CAPITULO 23

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  —¡Ábrelos! —sollozó más fuerte. Nada—. ¡Mírame, por favor! —se giró hacia Gerardo, quién se encontraba sereno con los brazos cruzados sobre su pecho—. ¡¿QUÉ LE HICISTE, MALDITO?!

  Gerardo se encogió de hombros como si no fuese torturado a aquella joven con sus propias manos. Le había dejado el rostro magullado, al igual que todo su cuerpo, sus manos colgaban apresadas a una cadena gruesa sujeta al techo mohoso, apenas y sus rodillas tocaban el suelo proveyéndole un descanso del peso de su cuerpo. Su cabello rojizo se hallaba sucio, lleno de su sangre, sudor y lo que parecía ser tierra. Su estado deplorable acuchilló el corazón de Amelia, ¿cómo era posible que ese hombre, tan bien vestido, elegante, "buen policía", era capaz de tales atrocidades?

  —No quiso decirme dónde estabas —pasó su vista de Amelia a su víctima inconsciente, y de nuevo a la castaña—. Además, quería divertirme un poco, ¿eso es malo? —terminó con un tono inocente.

  Amelia estuvo a punto de lanzarsele encima, pero un balbuceo la detuvo. Se dio la vuelta, mirando entre lágrimas el rostro magullado de Sandra. La pelirroja no podía abrir los ojos por la hinchazón y sangre seca en ellos, mas sin embargo, con un murmullo dejó saber que la había escuchado. La castaña sintió un aire de alivio, aunque igual la preocupación y el enojo no se desvanecieron del todo. Con el volado de su vestido limpió parte de la sangre, aunque fue en vano, ya que prácticamente toda estaba seca.

  —Sand, soy yo, Amelia —expresó con suavidad—. No te preocupes, saldrás de aquí —bajó la voz para que solo su amiga la oyera. Escuchó a Gerardo colocarse a su espalda, su cuerpo reaccionó poniéndose rígido, y suplicó internamente que la hay escuchado, luego de un minuto añadió—. Estarás bien, yo estoy aquí... No estás sola...

  —Qué hermoso reencuentro —Amelia se estremeció al sentir sus dedos rozando sus brazos desnudos, olfateó su cabello y cuello, le dio un beso en su hombro, para luego alejarse y erguirse volviendo a su posición severa.

  —¡Sueltala! —la castaña soltó a Sandra, y poniéndose derecha, lo más rápido que pudo, quedó cara a cara a él—. Ya me tienes a mí, deja la ir. ¿No te bastó con asesinar a sus padres? Ellos... no se merecen sufrir por mi culpa.

  —Bien has dicho, pero... —hizo una pausa tomándole un mechón de cabello—, ¿qué me consta a mí, que no volverás a salir corriendo a los brazos de ese muerto de hambre? —Amelia sintió un enojo profundo al oír como se refería de Bruno—. Aunque ahora, tengo mucho más poder que antes... —llevó el mechón tras su oreja sin dejar de mirarla—, Las influencias son mayores, justo ahora, sé dónde y con quién está... Con un chasqueo de mis dedos y ¡pum! —Amelia dio un respingo al ser apuntada con una pistola imaginaria que él formó con su mano.

  Rió sádico al ver su rostro horrorizado. Nuevamente logró aterrarla dejando toda valentía atrás.

  —Prometo no irme —se apresuró a decir casi como un ruego—. Déjalos en paz. Tú hijo y yo estaremos contigo siempre... ¿Es lo qué querías? Lo tendrás, pero, por favor... —sollozó clavando sus ojos en Sandra.

  El rostro de Gerardo se iluminó al escucharla. Ese era su mayor deseo. Su Constanza y su hijo solo eran de él, de nadie más. Mas sin embargo, no soltaría a la pelirroja fácilmente, no hasta tener al niño en sus manos y cerciorarse de que la castaña no se iría de su lado, nunca.

  Sandra murmuró palabras incomprensibles. Amelia quiso acercarcele de nuevo, pero la mano de Gerardo la detuvo con fuerza. Lo fulminó con la mirada tratando de zafarse.

  —Aún no —sonrió malicioso.

  —¿Qué? —preguntó incrédula—. Dijiste que la soltarías...

Aunque Sangre el AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora