7 | 𝚃𝚎 𝚌𝚞𝚒𝚍𝚘

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Llegamos a un edificio grande, de color blanco y elegante. Bajamos de la moto, pero al apoyar el pie en el suelo, no puedo evitar soltar un gemido. Maldita sea, ¡me duele como nunca! Intento disimular, pero cuando trato de seguirle el paso a Ian, el pie ya no da más y termino cayendo al suelo. El dolor es tan fuerte que, al ver mi cara, Ian inmediatamente se detiene.

—Holly, ¿por qué no me dijiste que no podías caminar? —me pregunta, su voz cargada de preocupación.

—Yo... solo... —murmuro, sintiendo mis ojos llenarse de lágrimas.

—Hey, no te preocupes. Vamos, hay que entrar a casa, ¿sí? —me dice suavemente, con una mezcla de angustia y ternura en la mirada. Yo solo asiento. —Bueno, te voy a cargar, ¿te parece? —asiento otra vez, sin fuerzas para discutir.

En un instante, me tiene en sus brazos y caminamos hacia el ascensor. Al llegar a su apartamento, me lleva directamente a una habitación y me deja en la cama con cuidado, quedándose mirándome unos segundos.

—Voy a preparar algo de comer, ¿necesitas algo? —me pregunta Ian.

—Yo... bueno... —respiro hondo, intentando ordenar mis pensamientos—, ¿crees que me pueda dar una ducha?

Él me sonríe, asintiendo.

—Claro que sí, entra al baño, yo te traigo unas toallas y algo de ropa.

Lo veo salir de la habitación, así que me levanto con cuidado y me dirijo al baño. Es amplio y muy ordenado. Al mirarme en el espejo, veo por primera vez lo que me ha pasado. Mi cabello está sucio y completamente enredado, la comisura de mis labios tiene sangre seca, y una de mis mejillas ya está tomando un color morado. Me quito la chaqueta que Ian me prestó, y cuando cae al suelo, no puedo contener el llanto. Mi pecho derecho está amoratado, y la tira de mi sujetador está rota. Mis jeans están rasgados y desabrochados, mostrando mis bragas. Siento el dolor atravesarme en olas mientras me veo en el espejo, tan rota, tan vulnerable.

Entonces, noto que Ian ha regresado. Trae unas toallas y ropa, y me observa con una mezcla de enojo, dolor y rabia. Me cubro instintivamente con mi camisa rota.

—Te traje esto. No tengo ropa de chica, pero creo que un buzo y una camiseta te servirán —dice, con la mandíbula apretada.

—Gracias —susurro.

—Cuando termines, ven a la cocina. Comeremos algo, y después te ayudaré a curar tus heridas —me dice, y luego se va, cerrando la puerta tras él.

Después de bañarme, me pongo la ropa que me dejó Ian. Al mirarme al espejo, parezco un osito lleno de moretones. Camino por el pasillo y al final veo la sala, de donde sale un delicioso aroma. Al entrar en la cocina, me invade el olor de la pizza recién horneada. Ian, de espaldas y sin camiseta, está sacando el plato del horno. Se da la vuelta y me sonríe al verme.

—La comida está lista —anuncia, con esa sonrisa reconfortante.

—Huele delicioso —le devuelvo la sonrisa.

—Espero que te guste la pizza de pepperoni.

—Es mi favorita —respondo, sintiendo una calidez inesperada.

—Entonces, a comer —dice, y nos sentamos. Comemos en un silencio que, extrañamente, no resulta incómodo. Al terminar, intento ofrecerme para lavar los platos, pero él me lo impide con una mirada que dice que no tengo que hacer nada.

—Oliv, siéntate para que pueda limpiarte las heridas —me dice Ian. Me dirijo a una silla, pero él me detiene, sujetándome por la cintura y, con facilidad, me sienta en la encimera. Nos quedamos mirándonos, y no puedo evitar sentirme abrumada. Su cercanía me pone nerviosa, y parece que él se da cuenta. Empiezo a morderme el labio por la ansiedad, y veo cómo su mirada baja de mis ojos a mis labios, quedándose allí unos segundos antes de volver a mirarme.

—Deja de hacer eso, Olivia —dice con el ceño ligeramente fruncido. Lo miro, un poco confundida, sin saber a qué se refiere, hasta que lleva su mano a mi boca, liberando mis labios de mis dientes.

—Así está mejor. Avísame si te duele, ¿sí? —asiento, obediente, mientras él comienza a limpiar las heridas de mi rostro.

Después de unos minutos, termina y me observa en silencio.

—Olivia, necesito que te levantes la camisa para ponerte la crema —dice, y asiento, un poco indecisa. Cuando él empieza a levantar mi camisa, recuerdo que no llevo sostén y me pongo tensa.

—Tranquila, no te haré daño —susurra, pero se queda en silencio al notar mi falta de ropa interior. Siento cómo su respiración se vuelve un poco más pesada, y veo que sacude la cabeza lentamente, como si tratara de controlar sus pensamientos.

—Solo te pondré la crema —termina diciendo, pero el mundo parece detenerse cuando su mano entra en contacto con mi piel. Es como si una corriente eléctrica nos recorriera, y no sé si él también la ha sentido. Levanta la mirada, y en sus ojos veo algo indescriptible antes de continuar aplicando la crema con suavidad.

Al terminar, nos damos cuenta de lo cerca que estamos, y unas ganas inmensas de besarlo me invaden. Su mirada, profunda y fija en mí, hace que se me erice la piel. Sé que si me acerco solo un poco, nuestros labios se rozarían. En este momento, quiero besarlo, a la mierda sus reglas, a la mierda mi orgullo, a la mierda todo... quiero besarlo, pero...

Si tan solo supieras...© COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora