CAPÍTULO 24

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–¿Crees qué estén bien? –preguntó en un hilo de voz. El dolor de cabeza le martillaba sin descanso, apenas y había podido conciliar el sueño, y eso gracias a unas píldoras que la rubia le dio a tomar.

Scarlet lo miró de soslayo, estaba sentada a su lado en la cama del hotel. No dijo nada, ¿cómo responder, sin tener la seguridad de que fuese así? No quería engañarlo, aunque ya lo había hecho, llenándola de culpa y de molestia, no quería hacerlo. Bruno echó la cabeza hacia atrás recostándose en el espaldar de la cama, masajeó su puente de la nariz y dando una fuerte exhalación continuó diciendo:

  –Sí, están bien –se dio ánimo. Llevaba tres días sin saber el paradero de la castaña, se estaba volviendo loco sin tenerla entre sus brazos; y el martirio era aún peor al recordar las últimas palabras que le reprochó en cara. Su rostro desencajado; sus ojos cristalinos brillaban con intensidad suplicándole que no siguiera hablando, que no la rechazara, pero él no cayó, no obstante la alejó sin saber que esa sería su última conversación.

  « ¿Amelia? –entró a la habitación en busca de la castaña. Volvió a llamarla entrando al baño, nada. Siguió buscando ignorando la angustia que se le clavó en el pecho. Al llegar la Oficial Manjarréz unos minutos después, le informó que habían visto a tres hombres por los pasillos llevando a una mujer inconsciente en brazos tomando las escaleras de mantenimiento. Soltó una retalía de maldiciones y gritó furioso bajando las escaleras directo al estacionamiento.»

   –Bruno… –lo llamó queriendo soltar el ahogo de su garganta. Él giró su rostro, y Scarlet tragó grueso, «Tienes qué decirle.»–, yo…
 
  La puerta de la habitación se abrió de golpe interrumpiendo su confesión.

  El Comandante Jiménez entró y luego le siguieron dos personas más; una mujer no mayor a ella, su cabello negro lo llevaba recogido en una coleta; llevaba jeans ajustados, y debajo de la chaqueta de cuero negra llevaba una camiseta en V blanca; el hombre tenía al menos treinta y tantos años, el cabello cobrizo apenas se le podía notar debajo de la gorra de béisbol que le cubría la cabeza, llevaba la misma vestimenta que la mujer, a excepción de que en vez de camisa blanca, era gris, igual que el Comandante.

   –Siento interrumpir –dijo entre dientes, su mirada denotaba un odio profundo hacia el castaño que lo miraba sin expresión. Pasó su vista de Bruno a la rubia, y aunque quiso relajar su expresión no lo logró del todo, ella le dedicó una media sonrisa un tanto incómoda.

–No interrumpes nada –habló Bruno notando el malestar del hombre al frente–. ¿Tienen noticias de Amelia? –se incorporó poniéndose en pie sin apartar la vista del pelinegro.
 
  –No exactamente –respondió, la Oficial le pasó una carpeta marrón–. Tenemos noticias de tu hermana, Sandra…

  Bruno suspiró aliviado, era lo que más había anhelado, encontrar a Sandra y que estuviese bien, porque si no, Gerardo Montés no iba tener a donde meterse. Sintió a Scarlet colocarse a su lado, pero no le prestó atención.

  –¿Dónde está mi hermana?

  –Veo que te importa tu hermana después de todo –soltó el Comandante mordaz molestando al castaño–. Bien, niño, recibimos un correo –le tendió la carpeta abierta en donde se mostraba la impresión del correo–, intentamos rastrear la ubicación de dónde fue enviado, mas la dirección IP que arrojó el sistema era incorrecta…

–Fuimos al lado sur-este de la ciudad, y allí no había absolutamente nada, solo arboles por doquier. –esta vez fue el Oficial pelirrojo quién habló.

  –¿Rastrillaron todo el perímetro?

  –Mi equipo y yo –dio un paso hacia ella mirándola desde arriba, aunque llevara botas con plataforma Julián era mucho más alto–, no somos incompetentes… Sabemos hacer nuestro trabajo, o ¿acaso lo dudas, Oficial?

Aunque Sangre el AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora