4. La partida de ajedrez ha empezado

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26 de abril de 2018.

¿Qué tal todo?

Yo la verdad que estoy muy bien. ¿Recuerdas lo que te conté ayer? Sí, eso de que iba a empezar a poner en marcha mi venganza. Pues tengo que decirte que todo ha salido a pedir de boca. En estos momentos, soy la persona más feliz y orgullosa de sí misma que existe en el mundo. No sé si te apetece que te cuente cómo fue todo, pero voy a hacerlo.

Así que voy a empezar poniéndote en situación.

Ayer me despedí de ti antes de empezar a prepararme. Tenía que estar puntual. Me arreglé tranquilamente, como si fuera a comer con amigos: me duché, me cambié, me hice algo de cenar, me preparé la bolsa con todo lo que necesitaba y salí de casa.

Cuando llegué a la mansión, ya había mucha gente. Mi trabajo iba a ser fácil: no tenían que verme. Me explico, no podía hacer ningún movimiento raro, o me descubrirían. Pasar inadvertido es sencillo cuando nadie piensa que puedas estar intentando cometer una atrocidad como la que yo me planteaba.

Y parece ser que se me da bien actuar. Todos me miraban, otros hablaban conmigo... y nadie sospechaba absolutamente nada. Mientras me paseaba por la mansión como el león de la manada por su territorio, iba preparando las piezas para realizar mi gran jugada, la que marcaría un antes y un después en la historia de la familia Fitzgerald.

Conmovedor. Eso es lo que debía parecerme el pequeño discurso que el gran Edgar Fitzgerald había hecho poco antes de la cena, a juzgar por la reacción de la gente. Así que haciendo gala de mis maravillosos dotes actorales, interpreté mi pequeña escena: aplaudí mientras una falsa emoción me llenaba el cuerpo.

Es una lástima que no fuera lo suficientemente bonito como para replantearme mi cometido. Aunque yendo con la sinceridad por delante, creo que si no fuera por la rabia que le tenía a él, otro gallo cantaría.

Con el discurso, Edgar dio paso a la cena. El menú constaba de entrantes (servidos previamente en el cóctel inicial junto a las copas de champán), un plato principal y un postre. No podía negar la consideración del matrimonio al dar a elegir a los invitados entre el plato de carne o de pescado. Si se preocuparan tanto por todo, yo ahora no estaría aquí a punto de hacer lo que iba a hacer.

Sin que nadie se diera cuenta, como todo lo que me rodeaba a mí en esa noche, moví ficha y retomé mi papel interpretativo.

La cena empezó tranquila, sin ningún percance. La gente compartía conversaciones que iban desde temas políticos hasta los cotilleos más innecesarios. ¿Cómo se podía ser así? ¿Por qué todos se creían superiores a los demás? Si la vida les hubiese ido como me fue a mí, estoy seguro de que se esos humillos de superioridad no los tendrían. No podía evitar que esta gente me provocara rechazo.

Los odiaba. A todos.

Bueno, ¿por dónde iba? Ah sí, por la cena. Bien. Todo iba como yo lo había planificado. A mitad de la cena, vi levantarse a mi víctima. Lo había visto hablar con Rose, su mujer, poco antes de abandonar el comedor. Parecía que no se encontraba muy bien. Qué lástima.

Sin que nadie se diera cuenta, lo seguí desde la distancia. Ya os dije que iba a estar a la vista de todos pero que nadie repararía en lo que estaba intentando hacer. Avancé sigilosamente por las habitaciones y pasillos de la casa, siguiendo al pobre Edgar. No sabía lo que le esperaba.

Vi cómo abría la puerta que daba a uno de los jardines de aquella mansión así que, antes de perderlo de vista, aligeré el paso y yo también salí al exterior. Edgar se estaba yendo a una zona en la que había varias hamacas y sin saberlo, iba a facilitarme mucho mi trabajo.

Cuando ya estaba sentado tranquilamente en una de ellas, me acerqué. Le pregunté cómo se encontraba y le conté la verdad, por qué estaba allí con él. Qué es lo que iba a hacer. Pero él estaba tan agotado y dolorido que no tenía ni fuerzas para pedir ayuda.

No tuve ningún remordimiento. Verlo tan débil no me hizo dar un paso atrás, sino todo lo contrario. Después de estar tantos años junto a un padre incapacitado para muchas más cosas que él en ese momento, me hizo fuerte frente a estas situaciones. Nada iba a pararme.

Saqué el arma, le coloqué el silenciador y disparé. Un solo tiro, justo en el centro de la frente. Ahora venía lo más complicado, colocarlo en la posición que yo quería rápidamente y salir de ahí, sin que nadie me viera.

Lo tumbé sobre la hamaca, la crucé las manos sobre el pecho y le cerré los ojos. A pesar de odiarlo tanto, creía que merecía un mínimo de respeto, por muy pequeño que fuera.

¿Qué os ha parecido? Yo creo que está muy bien, ¿no? Todo podría haber salido fatal y mira tú por dónde, no fue así. La vida me estaba ayudando.

Bueno, después de contarte cómo maté a Edgar Fitzgerald, y como veo que estás más perdido que un pulpo en un garaje, voy a contarte unas cosas más, a ver si se aclara esa cabecita.

1. Me he enterado de que la policía ha detenido a William Morris. Bueno, pues esa persona no soy yo. Puedes descartarlo de tu lista personal de sospechosos.

2. ¿La moto robada ayer por la noche? Bueno, se puede decir que sí que tiene algo que ver con el caso. Ya averiguarás por qué. Mientras puedes ir haciendo tus propias conjeturas.

3. Estoy a la vista de todos, pero nadie quiere verme.

Espero que te haya ayudado un poquito, aunque ya sabes que no te lo voy a poner nada fácil, igual que a la policía.

Nos volveremos a ver.

El Asesino del AjedrezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora