Capitulo 69

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—Veamos. Íbamos tarde porque Gigi no me dejaba ponerle la correa. Habitualmente a las seis y cinco ya estamos en la calle, pero esta mañana eran casi y cuarto.

Justin vio acercarse el vehículo oficial de Ben.

—Por favor, señor Guzman, ¿vio usted algo?

—Sólo una limusina negra aparcada que arrancaba para irse. Aceleró demasiado rápido y dejó marcado el asfalto. Eso va fatal para los neumáticos.

«Abruzzi tiene una limusina negra», pensó Justin.

—¿Pudo usted ver quién había en el interior del coche? ¿Vio la matrícula?

—No —negó el vecino con la cabeza—, lo siento. Tenía las ventadas tintadas y yo no tenía ninguna razón para fijarme en la matrícula.

El Plymouth de Ben se acercó hasta el lugar en el que estaban y aparcó.

—Muchas gracias, señores Guzman. Han sido de gran ayuda.

—La encontrará, ¿verdad? —preguntó Lois.

—La encontraré. Se lo prometo.

Justin abrió la puerta del coche y se sentó en el asiento de delante. Ben aceleró antes de que él hubiera cerrado la puerta.

—¿Has descubierto algo? —preguntó Justin al tiempo que se abrochaba el cinturón de seguridad.

—Anoche hubo un gran concierto de rock en el American Airlines Center. —Ben giró hacia el carril rápido del centro y continuó—: Como en teoría Abruzzi estaba fuera, se llevaron a los chicos de vigilancia a ayudar a controlar a la gente del concierto. Según, consta, el puesto estará sin vigilancia hasta las nueve de esta mañana.

—¡Maldita sea! El cabroon se ha llevado a ______ en plena calle. Su vecino ha visto una limusina negra salir acelerando de aquí aproximadamente a la misma hora.

—Vamos a encontrarla. Sabes que vamos a encontrarla. —Ben lo miró hasta que Justin se volvió hacia él.

—Ya sé que vamos a encontrarla, lo que me preocupa es cómo vamos a encontrarla.

Cogió el teléfono para llamar a la capitana Torres. Pensó que si sabían que Abruzzi iba en la limusina, podrían lanzar una señal de aviso por radio y emplear las cámaras de tráfico para dar con él.

Durante el mes que la unidad de operaciones había estado observándolo, Abruzzi había llevado una vida muy comedida. Había estado en unos diez lugares distintos, siempre los mismos: su apartamento, su despacho, un par de bares en Deep Ellum, una casa en el barrio de Oak Cliff en la que se celebraban unas juergas tremendas y los casinos de Shreveport. Puede que se hubiera llevado a ______ a la casa que tenía en el sur de Dallas. Podían llegar allí en veinte minutos.

Ben interrumpió sus pensamientos.

—Salimos a la carretera setenta y cinco, ¿qué dirección tomo?

—Ve hacia el sur —respondió Justin—. Vamos a comprobar si está en la casa de la zona de Harlandale.

—Esta bien. Puede que para cuando lleguemos Torres tenga ya alguna señal del móvil de ______.

*****

______ estaba cada vez más desesperada. Habían abandonado la autopista y ahora circulaban por una carretera regional. A nadie se le ocurriría buscarla por allí. Necesitaba un plan, pero ¿cuál? Sin contar con la debilucha de Lena, se enfrentaba a cuatro hombres. «Tengo que centrarme en entretenerlo el mayor tiempo posible. Justin me encontrará. Sé que lo hará», se dijo.

—Estás muy callada, _______ —comentó Abruzzi con voz susurrante—. ¿Te aburrimos?

A lo mejor deberíamos tratar de entretenerte. Se volvió hacia la chica que tenía al lado—: Lena, ______ está aburrida. Hazle una mamada a Gordon.

______ se quedó boquiabierta y el matón que tenía a su izquierda se revolvió.

Sin mediar palabra, la chica se levantó, se acercó al ex marine y se agachó frente a él. El tipo separó las piernas y ella se arrodilló a sus pies e hizo el ademán de bajarle la cremallera, pero él le apartó las manos

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