Día 27 de abril de 2018. 21.30h.
Toda su familia estaba durmiendo. Eran las nueve y media de la noche y todos habían ido a sus habitaciones a descansar. Se había enterado por los medios de comunicación de que habían detenido a Agatha Fitzgerald y a Nathan Jenkins por el asesinato de Edgar Fitzgerald. La verdad es que esa noticia les había llamado mucho la atención, ya que no podían entender cómo podía una hija matar a su propio padre.
Él seguía en el salón con la televisión puesta, aunque en silencio para no despertar a nadie, por si salía alguna noticia más sobre la detención de esos dos sospechosos. Este caso estaba volviendo loco a todo el país. Solo esperaban que se encontrase pronto al asesino y lo metieran en prisión para que no siguiera molestando y arruinando vidas.
Estaba agotado pero quería esperar por si salía alguna nueva información. La policía había anunciado que ellos no habían revelado ningún dato, que alguien debería haberse enterado y habría decidido ponerlo en la prensa. Quizá un policía, un hacker, o el verdadero asesino.
Él estaba casi seguro de que Agatha Fitzgerald y Nathan Jenkins no habían sido los verdaderos asesinos. Le costaba mucho de creer.
Bostezó varias veces y decidió dirigirse a la cocina para buscar un vaso de agua y una pastilla para el dolor de cabeza. El cansancio empezaba a pasarle factura. Abrió la nevera y sacó su botella de agua, el bote de miel y cogió uno de los vasos del armario que había encima del fregadero y lo llenó hasta arriba. Lo dejó encima de la mesa y abrió la caja donde tenían todas las medicinas, cogió una pastilla de las que buscaba y se la metió en la boca. Bebió hasta que el vaso quedó completamente vació y tragó la pastilla. Lo dejó dentro del fregadero, guardó la botella de agua y la miel en su sitio y volvió al salón.
De camino notó una pequeña brisa de aire frío. Probablemente alguien se había dejado una de las ventanas un poco abierta, así que decidió averiguar por dónde entraba ese aire.
Volvió sobre sus pasos, entró de nuevo en la cocina y comprobó todas las ventanas, pero estaban bien cerradas. Salió al pasillo y decidió revisar las ventanas de su despacho, pero no estaban abiertas. Las del salón tampoco.
Por eso decidió volver a sentarse en el sofá, a la espera de alguna noticia más sobre el asesinato de Edgar Fitzgerald y la detención de sus dos, aún, presuntos asesinos.
Empezó a notar unos pequeños dolores en el estómago, así que decidió acomodarse en el sofá. Pero pronto, esos dolores fueron cada vez más fuertes y sus ojos empezaron a cerrarse. El cansancio y el dolor eran cada vez mayores. No quería dormirse, pero sus ojos parecían obligarle.
Y sin apenas darse cuenta, acabó cerrando los ojos.
Por eso no se dio cuenta de que la brisa entraba por la puerta del jardín, ni de que unos pasos sonaban por el pasillo. Por eso tampoco se dio cuenta de que una sombra se acercaba a él y empezaba a rodear el sofá.
Y por eso, no vio a su asesino cuando se puso delante de él y le disparó.
***
A la mañana siguiente, ella se despertó y bajó hacia la planta baja, como todas las mañanas. Era la encargada de ventilar la casa y preparar el desayuno a la familia.
Lo que no se esperaba era encontrar al padre de la familia tumbado en el sofá, con un tiro en el centro de la frente y con las manos cruzadas sobre el cuerpo.
Gritó de miedo, pidiendo auxilio, haciendo todo lo que estaba en su mano por despertar a la familia que seguía durmiendo en aquella casa... y llamó a la policía.
John Fitzgerald, el hijo mayor de Edgar Fitzgerald, también había sido asesinado.
ESTÁS LEYENDO
El Asesino del Ajedrez
Misterio / SuspensoAño 1961. Uno de los matrimonios más adinerados de toda Inglaterra fue descubierto a la mañana siguiente de su aniversario, tumbados en la cama de su camarote y con los ojos cerrados. Si no hubiese sido por el tiro que tenían ambos en el centro de...