Prólogo

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Día 20 de julio de 1961, 21:37 h.

El matrimonio Fitzgerald se encontraba disfrutando de la última copa de champán en la cubierta de su barco privado antes de volver a la cama de su camarote después de su cena de aniversario. Él se llamaba Ronald y ella, Rose Marie. Se conocieron hace 42 años, cuando él tenía 21 y ella, 19. Fue el típico amor de verano.

Esa noche, el matrimonio cenaba en su barco después de todo un día navegando y, tras tomarse la última copa de champán, volverían a su dormitorio para descansar hasta el día siguiente, que tocaba volver a casa.

Sin embargo, aquella noche había un ambiente diferente, oscuro, frío. Y Rose Marie lo había notado.

-Querido, deberíamos volver al camarote. Se está quedando una noche muy fría.

-Adelántate tú.

-Pero Ronald, ...

-Quiero quedarme un rato más aquí. En seguida voy, Rose.

Rose decidió no insistirle a su marido, sabía que en ocasiones le gustaba estar solo para pensar.

Una vez en su camarote, segura de todo peligro, entró en el cuarto de baño para asearse y cambiarse antes de ir a la cama. Su marido no tardó mucho en volver. Desde el cuarto de baño lo oía cambiarse y pudo intuir que se había puesto a leer porque la lamparita de noche de su lado de la cama hacía un extraño sonido cada vez que se encendía.

Pero de pronto, a ella le pareció oír cómo crujían las tablillas de madera de la entrada a su camarote. No era habitual escuchar por aquella zona y a aquellas horas de la noche a sus sirvientes, ya que a las 21.00h todos debían regresar a sus camarotes. Todo en aquella noche era extraño: primero el movimiento en el agua que la obligó a volver más pronto a su camarote y ahora ese sonido fuera de la habitación. ¿Qué estaba pasando?

Toc, toc. Alguien había llamado a la puerta.

-Servicio de habitaciones, sr. Fitzgerald.
-Adelante.

La puerta se abrió dando paso a uno de los sirvientes de la familia. Llevaba consigo un carrito con un recipiente lleno de hielo con una botella de Champán y dos copas vacías.

-Lo siento. Pero no hemos pedido más champagne.
-Ya lo sé...

Cerrada con pestillo en el cuarto de baño del camarote, Rose Marie pudo escuchar como aquella conversación fue acabada de una forma muy repentina. No se oía nada más que la lamparita que su marido había encendido, ni siquiera se le escuchaba a él pasar las hojas de su libro. Ni un solo sonido, ni un solo movimiento. Enseguida supo que algo malo había pasado, lo sabía desde hacía un tiempo.

Tras esperar en silencio donde estaba, y comprobar que fuera no se escuchaba absolutamente nada, Rose Marie decidió salir.

Poco a poco, fue abriendo el pestillo y la puerta del baño, intentando hacer el mínimo ruido posible. Comprobó que la habitación estaba sola y salió del interior del cuarto de baño. Y allí estaba él, su querido marido. Tumbado en la cama con un tiro justo en el centro de la frente.

Sin embargo, antes de poder chillar y salir de aquel infierno para pedir ayuda, el asesino salió de detrás de la puerta que ella había dejado abierta y, sin remordimiento alguno, la mató. Con otro tiro en el mismo sitio que en el cuerpo del Sr. Fitzgerald.

Acto seguido, el asesino del matrimonio colocó a ambos de la misma forma: tumbados en la cama y con los ojos cerrados. Una vez acabada su tarea tan premeditada y que tanto éxito había tenido hasta ese momento, el asesino salió de aquella habitación y, subiéndose en su barca, se alejó de la escena del crimen sin dejar una sola huella.

A la mañana siguiente, uno de los sirvientes fue al camarote del matrimonio a servirles el desayuno de todos los días. Llamó a la puerta una primera vez, pero no consiguió respuesta. Llamó una segunda obteniendo el mismo resultado que en la anterior. Y cuando a la tercera la situación fue igual que en los dos intentos anteriores, decidió utilizar su llave maestra para entrar. Todos los sirvientes tenían una de cada puerta del barco y de la mansión, por si ocurría alguna extraña situación, como la que se vivía en ese momento. Incluso el asesino las tenía.

En un principio parecía todo normal, ya que el matrimonio estaba tumbado en su cama durmiendo. Sin embargo, el sirviente, al ver que no respondían a su llamada, se aventuró a acercarse un poco más. Fue ahí cuando se convirtió en el testigo clave de ese asesinato.

Todo salió tan perfecto que el caso prescribió y la policía nunca llegó a descubrir el motivo de aquel asesinato. Y, por consiguiente, quién había llevado a cabo el crimen que marcó el año 1961.

El Asesino del AjedrezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora