Capítulo 21

208 14 0
                                    

Desde antes de abrir los ojos sé que se ha ido, el lado de la cama que se ha quedado con la huella de su cuerpo gracias a todas las noches que ha dormido acá se siente frío y no hay brazos pesados que me impidan levantarme. Reviso el celular, pero no hay nada además de los miles de mensajes de mi madre que tengo sin abrir, he decidido que si tanto se preocupa por Jacob, debería mandarle mensajes a él.

Me levanto de la cama y entro al baño, me subo a la báscula y una mueca se forma en mi rostro, como siempre, no me gusta lo que veo. Me poso frente al espejo y puedo ver una pequeña lonja asomándose por los lados, probablemente sea sólo el pellejo natural que todos deberíamos tener, pero para mí es suficiente como para ponerme de rodillas frente al inodoro. Respiro agitada unos segundos, recordándome a mí misma que esta es una fase de mí que decidí dejar hace un par de años, que una vez que lo haga será muy difícil dejarlo, pero entonces recuerdo todas las pláticas que me dio mi madre acerca de subir de peso, todas las miradas desaprobadoras que me lanzaba al verme comer algo con azúcar. Me prometo que es sólo una vez, sólo esta vez, que empezaré a comer más sano para no tener la necesidad de volver a hacerlo. 

Inserto dos dedos dentro de mi boca, presionando contra la campanilla de mi garganta, las arcadas empiezan bruscas y, después de mover más mis dedos, logro sacar todo lo que comí anoche, siento el líquido ácido pasar por mi garganta y no puedo evitar poner una mueca de asco, así lo hago un par de veces más, hasta que ya no necesito la ayuda de los dedos, mi cuerpo empieza a vomitar por sí solo. Llega un punto en el que el vómito no me deja respirar, así que me obligo a parar y respiro con dificultad. Me duelen las rodillas de tenerlas tanto tiempo en el suelo, pero me levanto y, con papel, comienzo a limpiar las orillas del inodoro para que no queden rastros, suelto la llave y me lavo las manos, la cara y los dientes.

Me dejo caer en mi cama y una lágrima se resbala por mi mejilla, ése es el problema conmigo, nunca sé por qué estoy triste. Muchas veces estoy triste con razón, la mayoría de las veces mi madre es la causante, pero hay demasiadas veces en las que me despierto y me siento vacía, veo todo gris y no encuentro ninguna explicación lógica, simplemente, nunca estoy contenta conmigo misma, nunca tengo suficiente, siempre quiero más perfección y, a veces, eso me destruye.

No me ayuda en nada pensar en eso porque, de pronto, mi muñeca empieza con esa peligrosa picazón. Antes de hacer cualquier estupidez que sí deje evidencias, agarro el celular y le llamo a Cameron, pero no contesta. Sacudo la cabeza y busco bajo el colchón de la cama, paseo mi mano hasta sentir la llave, abro con ella el cajón que está en mi mesita de noche, en el cual hay cinco libretas y una pluma.

Cuando me siento demasiado triste, lo escribo, soy lo bastante cobarde como para hablarlo, pero al menos así lo quito todo de mi cabeza para dejarlo en el papel. Al terminar, me siento un poco mejor, así que bajo las escaleras y veo a Jacob desayunando en la isla de la cocina. La idea de regresar a mi habitación sin llamar la atención pasa por mi mente, pero mi garganta sigue quemándose, así que obligo a mis pies a ir por un vaso de agua.

—Buenos días.— Habla Jacob, levantando la vista de sus cereales.

—Hola.— Le sonrío.

«No es su culpa que tu madre lo quiera más que a ti. No es su culpa que tu madre lo quiera más que a ti. No es su culpa que tu madre lo quiera más que a ti.», me recuerdo.

Comienzo a beber el agua y, sólo hasta ahora es cuando me doy cuenta qué tan sedienta estaba, me falta el aire, pero no puedo dejar de beberla, aunque al acabar, las ganas de vomitar son incontrolables gracias a que he bebido muy rápido y mi estómago sigue sensible.

—De casualidad, ¿sabes en dónde hay una librería por aquí cerca?— Pregunta.

Alzo la mirada y mis ojos se abren de par en par, cayendo en cuenta de que eso es lo que necesito. Muchas chicas compran ropa para evitar el estrés, yo compro libros y, con sólo entrar a una librería, me siento muchísimo mejor. Además, creo que es hora de aceptar que Jacob no se irá a ningún lado, viviré con él y será mejor que nos llevemos bien.


Un tiempo más tarde, estoy conduciendo y Jacob se encuentra en el asiento del copiloto, bastante callado. Tamborileo los dedos en el volante y me muerdo los labios un poco nerviosa, la verdad es que cuando nos subimos al auto no me molestó que no hable, al contrario, pero ahora sí que me estoy sintiendo un poco incómoda.

—Y, ¿cómo te va?— Pregunto, pero cierro los ojos con fuerza un segundo ante tan estúpida pregunta.

—Bien.— Asiente con la cabeza, tan incómodo como yo.

Yo sólo asiento de regreso y acepto que así será todo el camino. La verdad es que hay librerías mucho más cerca de mi casa, pero me estoy dirigiendo a una que está a unos treinta minutos, simplemente, porque es la más grande de la ciudad y es mi favorita, pero el tráfico no ayuda.

—¿Estás lista para graduarte?— Pregunta al cabo de unos minutos y yo abro los ojos sorprendida, no pensé que intercambiaríamos ni una palabra más.

—Sí, la verdad es que estoy bastante emocionada, los chicos y yo nos iremos a Nueva York y estudiaremos en la misma universidad, será una experiencia genial.— Sonrío emocionada, pero luego me encojo de hombros para quitarle importancia ya que, seguramente, sólo preguntó para llenar el silencio, no porque le interese.

—¿Cameron también irá?— Me mira.

Me muevo incómoda en el asiento y mantengo mi vista en la calle, la verdad es que no se me había pasado por la cabeza mi futuro con Cameron, no porque no lo contemple en él, simplemente, porque inconscientemente he dado por hecho que irá con nosotros, pero la verdad es que no lo hemos hablado y, sólo ahora, se crea la posibilidad de que, en unos meses, cada quien se vaya por su propio camino. Me arden los ojos sólo de pensarlo. 

—¿Tú que harás?— Cambio de tema, él lo nota, pero no me presiona.

—A donde el trabajo lleve.— Se encoge de hombros.

—¿Seguirá siendo un misterio ese trabajo?— Pregunto con ojos entornados, sólo para causar un efecto más curioso.

Jacob ríe y duda varios segundos.

—Estoy entrenando para ser policía.— Contesta sin más.

Doy gracias a las fuerzas superiores por la luz roja que se ha iluminado en el semáforo porque, de lo contrario, la ambulancia estaría de camino. Giro la cabeza para mirarlo sin disimulo alguno, tengo los ojos abiertos como platos y la mandíbula en el suelo.

¿¡Policía!?

—¿¡Policía!?— Exclamo, más alto de lo que me hubiera gustado.

—Policía.— Confirma, con una carcajada nueva para mí, es una carcajada de las grandes y llena el espacio del auto, así que yo no puedo evitar sonreír.

—¿De qué te ríes?— Pregunto intentando parecer enojada, pero la pequeña risa que se escapa entre mis palabras arruina el efecto.

—Tu rostro de sorpresa fue tan dramático que te podría dar un Óscar ahora mismo.

—Ya, vamos en serio, ¿policía?

—Siempre me ha gustado la idea y es como un gimnasio gratis.— Se burla. —No es nada del otro mundo.

Chasqueo la lengua y niego lentamente con la cabeza.

—Yo seré una simple psicóloga y tu estarás arrestando a los asesinos en serie más buscados.

Jacob se pone serio, como si no le hubiera gustado que hable de asesinos.

—Mientras tú no seas una de ellos, no tendremos problema.— Dice con una carcajada, una bastante falsa.

Me hubiera reído si no lo hubiera dicho tan en serio, pero, para suerte de los dos, llegamos a la librería. 

Minuto A MinutoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora