CAPÍTULO EDITADO.
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La noche había caído cómo un velo de penumbra, cargado de pequeños focos apenas destellantes en el. Nada más. El silencio fue estremecido por pequeños gritos ahogados; percibidos tan sólo por una mano varonil. Lamentos y súplicas eran arrebatados sin descaro alguno por una sonrisa siniestra y unos ojos chispeantes llenos de lujuria y maldad.
Miedo. Pánico. Odio. Rencor.
— ¡Chits niña! —bramó el hombre en un susurro fuerte—. Si te quedas quieta lo disfrutaras tanto cómo yo, ya verás...
Sujetó el delgado cuerpo de la joven con más presión contra su cuerpo impregnado de alcohol y cigarro, una mezcla repugnante, mientras iba depositando besos sucios y nauseabundos por su cuello.
— Por... favor... no... —sollozaba suplicante para que la dejara. No obstante la mente de aquel hombre estaba lejos de dejarla en paz.
La tensión y rigidez se apoderaron de su cuerpo al sentir como bajaba una mano grande y callosa por su muslo expuesto, puesto que ya le había arrancado de un tirón el pantalón de pijama. Se removió con vehemencia, lanzando patadas e intentando arañar el rostro de su atacante, sin embargo, esta acción volvió a ser inútil; su cuerpo no era más que una cucaracha ante aquel muro de carne mugrienta.
Gritó. Pateó. Suplicó. Hasta que su cuerpo quedó flácido sumiéndose en una oscuridad absoluta. El hombre sonrió al verla inconsciente bajo su cuerpo, y sin esperar más le arrebato la poca prenda que le quedaba, dejándola totalmente a merced de él. Relamió sus labios lascivo y emprendió su maldad.
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— ¡Amelia, niña baja ya!
La nombrada levantó su rostro. Ante ella, una joven de diecisiete años le devolvía la mirada con ojos lastimeros e irascibles. Rozó con las yemas de sus dedos un pequeño pero visible moretón que se había formado en su pómulo izquierdo y una mueca de dolor se le dibujó en el rostro. Sus manos cayeron sobre el lavamanos aferrándose a este en un intento para soportar un poco el peso de la frustración.
Había vuelto a suceder y, con cada vez que pasaba, su atacante se tornaba más agresivo, sin importar las marcas que su cuerpo reflejase al día siguiente; pero, la verdad es que esas eran las que menos le dolían, pues su alma se ennegrecía de una forma que no quedaba ya rastros de la Amelia de hace ya siete años atrás cuando llegó a esa casa. Poco a poco iba muriendo y era lo que más anhelaba, morir.
« ¿Por qué no termina con mi vida de una vez? »
Una lágrima rodó involuntaria por su mejilla y sin contenerse más, dejó salir el resto aflojando la presión en su pecho.
Cerró los ojos imaginando que todo era una vil pesadilla y que al despertar, su padre se encontraría a su lado susurrándole al oído mientras le acurrucaba entre sus brazos «No temas pequeña, sólo es un mal sueño. Papá está aquí. Te amo. »
Inhaló y exhaló calmando el episodio de pánico que amenazaba por tomarla en cualquier momento. Sus nudillos se pusieron blancos mientras se aferraba con ahínco.
«Inhala, exhala. » La voz de Sandra, su mejor amiga, llegó como agua fresca.
Dio un respingo al oír el chirrillo de la puerta de la habitación al abrirse, y microsegundos después pisadas de tacón. Se lanzó hacia adelante por impulso, y con todo su cuerpo tembloroso se recostó contra la puerta del baño cerrándola con seguro. Conocía perfectamente la dueña de esas pisadas, y lo menos que quería era ser encontrada en ese estado tan débil, no precisamente por ella.
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Aunque Sangre el Alma
Ficção AdolescenteUn accidente dio paso a que la vida de una risueña niña fuese transformada por completo. Las diferentes circunstancias que vivirá Amelia, será un martirio que la va acorralando hasta un abismo sin fin. ¿Podrá huir de sus demonios? ¿Huirá antes de ca...