capitulo 83

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La hilera de vehículos policiales y el par de ambulancias viajó sin sirenas hacia el extremo este de la propiedad de Abruzzi y aparcó a lo largo de la carretera.

Justin iba sentado en el asiento delantero del coche patrulla que conducía el sheriff. La capitana Torres y el teniente Jenkins iban en la parte de atrás. Ben, por su parte, viajaba con el ayudante del sheriff en el coche que los seguía.

Lo único que hacía pensar que había alguien al final de aquel camino era el buzón de madera y la alambrada que circundaba el terreno. Un reguero de pinos flanqueaba la carretera hasta donde Justin alcanzaba a ver.

—Allá vamos —animó el sheriff—. La casa queda a unos seis o siete kilómetros por aquel camino embarrado.

—Entonces, ¿nos verán llegar? —quiso saber Jenkins.

—Si vamos en coche, seguro —confirmó el sheriff—. Por eso he pensado que nos acerquemos a pie sigilosamente y sin hacer un ruido.

—No me convence la idea de aparecer a escondidas cuando no contamos con una orden de registro —intervino Torres.

—Bueno, respecto a eso, en cuanto acabé de hablar con ustedes, llamé al juez Burton y le pedí que preparara una. Al viejo no le preocupa demasiado lo de las situaciones probables y ha dictado una orden en blanco que tengo aquí conmigo. Sólo tengo que rellenar el nombre y la dirección —acto seguido mostró un papel blanco que llevaba en el bolsillo de atrás y se lo entregó a Lucy.

Ella se quedó mirándolo en silencio hasta contar tres mentalmente y luego reaccionó.

—Sheriff Parnell, ¿quiere usted casarse conmigo?

Él, que le sacaba al menos veinte años, le dedicó una sonrisa.

—Bueno, si mi Cora me echa de casa alguna vez, esté segura de que iré a buscarla a usted, capitana.

Impaciente por empezar a caminar, Justin interrumpió la bromita.

—Entonces, ¿qué hacemos? Caminar por este sendero y confiar en que no nos vean.

El sheriff se tiró del lóbulo de la oreja derecha como si estuviera ordeñando una vaca.

—La verdad es que sería una pena no usar a los hombres del Equipo de Armas y Ataques Especiales, ya que han venido con ustedes desde Dallas —luego miró al teniente Jenkins y continuó—: Este camino es el único por el que pueden salir en coche de la casa. La salida por la zona norte está bloqueada por un lago de unas cinco hectáreas. Se me ocurre que podemos dividir su equipo en dos grupos y mandar la mitad con uno de mis ayudantes para que se dirijan a la casa por el sur y la otra mitad con otro para que acceda por el oeste. Cuando todo el mundo esté en su sitio, yo me acercaré en coche por la carretera —sonrió—, como en uno de esos movimientos en pinza que solía emplearse durante la guerra.

Los tres agentes de Dallas intercambiaron miradas. Justin fue el primero en hablar:

—Yo quiero ir con usted, sheriff.

—¡No! —respondieron Torres y Jenkins al unísono.

La capitana intervino en primer lugar:

—Detective, Abruzzi ya ha visto su cara. Si usted se presenta allí con el sheriff, perderemos el factor sorpresa.

—Bueno —interrumpió el sheriff antes de que Jenkins pudiera decir algo—, si la chica de este detective es la que está encerrada en aquel sitio, me parece a mí que se ha ganado el derecho a aparecer por la puerta principal —dijo con la mirada puesta en Justin—. Usted se quedará agazapado en la parte delantera dentro del coche hasta que veamos cómo va la cosa.

—Sí, señor —aceptó él.

—Permitan al detective venir conmigo. Yo ya estoy algo mayor y los reflejos no me funcionan tan bien como antes. Me gustará tener compañía.

Así, salieron del coche patrulla y el sheriff extendió sobre el capó un mapa de la zona. El sargento Gómez, a la cabeza del Equipo de Especiales, escuchó las instrucciones de Parnell.

—A mí me parece bien —dijo Gómez.

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