CAPITULO 4

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Aquella noche Amelia no pudo conciliar el sueño. La imagen de Bruno llegaba a su mente de una forma que no encontraba manera que desapareciera. A la mañana siguiente despertó antes que Sandra y sin despedirse de ella se marchó, deambuló un rato por las frías calles hasta que el sol comenzara a calentarle un poco, su mente estaba echa un lío. Ese día faltó a clases y como era de esperarse Sandra la llamaba sin cesar; no le contestó. Regreso a casa de sus tíos sabiendo que ellos no estarían, era su momento para tomar sus cosas y desaparecer por entero de sus vidas; Sandra llegó a su mente y de un momento a otro unos ojos miel la estremecieron, <<Bruno>>. Por alguna extraña razón que no comprendía pensaba en el hermano mayor de la pelirroja, algo en él le atraía, y nunca había sentido esa atracción por nadie.

Las horas pasaban y ella aún se encontraba en su habitación dudosa. ¡Quería largarse de ahí! Entonces, ¿por qué demonios no lo hacía? Las lágrimas rodaban por sus mejillas como lejía, y el nudo en la garganta estaba lejos de aflojarsele, y tomando la lamparilla junto a su cama la aventó estrellándola en el suelo; eso solo fue el comienzo del gran destrozo de la habitación.

-¡Pudranse todos! -gritó con ímpetu.

Cayó de rodillas al suelo con los brazos lánguidos y la cabeza hacia atrás, cerro los ojos con fuerza y busco en sus recuerdos los rostros de sus padres, el pecho comenzó a dolerle como agujas clavándose en el.

-No sé que hacer... -susurró-...no quiero esto... -señaló su estomago.

No lo quería. ¿Cómo querer algo que no pediste? ¿Cómo querer al hijo de tú enemigo? ¿Cómo querer el fruto de... tú abusador? Ella se rehusaba a llevar el hijo de ese bastardo mal nacido. Quizás si él se enterara tampoco lo querría.

Esta vez se puso de pies decidida a irse, tomó su morral y colocándolo en la cama comenzó a meter su ropa. Luego fue en busca de sus papeles que guardaba dentro de una caja de zapatos resguardada bajo la cómoda; sacó la caja y la desesperación la embargó; los papeles no estaban. Buscó por toda la habitación hasta lo más mínimo y maldijo cada vez que no los hayó. Salió disparada hacia la habitación de Teresa y Gerardo -sus tíos -, abría los cajones uno por uno y cuando llegó al último la voz gruesa y rasposa de Gerardo la inmovilizó. Trago con fuerza con el corazón latiendole al mil.

-Creo que buscas esto... -Amelia se tensó al escuchar pisadas acercarse, y entonces sintió un aliento caliente en su cuello; Gerardo la tenia a merced de él-, ¿no es así?

Gerardo lanzó sus papeles de identificación delante de ella, y ella maldijo con todas sus fuerzas la hora en que nació. El hombre tras ella rozaba su nariz por su cuello aspirando su aroma extasiado, Amelia quería vomitar asqueada, aunque antes quería arrancarle la cabeza o quizás dejarlo sin corazón.

Días atrás, Teresa entró en la habitación de Amelia mientras ella escondía la caja de zapatos debajo de la cómoda, en ese momento disimuló haciéndole creer que no la había visto. Amelia era tan ingenua que le creyó.

Gerardo la hizo girar tomándola con fuerza, la miró con los ojos como lagunas oscuras y Amelia se estremeció sintiendo el odio a flor de piel.

¿Podría haber un sentimiento mayor al odio? Si lo habría entonces ella sentía eso.

La noche cayó. El móvil de Amelia seguía sonando sin cesar.

Sandra se encontraba en su habitación hecha una furia. Bruno la observaba desde el umbral con los brazos cruzados.

-¡Largate Bruno! -vociferó la pelirroja marcando nuevamente el número de Amelia. Nada, seguía sin contestar. Desde el momento que despertó y no la vió a su lado la buscó por toda la casa y cuando se percató de que se había ido sin avisarle se entristeció. Decidió que esperaría a hablar con ella cuando la viera en el colegio pero mayor fue su sorpresa que Amelia no apareció en ninguna de las clases. La llamó mil veces y no respondió ninguno de sus mensajes.

Aunque Sangre el AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora