CAPITULO 12

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  Los días transcurrieron con lentitud para Bruno. Ese día en la pizzería se dejó guiar por el orgullo, la había visto marcharse y no hizo nada por evitarlo, <<Idiota>> dijo luego de un rato, y en cuanto salió a la calle no la vió, Amelia se había marchado lejos. Si el ser imbécil fuese una carrera de seguro ya tenía el máster en ello.

  Para Sandra se podría decir que todo iba de maravilla, había tomado la dura decisión de hacerse a un lado para Amelia, la verdad era que le costó mucho más de lo que hubiese imaginado, le partía el corazón el no hablarle, verla o sentirla; sus calificaciones escolares mejoraron considerablemente, y esto era debido al muchacho aspirante a médico que dormía a su lado: Diego Noriega en los últimos días se había convertido en mas que su tutor académico, y aunque no negaba que el muchacho era un buen partido, en realidad no lo sentía así. La pelirroja lo miró dormir plácidamente y no pudo evitar sonrojarse al recordar la noche anterior.

  —¿Estas segura? —preguntó Digo directamente a sus ojos, y ella asintió cerrándolos—. Si no lo deseas, yo me detengo, no pasa nada, ¿bien?

  Sandra volvió a asentir con el rostro caliente, tragó saliva y abriendo sus ojos se encontró con los ojos brillantes de él. Diego le dedicó una sonrisa tranquilizadora.

  —Sí, sí estoy segura. —tomó el dobladillo de su suéter rosa quitándoselo, y en cuanto estuvo en brasier fue el turno de Diego tragar grueso.

  El muchacho examinó cada centímetro de ella con la yema de sus dedos provocándole un estremecimiento bastante agradable; su tacto era paulatino, tanto que a la pelirroja le pareció eterno, el deseo y la excitación que sentía en ese momento nubló su mente y tomando ella el control asió de él llevándolo a la cama. Subió a su regazo colocándose a horcajadas, y con sus dedos delineó su abdomen marcado, él sonrió socarrón al notar el efecto que producía en ella.

  —Todo es tuyo. —ella lo miró apretando los labios y Diego borró la sonrisa de los suyos—. Hey, nena, ya te dije que si no estas...

  —No. —negó al darse cuenta de su respuesta—. ¡sí! Es decir, si estoy segura, sólo que estoy nerviosa... Ya sabes por qué...

  Diego tomó su rostro entre sus manos para que lo viera y luego de unos segundos la besó. Un beso tras otro subió la temperatura en ambos, y en cuanto la pelirroja sintió su virilidad hacerse presente presionando su parte mas sensible gimió sintiendo como su cuerpo pedía más. Comenzó a moverse rozando sus cuerpos y él la tomó de la cintura guiándola, el ritmo aumentó provocándoles placer hasta sentir una explosión fascinante recorrerle el cuerpo, se dejó caer con la respiración agitada sobre su regazo enterrando su rostro en el cuello del pelinegro, quien se encontraba igual.

  Ese fue el principió, minutos después la habitación se volvió a llenar de sonoros gemidos departe de ambos.

  Se levantó de la cama cuidando de que Diego no se despertara y cuando estuvo fuera de ella se dirigió al baño. Miró su reflejo en el espejo sobre el lavabo, pasó una mano por su cara examinándola y después por su cabello aún desordenado, peinó con sus dedos y luego con una liga lo amarró formando una coleta. Lavó su rostro y enjuagó su boca, no contaba con que se quedara allí, así que no había traído su cepillo de dientes con ella. Salió luego del cuarto de baño de puntillas fijando su vista en el pelinegro que dormía boca abajo, y recogiendo sus pertenencias se apresuró en irse.

  Buscó su teléfono móvil en el morral y al encontrarlo marcó el número de Amelia, y como otras veces había sucedido la llamada pasó a buzón. Expresó una maldición y luego salió del edificio tomando un taxi.

Aunque Sangre el AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora