26. Abundante sangre.

126 8 3
                                    

Chrystalle

—Te traje pizza, creo que hace muchas horas que no pruebas bocado —entró Helen por la puerta, cerrándola con seguro, mientras sus fríos y azules ojos analizaban el panorama, posándolos al final, en mí. Depositó la caja de pizza en la mesa del comedor y se acercó a mí.

—¿Me tienes miedo todavía? —se arrodilló frente a mí, mientras acariciaba con su dedo mi mentón, y lo levantaba para que lo viera directamente a sus ojos. Rápidamente giré mi cabeza, apartando su mano de mi rostro.

—Claro que no. Estoy aquí porque quiero, ¿no puedes ver lo feliz que estoy? —comenté, sarcásticamente.

Su mirada se endureció y sus atemorizantes ojos se clavaron en mí.

—Qué insolente eres, Chrystalle. Aunque sea come un trozo de pizza, no quiero que mueras, al menos no de inanición —soltó una escalofriante risita, para después extenderme un trozo de pizza, que acepté rápidamente.

—¿Dónde está Jack? —pregunté, después de un rato.

—¿Es lo único que te importa? —preguntó, con fastidio.

Después de comer el trozo de pizza, mi estómago se revolvió, sentí una fuerte punzada. Agarré mi estómago con una mano. Oh, mierda. No ahora, por favor.

—¿Qué te pasa? —inquirió Helen, con preocupación. O no, mas bien, con curiosidad.

—¿Dónde está el baño?

—¿Tienes bulimia o algo así? No vayas a vomitar, no te hace falta, no seas tonta.

—¿Dónde está el puto baño? —pregunté, irritada.

El idiota de Helen abrió la boca para decir algo, pero la volvió a cerrar rápidamente y señaló con su cabeza una puerta. Corrí hacia el baño y me encerré allí. Bajé mis bragas y éstas estaban manchadas de sangre. Lo que me faltaba. Qué dichosa soy, estoy en Dios sabrá dónde, con uno de los idiotas secuaces de Jack, que aunque no me da miedo, me da mala espina, y ahora viene Andrés, el de cada mes. No podría empeorar esto.

—¿Qué rayos haces ahí dentro? —preguntó Helen del otro lado de la puerta.

—Déjame en paz —respondí, sin importarme que mi vida podría estar en juego por responderle así.

Se escuchó un estruendo, mientras de una patada, Helen abría la puerta del baño y entraba, escrutando mi rostro, para posar su mirada, pocos segundos después, a mis manos ensangrentadas.

—¿Pero qué... —empezó a hablar, hasta que calló al entender la situación. Me miró una vez más, con recelo, para después alcanzar unas cuantas servilletas y limpiarme las manos cuidadosamente, tirando después al bote de basura las servilletas sucias.

—Ven, levántate. No tenía previsto esto. Tendremos que ir a comprarte... —hizo una pausa, como si tratara de recordar algo—. Toallas sanitarias.

Llegando al supermercado, Helen me susurró lentamente al oído.

—Tratas de huir, o de pedir ayuda a alguien, y te juro que a donde quiera que vayas, te encontraré. Te mataré, y usaré tu sangre para hacer una hermosa pintura. ¿Entendido? —gruñó, asentí rápidamente y lo seguí por detrás, yo era algo así como su perro faldero. Pero no tenía otra opción.

Después de comprar lo necesario, le dije a Helen que tenía que ponerme la toalla en ese instante, pues si no lo hacía probablemente mancharía el asiento de su carro con sangre, mucha sangre. Oh sí, flujo abundante, baby.
Entré al baño, mientras Helen esperaba, o mas bien, escoltaba afuera del baño para que no me escapara.

Me vi en el espejo, sonreí. Una sonrisa falsa, pues no estaba feliz, estaba lejos de mi hogar, de mi familia, amigos, de todo lo que conozco, con un desconocido que amenaza a cada segundo con matarme y usar mi sangre para pinturas.

—Pero qué preciosa sonrisa. ¿Me extrañaste? —una gutural voz habló detrás de mí, solté las toallas sanitarias y giré rápidamente, encarando a la persona que había hablado.

—Jack... —dije con un hilo de voz, impresionada, por su repentina aparición. No era como si esperase encontrármelo en el baño del supermercado, a punto de ponerme una toalla sanitaria.

Jack vio lo que se encontraba en el suelo, y después de soltar una carcajada, agarró las toallas y me las dio.

—Veo que estabas ocupada —sus profundos y oscuros ojos atraparon los míos, viéndome de forma burlesca, lo único que quería era abrazarlo y abofetearlo por haberme dejado sola con un imbécil llamado Helen. Esperen, ¿qué me impedía hacer eso?

Terminé la poca distancia que había entre nosotros, lo abracé sin esperar que él lo hiciera,  pero él me estrechó entre sus brazos, y acarició mi cabello, sus frías garras hicieron contacto con mi cuello.

Lo miré, él me miró. Intercambiamos miradas.

—¿Vas a besarme? —preguntó, con su voz de ultratumba. Una voz tan grave que te provocaba escalofríos, me encantaba.

Levanté mi mano, y le propiné una fuerte bofetada. Después agarré sus mejillas entre mis manos, y atrapé sus labios entre los míos.

—No quiero arruinar la atmósfera romántica —comentó, después de aquel beso—, sin embargo ¿no sabías ya que yo no siento dolor? Pero bueno, supongo que fue algo tranquilizador para ti golpearme.

—Has arruinado el momento totalmente —fruncí mis cejas, dramatizando el momento—. Pero tienes razón, es terapéutico abofetearte. ¿Puedo hacerlo de nuevo? —pregunté, bromeando.

—Las veces que tú quieras —comentó él, alargando su sonrisa, después de juntar nuestros labios en un corto beso—. Bien, tenemos que irnos.

—Helen está afuera, esperándome.

—¿Y ahora es tu amigo? ¿O qué mierdas me importa eso? —gruñó Jack, viéndome con sus negros ojos, que se volvieron aún más oscuros, mientras contrastaban con su pálida piel.

—No, es sólo que... Bueno, lo decía porque pensé que eran amigos.

—Pensaste mal, otra vez. Simplemente teníamos intereses en común. Y ahora que ya no los tenemos, ya no me hace falta. No seas idiota, Chrystalle —comentó, agarrando agresivamente mi muñeca y jalándome hacia él—. Cierra tus ojos, y no los abras hasta que yo te lo diga.

Cerré mis ojos fuertemente, y sentí a mi alrededor un frío intenso, y un viento abrumador consumía mi cuerpo. Duró unos cuantos segundos, hasta que se detuvo. Y sólo se escuchaban nuestras respiraciones.

—Abre los ojos.

Los abrí y vi a Jack, a mi lado. Nos encontrábamos en una habitación que no conocía.

—¿Dónde estamos? ¿Nos teletransportamos? —pregunté, aturdida.

—Lejos de Helen, lejos del peligro. Por ahora. Y sí, nos teletransportamos.

—¿Por ahora?

—¿Tú crees que Helen era el único peligro, Chrystalle?

—Bueno, no sé muy bien a qué peligro te refieres... —susurré, mirándolo expectante.

Suspiró pesadamente.

—¿De verdad no entiendes? ¿No entiendes que estás rodeada de peligro? Helen es un peligro, Ben fue un peligro, Jeff también fue un peligro. Y tú sigues aquí, viva, después de todo. Has vencido todos los peligros que se te han presentado, al menos hasta ahora. Pero, ¿acaso sabes qué otros peligros te esperan? No, no lo sabes. Yo soy uno de ellos, yo soy un peligro para ti. Y creéme cuando te digo que soy el único peligro que no podrás vencer. Y eso es lo que temo, Chrystalle. Que no me puedas vencer.

Activity X |Laughing Jack|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora