Capitulo 79

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El grupo de Dallas encontró al sheriff sin problemas. Como en la mayoría de las ciudades cabeza de partido en Texas, Travis contaba con una plaza mayor enfrente de los tribunales, tras los cuales, en este caso, se situaba el despacho con su propia entrada.

Antes de acceder al edificio, habían hablado sobre cuál sería la mejor forma de dirigirse a él.

Después de haber comprobado lo difícil que le había resultado a Torres comunicarse con él desde el coche, el equipo había decidido basarse en una estrategia que consistía en dejar que fuera el teniente Jenkins quien hablara. A Torres le entró la risa.

—No sé si las interferencias las ha producido el que sea mujer o el que sea latina.

Winston Parnell era un hombre de gran tamaño, de casi dos metros de estatura y de más de cien kilos de peso. A Justin le bastaron unos minutos para darse cuenta de que la idea de que se trataba de un melón de pueblo quedaba bastante lejos de la realidad. El sheriff los recibió con la amabilidad propia de las ciudades pequeñas: les ofreció café y les indicó dónde se encontraban los baños. Mientras, aquellos ojos de mirada intensa se ocuparon en observar con atención. En un momento de silencio, se acercó a Justin y le preguntó:

—¿Cree usted que va a haber pelea en Oriente Medio?

Ben pidió permiso para hacer uso de la mesa del sheriff y colocar el portátil que Peter Spenser les había prestado. Parnell observó atentamente mientras el detective de Dallas introducía los datos de la limusina de Abruzzi y contrastaba la cobertura del GPS con un mapa topográfico del condado de Eldon. Ben señaló la ubicación del vehículo. El sheriff se inclinó, sentado cerno estaba en su silla de madera, para poder ver el mapa en la pequeña pantalla.

—Veamos, esto es el lago Dillo y aquí está el río. Si lo seguimos hasta este pequeño afluente de aquí…, parece que el coche que buscan se encuentra en la propiedad de uno de nuestros nuevos vecinos: el señor Vincent Cable.

Justin y Ben intercambiaron una mirada.

—¿Y qué puede contarnos sobre el señor Cable, sheriff? —preguntó Jenkins, Parnell se frotó la mandíbula y se rascó la perilla.

—Bueno, llegó aquí hace dos años y medio más o menos. Compró una casa que se había construido uno de esos magnates de la informática —pronunció «mannates»— de la zona de Austin —el sheriff movió la mano para rascarse la nariz—. Había escuchado la historia hacía tiempo. Este tipo, Mathis, lo perdió todo en algún tipo de absorción empresarial y acabó vendiendo la casa tirada de precio. Una soleada mañana —continuó—, el señor Vincent Cable apareció con tres o cuatro tiarrones que me llamaron la atención. Les hice una visita de cortesía, por supuesto, y ya de paso anoté los números de matrícula de todos los coches que vi. Aunque no sirvió de nada: eran todos alquilados —la mirada del sheriff se endureció—. Muy amablemente y de forma muy natural, les dejé claro que en el condado de Eldon no nos van los jaleos de las grandes urbes. Aquí hay alguna plantación de marihuana. Nada serio. Sólo para consumo personal. La gente como Agatha Carson necesita la hierba para aliviar el dolor y las náuseas que le produce el cáncer.

Parnell entrecerró los ojos por un instante y Justin creyó ver en ellos verdadera compasión.

En cuanto el sheriff notó su mirada, abrió de nuevo los ojos.

—Pero aquí no pasamos una que tenga que ver con ese cristal venenoso de alcohol de quemar. Y se lo expliqué al señor Cable, que me respondió que se hacía cargo. —Parnell cogió su sombrero y le quitó unas pelusas inexistentes—. Les comenté que a lo mejor él y sus acompañantes preferían hacer la compra en algún otro lugar porque probablemente no encontrarían en las pequeñas tiendas de los alrededores los productos de consumo que buscaban —sonrió con una expresión nada divertida—. El señor Cable me comprendió enseguida y ni él ni su gente nos molestan en absoluto. Vienen y se van —se puso de pie y se encajó el sombrero—. La verdad es que hasta ahora hemos disfrutado de una buena relación. Aun así, mentiría si les dijera que sentiría que abandonara el condado.

Se produjo un momento de silencio, como un pequeño homenaje que ofrecieran unos experimentados agentes de la ley al reconocer a uno de los suyos. Entonces Jenkins carraspeó para aclararse la garganta y comentó en un tono respetuoso:

—Sheriff, le agradeceríamos mucho que nos aconsejara sobre la mejor manera de acercarnos a la casa.
Parnell parpadeó encantado.

—Pues me alegro mucho de oír eso. Cuando la capitana Torres me llamó, no nos entendimos muy bien y pensé que ustedes querían que me mantuviera al margen.

Esta vez el silencio se hizo incómodo y fue el sheriff quien lo rompió:

—Bueno, yo creo que ya es hora de que les llevemos a visitar al señor Cable. ¿Qué les parece?

Justin estaba esperando en la puerta con Ben. En cuanto escucharon las palabras del sheriff se dieron la vuelta y salieron de la habitación. «______, ya voy. Espérame, cariño», pensó.

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