Podría decirse que no tenía vida social. No tenía amigos, y nunca había besado a nadie. Su "vida" se basaba en escuchar música y leer, y a veces en escribir sus propias historias. Cuando era niña, no le interesaba tener amigos. Le gustaba encerrarle en su habitación y hacer cualquier cosa que implicara soledad. Y cuando llegaba la noche, le gustaba contemplar el cielo. La luna y las estrellas siempre la habían apasionado. Le encantaba la forma en la que brillaban, hasta se pasaba días enteros dibujándolas de distintas formas. Hasta que su madre venía y la obligaba a tomar su medicina.
Cuando tenía dos años o tres, descubrieron que era epiléptica. Un científico amigo de su padre descubrió la forma en la que esos ataques desaparecieran completamente. Debía tomar una pastilla todas las noches a las diez, y las noches de luna llena antes del anochecer. Su madre le decía que la luna llena afectaba su cerebro y las partes nerviosas que activaban la epilepsia. O algo parecido. La cuestión es que tomaba esa pastilla cada día de su vida. Y funcionaba, ya que nunca había vuelto a sufrir otro ataque. Él único problema era que en las noches de luna llena debía tomar dos de ellas, y la adormecían al instante. Por eso nunca había visto una luna llena, además de en fotografías. Pero eso le gustaba. Le encantaba pasar días enteros dibujando, escribiendo, leyendo libros y analizando imágenes del cielo.
Hasta que creció, maduró, y las personas en la escuela no eran muy amables que digamos. Nadie la invitaba a sus fiestas, y simplemente no hablaba con nadie. Entonces comenzó a aburrirse. Se aburrió de los dibujos, de los libros y de las fotografías. Quería una vez en la vida sentirse cómoda consigo misma, y que los demás también lo hicieran. Quería que la aceptaran; quería que alguien le dedicara una sonrisa. Quería hacer reir a las personas como hacía con su familia, y quería que alguien le contara sus secretos.
Pero su reputación de antisocial ya estaba asignada. Las miradas malvadas de las chicas populares y de sus novios idiotas ya eran costumbre para ella. Los rechazos de todo el colegio eran algo normal y hubo un punto en su vida en el que dejaron de importarle esas cosas. Porque ya todo estaba hecho.
Cada vez que intentaba cambiar, descubría, con un profundo dolor en su corazón, que nadie estaba dispuesto a integrarla, a no juzgarla, a conocerla. Por esta razón, en cierta etapa de su vida decidió que era mejor no hablar con nadie. Pero nadie le hablaba tampoco, y si lo hacían, era para discutir.
Como la vez que la capitana de las porristas, Jordan McAllister, se había encaprichado con que ella había ocupado su asiento en el salón. Como no se lo había devuelto, le había dicho cosas horribles que nunca nadie se había atrevido a decir. Apartada social, autista, rara, fea y estúpida fueron algunos de todos los insultos. Entonces sí, con lágrimas y furia en los ojos, le devolvió el estúpido banco. Corrió al baño y se encerró allí hasta que la jornada terminó. No quería que nadie la viera. Sentía algo, pero no era enojo ni odio, era...vacío.
La tarde anterior, había leído una especie de blog de una chica que sufría de depresión, entre otras cosas, como bulimia y anorexia, y que se había cortado las muñecas con un cuchillo. Decía que era una acción "liberadora" y que el dolor de su depresión se iba en cuanto la sangre salía de su cuerpo. Entonces, sacó de su cartuchera un par de tijeras que usaba para cortar papeles de colores, y con los ojos empañados y la mente nublada, clavó el metal en sus venas.
Dolió, como nada antes, pero no sintió nada "liberador", así que después del cuarto corte arrojó la tijera llena de sangre al suelo. Se la quedó mirando unos segundos. Y cuando volvió a su muñeca, ésta estaba en perfecto estado. No había rastros de los cortes de la tijera y mucho menos de la sangre. Lo único, la tijera estaba manchada. Entonces, se acercó a la tijera, la tomó con sus manos temblorosas y luego gritó. Porque la sangre, lejos de tener un color rojo metálico y amargo, era negra.
Una profesora que pasaba por allí había entrado al baño y se había ofrecido a ayudarla, a pesar de que la puerta del cuartito las separaba. Le dijo que no, que se había quedado encerrada. Se sintió algo estúpida cuando la profesora abrió la puerta con facilidad. No le había contado a nadie lo sucedido y tampoco volvió a intentar sangrar de nuevo.
Cada vez que se miraba al espejo y sentía que no era nadie, se repetía a sí misma una serie de cosas que la ayudaban a comenzar bien el día. Su nombre era Blair. Tenía16 años y una extraña vida. Vivía en Greenville, en Ohio, con su familia. Su padre, George; su madre Alice y su hermano mayor Chris. Eran alrededor de cinco mil habitantes, tal vez más, tal vez menos, la cuestión era que todos se conocían entre todos.
Pero su historia empezaba con su familia.
Con su hermano no se parecían en nada. El cabello de Chris era negro y sus ojos eran de un color miel que caramelizaba a cualquiera. Alrededor de su nariz y bajo sus ojos, miles de pecas se asomaban, como estrellas en el cielo. Era altísimo y tenía un cuerpo totalmente tonificado con músculos que había conseguido gracias al gimnasio. Y una sonrisa blanca resplandeciente.
Blair, por su parte, tenía ojos enormes y verdes esmeralda. Su madre decía que eran unos ojos enigmáticos y hermosos, pero ella no los encontraba tan maravillosos. Su cabello era rubio y le llegaba hasta un poco más de los hombros. Y lejos del cuerpo tonificado de Chris, el de ella era casi puro hueso. Era flaquísima y no es para presumir, pero podía comer kilos de pan y nunca engordar. No sabía muy bien si debía tomar eso como algo bueno o malo de su ser, ya que le habría gustado tener unos kilitos más y un poco más de curvas. Pero, dentro de todo, estaba conforme con su cuerpo.
Y en nada se parecían en lo personal. Él estaba rodeado de gente que lo quería y admiraba, de amigos y de chicas, cuando Blair prácticamente nunca se había relacionado con nadie y nunca había ni siquiera tocado a un chico.
Pero se llevaban bien. Bastante, ya que Blair no solía llevarse con las personas. Pero supongo que cuando has conocido a alguien desde que naciste debes relacionarte con ellos. Así era el caso de su familia y ella. Eran lo único y lo más preciado que tenía.
Pero había veces en las que sentía que no pertenecía a su propia familia. Es decir, todos ellos tenían ojos miel y cabello negro, pero el punto era que no se parecía a ellos. En nada.
Y eso le preocupaba. No era que le molestara ser adoptada, ni que tuviera algo en contra de eso, pero le gustaría haberlo sabido desde el principio, y el hecho de que no lo sabía concretamente, y no se sentía completamente de la familia Gallagher, hacía que algo en ella desconfiara de su familia y de sí misma.
Todo esto en su vida era normal. El aburrimiento, el rechazo, los medicamentos nocturnos y la buena relación con su familia eran su vida.
Hasta que un día todo cambió.
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Moonlight
WerewolfBlair siempre había sospechado cosas sobre su pasado, sabía que ella no era como su familia, y le hizo falta dejar de tomar sus pastillas anti epilépticas para darse cuenta que cosas extrañas le estaban sucediendo. De pronto tiene amigos, y dos chic...