Capítulo 27

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No sé cuánto tiempo he pasado mirando el techo cuando unos apenados golpes suenan en la puerta, pero no me muevo, sé que es él. Entra al cabo de unos segundos y se sienta a mi lado.

—Les, lo siento.— Posa su mano sobre la mía lentamente, como si le diera miedo romperme en cualquier segundo. —No era mi intención lastimarte, yo no quería...

—¿Por qué lo has hecho, entonces?— Lo interrumpo, mirándolo por primera vez desde que entró.

Me mira dolido, le duele que no le pregunte quién ha lanzado el primer golpe, pero no tengo que hacerlo, sé muy bien que Cameron ha empezado todo. Lo conozco.

—Lo vi entrando a tu habitación y yo... Exploté. Sé que no era la manera, pero no pude contenerme. No me agrada su presencia aquí, tan cerca de ti, toda la confianza que se han agarrado el uno al otro.

¿Lo ha visto entrando a mi habitación? Tendré que hablar con Jacob al respecto más tarde, pero lo que no me saco de la cabeza es que seguramente rodaron escaleras abajo mientras se golpeaban el uno al otro.

Me incorporo y me siento junto a él, juntando mi frente contra su hombro y cerrando los ojos. Yo tengo muchas inseguridades y a veces se me olvida que Cameron las tiene también. Le da miedo perderme y eso lo entiendo. Yo todo el tiempo tengo en mente que Cameron puede dejarme cuando quiera, destruirme completa con tan sólo chasquear los dedos, no soy perfecta y siempre me pregunté a quién le podría gustar la chica con cicatrices y los pensamientos siguen presentes.

—Ya no sé qué más hacer para demostrarte lo que siento por ti, para que no dudes de mis sentimientos, para que sepas al cien por ciento que nunca elegiría a otro sobre ti, para que te quede claro que tú eres la única persona a la que amo.— Sigo sin mirarlo. Le he dicho que lo amo y eso me aterra, pero al mismo tiempo sé que no he dicho ni media mentira.

Coloca sus nudillos debajo de mi barbilla y me alza el rostro lentamente para conectar mi mirada con la suya. Sus ojos se abren de par en par, me mira con un brillo en el rostro y una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Me amas?— Pregunta frunciendo el ceño, como si no encontrara ninguna razón lógica para que alguien lo pueda amar y eso me hace amarlo todavía más.

Tengo la garganta seca del miedo, el miedo de haber confesado mis sentimientos cuando eso es la única cosa de la que nunca tengo el valor de hablar. Asiento con la cabeza y lo miro a los ojos, tal vez así sea suficiente decirlo sin palabras.

Suelta un gran suspiro, como si hubiera estado aguantando la respiración todo este tiempo. Junta la frente con la mía por unos escasos segundos y luego me besa. Es un beso tan suave, tan tranquilo, tan tierno que siento como toda mi piel cae derretida a sus pies.

—Te amo.— Susurra contra mis labios. —Nunca podrás tener una idea de cuánto.

No lo puedo creer. ¿Me ama?, ¿Cameron Scott me ama?, ¿a mí?, ¿a la bola de depresión andante? ¡Me ama!

Sonrío contra sus labios y éstos atacan a los míos de nuevo. Esta vez es un beso rudo, un beso lleno de necesidad por el otro, un beso que demuestra lo mucho que hemos estado esperando decir esas dos palabras mágicas, peligrosas, pero mágicas.

Sin esfuerzo alguno, me toma de los muslos y obliga a mis piernas a enredarse en su cintura. Seguimos besándonos con fuerza mientras que nuestros labios emiten pequeños sonidos de placer, de necesidad. Hasta ahora es cuando me doy cuenta de que su boca tiene un sabor metálico, ya que se ha lavado la cara, pero los cortes en sus labios siguen ahí. Me lleva hasta el baño, cierra la puerta sus espaldas y, sin separar sus labios de los míos, pone el seguro.

Me deja sentada en la larga barra, a unos centímetros del lavamanos. Se separa de mí, pero no tanto, y los dos estamos jadeando como dos perros en un día caluroso de verano, por primera vez hoy, lo inspecciono bien y no puedo evitar ahogar un grito de sorpresa. Después de que se lavara la sangre de la cara, puedo ver lo lastimado que está. Tiene cortes en los labios, en las mejillas y en lo alto de las cejas y no son cortes cualquiera, se ven serios. Le acaricio el labio inferior y Cameron cierra los ojos con fuerza, enseguida los retiro para no herirlo. Le quito lentamente la camisa rasgada y cubierta de sangre, sabiendo que no estoy lista para ver lo que hay debajo, y la dejo caer al suelo.

Tiene moretones en las costillas y varios cortes finos. Lo miro y su rostro refleja preocupación, sé que mis ojos se están poniendo cristalinos, pero no puedo evitar pensar en lo mucho que le debe doler. Los cortes en la cara y los moretones deben ser de los golpes, pero ¿los cortes que hay por todo su abdomen? Deslizo mis dedos por debajo de los cortes y él aguanta la respiración.

—Han sido por los jarrones que hemos roto.— Susurra, descifrando lo que pasa por mi mente.

De pronto, agacha la cabeza y los hombros se le caen y sé que se siente culpable por lo que ha hecho y por lo que he dicho antes. Sí debería sentirse culpable para que entienda por qué está mal lo que pasó, pero no ahora. Ahora lo único que quiero es que se sienta bien, que sepa que lo entiendo y que no le guardaré rencores, así que tomo aire y me quito el suéter que llevo puesto. Sus ojos se van directo a la venda de mi brazo, como imaginaba.

Es una forma de decirle que los dos cometimos errores hoy, que los dos hemos salido heridos por nuestros malos hábitos de actuar sin pensar, pero también es una forma de decirle que no importa lo que haya pasado hoy o lo que pase cualquier otro día porque, al final de todo, aquí estamos, juntos y aceptando los errores y cicatrices del otro.

Cameron acerca lentamente sus manos a la venda y me pide permiso con la mira, yo trago saliva sonoramente y asiento. Comienza a quitar la venda demasiado lento, como si no estuviera listo para ver cortadas recién hechas, capa por capa, interminable. Cuando de deshace completamente de ella, los algodones que he puesto debajo se han pegado a la tela, dejando ver directamente los cortes, que aún tienen sangre seca y toda la piel de alrededor roja.

Cierra los ojos por un segundo y, cuando los abre, los tiene rojos, al borde del llanto, pero me acaricia la mejilla y asiente, dejándome saber que ha entendido el mensaje. Estamos tan rotos y lo único que queremos hacer el salvarnos el uno al otro, no recomponernos.

Acerca mi brazo a sus labios y deposita un beso en los cortes. Arde, pero es la máxima prueba de amor que alguien me podría dar. Así me demuestra lo que yo le he demostrado al quitarme el suéter, que ama mis defectos tal y como son, que me ama a mí.

Comienza a crear un camino de besos cuesta arriba, empezando por mi brazo, pasando por mis hombros y mi clavícula, deteniéndose un buen rato en el cuello para seguir con la mandíbula y terminar en mis labios. Si creía que comenzamos con un beso rudo, me equivocaba, ahora me besa mucho más rudo y me encanta, porque me besa como si por fin hubiera terminado de comprender que no estoy hecha de cristal, que no me puede romper porque ya estoy rota, pero así soy y así me acepta.

Mientras los besos suben de tono y sus manos se aferran a mi cintura, me deshago del botón de su pantalón, él se quita las botas con los pies y hace lo mismo con su pantalón. Desabrocha mis jeans y me levanta un poco con un brazo para poder sacarlos de mis piernas. Nos deshacemos de las prendas que quedan, pero Cameron se separa de mí y me inspecciona de arriba a abajo, tan lento que no puedo evitar quedar más roja de lo que he estado nunca, pero no es una mirada de deseo, es una mirada de preocupación. De nuevo.

—Lo siento.— Dice sin más.

Lo miro extrañada y me toma de la cintura para bajarme de la barra y asentar mis pies en el suelo, me da la vuelta y los dos quedamos frente al espejo. Mis ojos se abren como platos al ver mi cuerpo, me ha manchado de sangre los brazos, el pecho, el estómago y sólo un poco el rostro, al parecer sus cortes no se han cerrado del todo. Mi mirada se posa en su reflejo y veo lo arrepentido y dolido que está. Me doy la vuelta y lo miro a los ojos, me pongo de puntitas y le deposito un beso en la mandíbula.

—Deja de lamentarte, ya aprendiste la lección.— Le doy un empujón juguetón en la costilla para que el ambiente se relaje un poco, pero, cuando se queja del dolor, reacciono al instante. —¡Lo siento! No quería...

Cameron me interrumpe con un beso suave y luego me mira.

—Creo que ambos necesitamos una ducha.— Pone sus manos en mi cintura y me acerca a él de un jalón para atacar a mi cuello con besos.

Puedo sentir su sonrisa pícara sobre mi piel y yo sólo puedo cerrar los ojos y disfrutar del roce, mi pecho comienza a subir y a bajar a una velocidad inhumana cuando me pongo a pensar en lo que viene a continuación.

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