Capítulo 14. La llamada de teléfono

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Día 27 de abril de 2018. Veinte minutos antes de la llamada al inspector Ian Grant.

Son las 15:40h. y William Morris sigue en el calabozo. Nadie le ha bajado algo para comer y está hambriento y sediento. Lleva desde las ocho de la mañana sin probar bocado y su cuerpo está empezando a notarlo. No comer en horas y estar en un calabozo no eran una buena combinación.

Parecía que Dios había escuchado sus súplicas. La detective Rhodes apareció por la puerta de entrada a los calabozos con una bolsa de comida.

-Hola, William. Suponía que tendrías hambre, así que te he traído algo de comer. No es mucho, pero tu estómago lo agradecerá.

-Gracias, Zoe. De verdad.

Zoe pasó la mano que sostenía la bolsa con la comida para William entre dos de las rejas del calabozo y William se acercó para alcanzarla.

Sus manos se rozaron suavemente y los dos se quedaron quietos. Mirándose a los ojos.

La detective se dio cuenta de lo que estaba pasando y, a pesar de que le gustase aquel momento, decidió retirar su mano, al mismo tiempo que la mirada. Tocó la mano que acababa de sacar de entre las rejas con su otra mano y volvió a mirar a William a los ojos.

-¿Qué tal estás? ¿Todo bien?

-Sí, gracias. Ahora mejor.

-¿Necesitas algo?

-En estos momentos todo lo que necesito está aquí. -dijo William Morris sin apartar ni una milésima de segundo la vista de la detective Rhodes.

-¿Todo? ¿No te apetece nada más?

-Bueno, créeme que me apetece hacer algo. Pero no puedo.

-¿Qué te lo impide?

-Unas rejas, las cámaras de seguridad y estar en la comisaría de policía.

Zoe sintió que algo le golpeaba en el cuerpo. ¿Qué estaba queriendo decirle? ¿Era lo que ella pensaba? No. No podía permitirse pensar así. Él era un sospechoso de asesinato y ella, una de las detectives que llevaban este caso. No puedo pensar así. Es imposible e impermisible... Aunque realmente le gustaría poder pensar así.

Zoe decidió cambiar el rumbo de aquella conversación. Estaba empezando a ir por un camino que era el más idóneo. 

-William. Sé que esta mañana estabas muy nervioso. Necesito que volvamos a hablar de lo que ha pasado. Quizá hay algo que, con los nervios, se te ha pasado contarnos.

-Está bien.

William se sentó en la cama que había en el calabozo y abrió la bolsa de comida. Sacó un bocadillo envuelto en papel y una botella de agua. Desenvolvió el bocadillo y lo mordió con ganas. Se notaba que necesitaba comer.

Rhodes lo miraba con atención. Cada vez estaba más segura de que en su cuerpo se movía algo cuando estaba con él. Pero no lograba entender por qué le pasaba eso.

-William. ¿De verdad no habías visto nunca esa pistola?

-Nunca, ya os lo he dicho antes a ti y al inspector. Nunca había visto esa pistola. Bueno, ni esa ni cualquier otra. Soy un hombre humilde y legal. Nunca he necesitado recurrir a un arma ni me he relacionado con nadie que las tuviese... Al menos eso creía hasta hora.

-¿Quién podría estar haciéndole esto?

-No lo sé, de verdad. Tampoco sé que pensar. Mi vida es sana y la verdad es que no estoy muy metido en los asuntos económicos de la familia Fitzgerald. Siempre me he mantenido al margen de su riqueza, nunca he querido hacerme con su dinero. Si le digo la verdad... Agatha quería que nos casásemos con bienes compartidos... pero yo prefería la separación de bienes. Me crie en una familia muy humilde, nunca hemos tenido dinero para derrochar.

El Asesino del AjedrezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora