Capítulo 20

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Cameron no ha ido a cambiarse en ningún momento, así que sigue con el atuendo de anoche, pero al asomar mi cabeza en la cocina veo que se ha quitado el saco y sólo se ha dejado la camisa blanca que llevaba debajo. Se le pega tanto a la piel que puedo ver sus músculos moviéndose debajo de ella con cada movimiento que hace, incluso los de su espalda. Está tan concentrado que decido quedarme en silencio, apoyada en la pared y admirarlo.

Se mueve tan fácil por la cocina, cortando verduras rápidamente y moviendo el contenido que hay en tres diferentes ollas. Lo miro ir de abajo a arriba y de arriba a abajo, agregando especias y cambiando la intensidad del fuego repetidas veces. Se ve tan guapo que no puedo evitar morderme el dedo para no soltar ningún comentario fuera de lugar.

—¿Haz visto suficiente ya?— Pregunta al cabo de un rato, sin dejar de hacer lo que ha estado haciendo.

¿Hace cuánto que se dio cuenta de que lo estaba mirando como una patética acosadora en serie?

—No quería interrumpirte.— Me encojo de hombros un tanto apenada, entrando ya a la cocina.

De un brinco, logro sentarme en la isla y la espalda de Cameron me queda de frente, observo sus músculos tensarse y, sin saber por qué, mi mirada baja de su espalda a la parte trasera de su pantalón, me sonrojo al ver lo bien formado que está y aparto la mirada tan rápido que me mareo un poco.

Cameron baja el fuego y, por fin, se da la vuelta para mirarme. Se acerca lentamente a mí e introduce su cuerpo entre mis piernas, con una mano en mi espalda me jala más hacia él y no puedo evitar ponerme derecha, gracias a la sensación que me provoca su cercanía.

—Si estuviéramos solos...— Deja la frase en el aire, pero no hace falta que explique lo que pasa en su cabeza. Ahí, en la isla de mi cocina.

Probablemente antes me hubiera parecido repugnante, pero, ahora, no se me ocurre una idea mejor.

Él de pie y yo sentada, quedamos a la misma altura, lo cual facilita todo. Lo jalo del cuello de la camisa y lo beso, desesperada, pero lentamente. Sus manos me acarician las piernas y las mías van de su cabello a su cuello y de su cuello a su pecho. Los músculos de su pecho se tensan ante mi contacto y siento los botones de su camisa amenazar con salir volando.

Nos separamos y los dos tenemos la respiración agitada. Me pregunto si algún día me acostumbraré a esto, si algún día tendré suficiente, si algún día no terminaré mareada gracias al efecto que tiene sobre mí.

Él vuelve a lo suyo y, para evitar que mis ojos se pierdan de nuevo en su cuerpo perfecto, me dedico a hablar.

—¿Qué cocinas?— Pregunto.

—Pasta, carne, ensalada, un poco de arroz y algunas frutas.

No sé qué contestar. Ni si quiera puedo procesar lo que he escuchado. Cameron nota mi silencio y gira la cabeza para mi mirarme, pero al ver que tengo la boca abierta con baba se ríe y continúa en lo suyo.

—Sabes que no tenemos mil invitados, ¿cierto?— Exclamo.

—Estoy seguro de que a Abby le gustará el gesto y dudo mucho que Edward coma poco, aunque no me importaría que Jacob se muera de hambre y, además, pueden guardarlo para otro día si sobra, y Abby cocinará menos.

Me derrito de ternura al notar la consideración que le tiene a Abby y, al mismo tiempo, quiero reír por el comentario casual acerca de Jacob.

—Y,— Continúa. —sé que amas la pasta.

De pronto, me siento un poco culpable al nunca haberle cocinado nada a Abby o a Edward, pero la verdad es que soy muy mala en la cocina como para intentarlo. Una vez, cuando era pequeña, intenté hacer una de esas sopas instantáneas, no era consciente de que debía echarle agua antes de calentarla, el recipiente comenzó a incendiarse y, al intentar sacarlo, quemé una que otra toalla, Abby me hizo prometer que no entraría de nuevo a la cocina sin la supervisión de un adulto, sin importar la edad que tenga.

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