo mucho luego de eso, solo que lloré como nunca en mi vida. Estaba hecho un ovillo en un rincón del pasillo del hospital con las mejillas húmedas, ojos rojos y el corazón marchito.

Mamá estaba muerta.

Un accidente de tráfico lo resumía todo.

Al día siguiente fue su funeral, muchas personas que no conocía fueron a darle un último adiós a un ataúd vacío, porque no había un cuerpo para despedir. Todos vestiamos de negro y nuestros rostros parecían lienzos manchados. Llovía a cántaros y yo era el único sin paraguas, con las gotas gruesas de agua mojando mi traje.

Nunca me había gustado vestirme todo de negro, mi tez blanca como un papel parecía aun más pálida y las venas azules brillaban bajo mi piel. Parecía un muerto en vida y así era exactamente como me sentía.

Muchos se acercaron a darme sus condolencias, no me importaba ninguno de ellos. Así que luego de que el ataúd fuera tapado por la tierra y aquel sacerdote terminara de hablar me fui en silencio. Caminé por todo Seúl bajo la lluvia, camuflando las lágrimas que corrían por mis mejilla con las manos en los bolsillos de mi pantalón y la mirada baja. Preguntándome porque alguien como ella se había ido. Entre tantas personas, algunas peores que otras, mamá era la que ahora ya no respiraba. Y tenía tanto por vivir, una mujer joven y vivaz que no se había derrumbado por más problemas que hubiera tenido. Dejándome solo.

Dos personas de Servicios sociales estaban parados frente a la puerta de mi casa esperándome. Entramos los tres, yo dejando un rastro de agua a lo largo del pasillo, con el cabello goteando. Hablaron tantas cosas que no oí, mi mente se había bloqueado y solo captaron mi atención cuando dijeron que mi tutor legal era alguien que vivía en Hawái. Al parecer un amigo muy cercano de mi madre era el que ella había elegido como mi guardián si algún día pasaba algo.

Y no me asombró en lo más mínimo, después de todo siempre habíamos sido ella y yo. Había quedado embarazada de joven y mi padre era mayor que ella, estaba casado, con un hijo.

Tuve tres días para empacar todo y luego tomar un avión que cruzara el océano hacia mi nuevo hogar. La mujer que me acompañó por ser aún menor de edad me habló un poco de ellos y lo que más me llamó la atención fue el menor de los hijos del amigo de mi madre.

Su nombre era Na Jaemin y era unos meses menor que yo. Creí que podriamos a llegar ser amigos pero la ilusión se desvaneció cuando lo vi pasar el umbral del pasillo. Era un muchacho alto, tal vez de mi estatura, y delgado, demasiado para mí gusto. Tenía la piel bronceada y las facciones delicadas, así como un ángel de las pinturas; pequeño y frágil. Pero cuando me miró, su rostro de asombro se llenó de repudio y sus pupilas se dilataron. La mirada de un demonio salió a la luz y su pronunciada nuez de Adán se movió de una manera escalofriante cuando tragó, tensando la mandíbula.

Le sonreí, dejando que mis ojos se volvieran dos finas líneas pero solo murmuró algo entre dientes y se fue.

Al parecer no le agrade.

Pero la señora Na se había ganado un pedacito de mi corazón en la hora y media que llevaba sentado con ella en la sala. Al igual que su hijo menor tenía las facciones delicadas y una voz melódica, la piel morena era un poco más oscura que la de su hijo y ella si era amable. Conversaba conmigo, tomaba mi mano y tenía demasiados gestos maternales para conmigo, algo que hizo que mi corazón se sintiera cálido junto a ella.

El señor Na, por otra parte era alguien más conservador a comparación de su esposa. Había crecido con las normas de Corea y aunque ya no vivía más allí, las tenía muy presente. Se acercó a mi y me trató como a un hijo, ambos lo hicieron.

Pero en ningún momento se preocuparon por aquel muchacho escalera arriba. Jaemin no bajó a cenar y ninguno de los dos se molestó en llevarle la comida, tal vez por ello estaba tan delgado.

Luego de cenar juntos, la señora Na me llevo a la habitación donde dormiría. Me sorprendió ver que era la de alguien más, todo estaba en perfecto orden e incluso había unos fotos colgadas en una pizarra de corcho que había en la pared. Busco unas sábanas en la habitación de Jaemin, que estaba junto a la mía y me dijo que ya estaba dormido así que no había problema en que durmiera allí. Luego me dio un beso en la frente, deseando me dulces sueños y salió de la habitación.

No me dormí enseguida, la curiosidad fue más fuerte y terminé revisando la habitación. El armario estaba lleno de ropa de varón, había una teclado eléctrico en un rincón y cinco fotos. Supuse que la habitación era de su hijo mayor, que por alguna razón no estaba en la casa. En las fotos siempre aparecía el junto al que creía era Jaemin, pero a diferencia de ahora, él se veía alegre y sonreía. Estaba más gordito y sus ojos brillaban.

La culpa de haber indagado en algo que no era de mi incumbencia me atacó luego de haber dado vuelta la habitación buscando y me volví a la cama para dormirme.

Pensé que vivir con completos desconocidos iba a ser una tortura, pero me había equivocado.

🌊

La señora Na me había despertado preguntándome si quería acompañarla mientras preparaba el desayuno, así que baje con el pijama puesto y me senté en una de las sillas alrededor de la isla que había y la observé cocinar.

Su cabello negro y la piel morena brillaban debido el sol que entraba por los ventanales y ella hablaba alegremente. El recuerdo de mamá vino a mi mente y sonreí en su memoria. Aún dolía, dolía mucho pero tenía que ser fuerte y afrontarlo.

Jaemin entró un rato después, luego de que su padre lo levantara a los gritos. Bajo con el cabello desordenado y los ojos un poco rojos. Saludo a su madre, evitandome a toda costa pero ella solamente lo ignoró.

— Hola Jaemin.

Me volvió a ignorar pero su madre notó su presencia y lo saludó enérgicamente.

¿Que pasaba por la mente de ese chico?

Lo observé atentamente, apoyando mi rostro en el dorso de mi mano. Sacó una pequeña caja de leche y comenzó a beberla echando su cabeza hacia atrás y ensanchando su pecho, provocando que la camiseta  que lleva puesta se levantara un poco y dejara a la vista su vientre plano.

Espera... ¿Qué?

Negué mentalmente y volví a su rostro pero cuanto me arrepentí  al ver que un poco de leche se había derramado por su comisura y paso su lengua para limpiarse.

Una ola de calor me pegó repentinamente, mis mejillas ardieron y entre en pánico cuando lo que había entre mis piernas comenzó a despertar. Salí disparado al baño, diciendo alguna excusa boba y encerrando me allí adentro, considerando como solucionar el maldito problema en mis pantalones.

Porque me había dado una jodida erección viendo una bobería, y peor aún, siendo el causante otro chico.

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The Beach [Nomin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora