Capítulo 31. El juego

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Día 30 de abril de 2018.

—No, me niego.

—¡Venga! ¡Será divertido!

—No pienso jugar al Twister, Zoe.

—¡Por favor! ¿Por qué no quieres?

—Porque no.

—Esa razón no me vale. Dame una buena razón o te obligo.

Zoe llevaba 5 minutos intentando convencer a William de jugar al Twister. Desde siempre le había gustado ese juego y ahora que tenía alguien con quien jugar haría lo que fuera hasta que el otro aceptara.

—Por favooor. ¡Es divertidísimo! ¿Qué te pasa con el Twister? ¿Alguna mala experiencia?

—Pues sí. Pero no te la pienso contar, y tampoco pienso jugar.

Zoe se acercó hasta donde estaba William y se sentó a su lado. Acercó sus manos a su cuello.

—¡Zoe! No, ni se te ocurra seguir con eso. —William odiaba las cosquillas pero Zoe se lo pasaba genial desde que lo había descubierto. Cada vez que quería conseguir algo, recurría a las cosquillas. —Está bien, te lo voy a contar solo si prometes parar de hacerme cosquillas.

—Vale. Tregua.

Zoe se acomodó a su lado y miró a William, con unos ojos y una sonrisa que revelaban las ganas que tenía de saber qué le hizo a William odiar un juego tan divertido como aquel.

—Vamos a ver. Yo tenía 15 años y estábamos en un cumpleaños. Era de uno de mis mejores amigos y yo estaba coladito por su hermana.

—¿Eras un asaltacunas?

—Técnicamente ella debería haber sido la asaltacunas, tenía 3 años más que yo.

—Vaya, así que te gustan mayores... No sabía eso de ti.

—Bueno, también me gustan jovencitas.

—Lo dicho, eres un asaltacunas. No sé cómo sigues aquí y no te he echado ya.

—Pues porque has caído rendida ante mis encantos.

—Dejémoslo estar, engreído. Continúa.

—Bueno, me gustaba la hermana de uno de mis mejores amigos y sí, era tres años más mayor que yo. En esa época mis amigos empezaban a hacer tonterías tratando de impresionar a las chicas y no se les ocurrió nada mejor que jugar a ese juego... supongo que así tenían una excusa para estar bien cerquita de ellas y que no les dieran una buena patada.

«El caso es que yo al principio no quería jugar. Pero cuando vi que ella sí pensaba hacerlo me armé de valor. Empezamos a jugar y todo iba bien, nos lo estábamos pasando muy bien. Pero en uno de mis turnos me tocó mano derecha a rojo y... bueno era una posición imposible.»

—¿Te caíste?

—Sí. Pero lo peor fue que me caí encima de ella y se dio con la nariz en el suelo.

—¡Oh dios mío! —Zoe empezó a reírse con una escandalosa risa y sin poder aguantarse ante la imagen que se había formado en su mente. —Dime, por favor, que no le rompiste la nariz.

—Le rompí la nariz.

Zoe volvió a estallar en carcajadas y empezaron a caerle las lágrimas por las mejillas. Hacía mucho tiempo que no se reía así. Mucho.

—Por favor, para de reírte. Qué bochorno.

—¡Pero qué dices! Es adorable.

—¿Seguro que quieres jugar a ese juego? ¿Después de lo que te he contado?

El Asesino del AjedrezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora