Capitulo 72

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—Casi hemos llegado, __________ —avisó Abruzzi—. El Claro está a la vuelta de esta curva.

La limusina dio un giro cerrado y la carretera se ensanchó. ______ cerró los ojos cegada por la luz brillante que golpeó el coche al abandonar la protección de los pinos. Ante ellos apareció un lago y en la orilla de enfrente podía verse una casa de un piso construida con madera de cedro y cristal, rodeada por un porche amplio bajo el cual había unos bancos corridos.

En la corta distancia que separaba la casa del lago había una cuesta que bajaba hasta el agua, donde se distinguían dos embarcaderos: uno para pescar y otro para amarrar el barco.

—Es preciosa, ¿verdad? —presumió Abruzzi—. Se la compré hace unos años por una miseria a un tipo dedicado al negocio de Internet que se había arruinado.

El vehículo se aproximó a la casa muy despacio por el camino que llevaba hasta ella. ______ se inclinó para ver mejor. Habían talado los pinos en un radio bastante amplio alrededor del lago y de la vivienda, de modo que la luz del sol lo bañaba todo. Las enormes ventanas daban al agua y prometían unas impresionantes vistas desde el interior. Fuera, los patos nadaban plácidamente en las tranquilas aguas a la espera de que saltara algún pez.

—Huelga decir que el lago está repleto de peces —alardeó—. Yo he pescado un siluro de más de cinco kilos con un sedal que resistía los cuatro y medio.

______ no era ajena a lo surrealista de aquella situación. Abruzzi estaba presumiendo de la casa a la que la había conducido para torturarla y violarla.

—Es muy bonito —dijo sin disimular su admiración—. Me encantará que me lleve a dar una vuelta para enseñarme la propiedad.

—A lo mejor… luego —respondió Abruzzi—. Ahora tenemos otras cosas más importantes que hacer.

Augie, el chófer, aparcó la limusina junto a la casa.

—Pues ya hemos llegado, _______ —anunció Abruzzi—. Hogar, dulce hogar.

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—¿Qué mier.da es eso de que están en el condado de Eldon? —exclamó Ben.

Peter Spenser, el dueño de la compañía de alquiler de vehículos de lujo, se encogió de hombros y señaló la pantalla del GPS.

—Mírelo usted mismo. Según el sistema, se encuentran en algún lugar entre Jersalem y Deerhide.

—Pero ¿y eso? —preguntó la capitana Lucinda Torres—. ¿Qué sentido tiene irse hasta allí?

—Necesita un lugar tranquilo en el que imponerle a ______ disciplina —contestó Justin—. Tenemos que llegar allí lo antes posible.

El teniente Jenkins habló por primera vez desde que habían llegado a la oficina de la compañía.

—Esa área queda fuera de nuestra jurisdicción. Tenemos que ponernos en contacto con el sheriff del condado de Eldon o avisar al FBI.

—¡No, por Dios! —protestó Justin—. No metan en esto a los malditos federales. Seguro que logran que la mate.

La capitana Torres tomó a Peter Spenser por el brazo y lo acompañó hasta la puerta.

—Muchas gracias por su ayuda, señor Spenser. Ahora necesitamos unos minutos para decidir qué medidas adoptamos.

Una vez que el civil se hubo marchado de la habitación, dio comienzo la conversación de verdad. Ninguno de los miembros de la policía quería meter a los federales, de modo que acordaron que el teniente Jenkins llamaría al agente especial del FBI encargado de Dallas y lo avisaría de que había una denuncia de desaparición, sin darle detalles. Así habría pruebas de que habían notificado al FBI un posible secuestro, aunque Jenkins trataría de no insistir en lo de «posible secuestro».

—Esperemos que podamos solucionar todo esto hoy mismo. Si no, tendremos que incluir al FBI mañana —advirtió Lucy Torres con rotundidad.

—¿Podemos ponernos a ello? —rogó Justin—. Ya son más de las diez. Tenemos que ir al condado de Eldon volando.

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