Nueva Mision.

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Plumas negras caían a su alrededor, acompañadas de blancos copos de nieve, que provenían de un cielo lleno de grises nubes. El muchacho miró de una lado a otro y se sintió desconcertado al no reconocer su paradero.

Una ventisca helada le sacudió el cuerpo tomándolo por sorpresa, hacía mucho frío en ese lugar, tanto que sus dientes empezaron a castañar y su piel se erizó, como si tuviera contacto con la nieve al desnudo.

A la distancia, podía escuchar murmullos que pronto se convirtieron en armoniosos cánticos, y que se combinaba con el sonido de algo que parecía ser música.

Frente a él se extendía en blanco campo cubierto por la nieve, enormes montañas lo rodeaban y solo el cielo lo cubría, pero había algo más, estaba lleno de cuerpos inertes tendidos en el blanco suelo, personas vestidas con trajes negros y armaduras plateadas, algunos aún se movían tratando de sobrevivir. Sin duda, se encontraba en un paisaje deprimente, que parecía estar pintado en blanco y negro, con tenues tonos de tristeza y marcados trazos de desesperación.

El rubio chico bajó su vista y observó sus manos, llenas de heridas, sangre y tizne. Estas estaban afectadas por un extraño hormigueo que hacía difícil la tarea de moverlas.

El muchacho trató de caminar pero algo sujetó su pantalón, al bajar la vista vio sus pies descalzos, rojos y congelados. Y observó también como una mano se aferraba a su pierna, siguió esta con la mirada y un estremecimiento se apoderó de su frágil cuerpo al ver de quién se trataba.

Miranda estaba tirada sobre la nieve, con su enmarañado pelo marrón cubriendo su pálida cara. Adornando su cuerpo con un atuendo completamente negro y cubierta con sangre. Ella estiró su mano temblorosa y apuntó con el dedo.

—Mi... Mi hermanito. — Sollozó la muchacha, con una quebrada y apenas audible voz. — Ya es tarde...—después de decir eso, dejó caer la cabeza en suelo sin más.

Aterrado, el muchacho corrió a su lado, pero ella ya no respondía, y tras revisar sus signos vitales, se percató de que ya tampoco respiraba.

Las lágrimas llenaron los ojos del muchacho, se dio la vuelta y miró en la dirección en que ella había apuntado con el dedo, encontrándose con el cuerpo de un chico tendido a la distancia, su oscuro cabello se movía con el viento y sus negras ropas estaban pegadas a cada parte de su cuerpo, cubiertas por la sangre... Xie, se dijo a sí mismo.

Comenzó a correr, sintiendo como la fría nieve se encajaba bajo sus pies, como pequeños cristales que se incrustaban en sus talones a cada paso que daba.

Con la respiración ahitada y el sudor frío recorriendo su espalda y todo eso mezclado por el pánico se sentía aún peor.

Esperaba que no fuera él, esperaba que Xie estuviera muy lejos de ahí, a salvo. Pero sus esperanzas se rompieron al ver el rostro de aquel chico, tan sereno e inexpresivo, efectivamente, era él.

—Xie. — Murmuró, viendo su cuerpo tendido en la nieve, pero él no se movió. — ¡Xie!— gritó, pero seguía sin responder. Isaac cayó de rodillas a su lado, conteniendo las lágrimas. Estaba frente a él, después de que se fue... El rubio pensó que nunca lo volvería ver, pero ahí estaba, tirado en la nieve que bajo el ya no era blanca, sino que había cambiado ese puro color blanco, por el rojo vivo de la sangre, su sangre. Su cara estaba muy pálida y sucia, sus ojos cerrados igual que su boca, y no parecía respiras. — Mi amor...— sollozó, abrazando el cuerpo inmóvil del pelinegro — ¿Que te han hecho?— aun abrazándolo, tomó su mano y al instante, el otro soltó un agonizante tosido, que hizo que un hilo de sangre escurriera por la comisura de sus labio.

Moonlight Race: Alma de fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora