Capítulo 25

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Cinco días después, es viernes. Viernes trece. Así es, día de mala suerte, pero hoy es mi día de mala suerte de todos los años. Trece de diciembre. Mi cumpleaños.

No puedo dormir, miro mi celular, como lo he estado haciendo cada cinco minutos, y veo que son las cinco de la mañana. No aguanto más y, sin despertar a Cameron, me pongo unos zapatos y salgo a la calle en mucho silencio. Me coloco los auriculares y dejo que Linkin Park inunde mis pensamientos. Pienso en Chester, que en paz descanse, en cómo tuvo el valor de suicidarse, el dejar todo atrás de una vez por todas. A veces, le envidio.

Mi cumpleaños nunca ha sido motivo de celebración para mí. Mi vida se siente tan vacía, yo me siento tan vacía, que celebrar un año más de sufrimiento no me deja saltando de felicidad. Con el paso del tiempo, Abby y Edward dejaron de comprarme pasteles y velas coloridas, han entendido que no es un día que me alegre, así que ahora se limitan a felicitarme cortamente e  intentan que el día sea igual de normal que los otros para que yo me sienta más cómoda y mi madre ni se molesta en felicitarme, lo cual agradezco.

Ellos saben de mi depresión, pero no saben los detalles, no puedo ni imaginar lo que sentirían Abby y Edward al ver mis brazos rasgados y al saber que a veces pierdo peso gracias al camino equivocado. Ellos son la razón por la que nunca tendré el valor de suicidarme, no podría dejarlos atrás, dejarlos pensando qué hicieron mal o qué no hicieron para poder hacerme cambiar de opinión. No sería manera de agradecerles todo lo que han hecho por mí. Alice y Mike saben todo, con detalles y sin barreras, me aceptan así y siempre están para apoyarme, pero saben muy bien que no me gusta hablar del tema y mucho menos que me consuelen, me muestran su apoyo con su presencia y eso es más que suficiente para mí.

El sol comienza a salir, aunque no del todo. Miro el reloj y veo que estado unas dos horas caminando, estoy cansada, pero el cansancio mental es aun más fuerte. Me dejo caer bajo un gran árbol y me dedico a dejar mi mente en blanco, dejo que las canciones sean lo único que me llenen. No me molesto en apresurarme, ya que, en todos mis cumpleaños, falto al instituto. Nadie parece notarlo y eso evita sospechas y bromas pesadas. Un año, Jessica se enteró que era mi cumpleaños y, aunque no asista, siempre se toma un poco de su sagrado tiempo para escribir toda clase de insultos en mi casillero. El director, un día, tuvo que comprar una puerta nueva y habló con Jessica seriamente, así que ahora se dedica a escribir con plumones que son fáciles de lavar.

Me subo las mangas del suéter hasta el codo he inspecciono mis brazos, hay algunas cortadas, pero noto que muchas de las que solían haber ya no son más que cicatrices e incluso algunas están a unas semanas de desaparecer. Eso se lo puedo agradecer a Cameron.

Mi estómago ruge y cierro los ojos hasta que pasa el ardor provocado por el hambre. Desde que empecé a vomitar otra vez, he dejado de comer como debería, probablemente sólo me como una galleta o acaso un vaso de leche al día, pero me he estado llenando a base de agua. Abby ya no me hace el desayuno, pero porque le he dicho que yo y los chicos hemos creado una nueva tradición que se basa en ir a desayunar antes del instituto. El problema es Cameron. Él sí que lo ha notado, pero se nota a kilómetros que no quiere forzar el tema. 

Cuando él come y yo sólo miro, veo en sus ojos que tiene la necesidad de hablar conmigo, pero no lo hace, me conoce muy bien, no llegará a nada dándome la típica plática y yo sé que tampoco está preparado para escuchar una explicación. Su método para hacerme comer es invitarme a citas, siempre a restaurantes, o llevándome postres a mi habitación. Esas son las únicas ocasiones en las que me alimento, lo veo tan preocupado que no puedo rechazarlo, pero, cuando no está cerca, lo expulso todo de nuevo.

El ardor cada vez es más fuerte. Me toco el estómago extrañada, estoy sintiendo punzadas de hambre más fuertes que nunca y cada vez con más frecuencia. Miro la hora y son casi las nueve de la mañana ya, me pongo de pie, me sacudo los jeans con las manos y comienzo mi caminata hasta mi casa.

Mientras camino, no puedo evitar rezar para que Abby no haya metido la patada y les haya dicho a Cameron y a Jacob que hoy es mi cumpleaños. A Cameron le dije la fecha una vez, cuando apenas nos conocíamos y me llevó a aquel hermoso lago, pero nunca volvimos a hablar del tema y, la verdad es, que dudo mucho que lo tenga en mente. Jacob no tiene por qué saberlo, así que al llegar a casa el día debe fluir con normalidad y eso me da los ánimos suficientes como para acelerar un poco el paso.

Al cruzar el umbral de la puerta principal, toda la esperanza que tenía de que éste sea un día común y corriente se cae a mis pies y estalla en un millón de pedacitos, cortando mi piel a su paso. Mis pies se plantan en el suelo, rehusándose a darme permiso de hacer el más mínimo movimiento. Me quedo boquiabierta y "One More Light" sigue sonando en algún rincón de mi cabeza, ya que, más que mis pies, todo mi cuerpo está inmóvil y mis manos no pueden apartar los auriculares de mis oídos. Todo gracias a la imagen que tengo frente a mí.

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