Capítulo 15

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Al despertar, está en un avión. Primera clase, o no. No son los mismos aviones en los que suele viajar. Son algo más que eso. Está recostada en algo y no ve a Benjamin por ningún lado. No ve a Margaret, tampoco. Los señores Davis deben estar con el piloto del avión. Entonces, se da cuenta de que realmente está en un avión privado. Al parecer, los padres de Margaret tienen el suficiente dinero como para darse ese lujo. Mejor dicho, muchos lujos.

Melanie York observa la ventanilla del avión. Están sobre-volando Londres. Es en este momento en el cual decide mirar a los asientos de atrás. Margaret y Benjamin están descansando. Ella en un puesto, él en el otro. Se les ve tranquilos. Sepa Dios lo que sueñan, pero que sean cosas lindas. Melanie York se levanta de su asiento. Se da cuenta de que estaba recostada sobre una almohada muy cómoda. Estira un poco las piernas, y ahí es cuando se pone a pensar en las cosas como realmente son. «Vamos a Londres», se dice. «Vamos a Londres a hacer negocios.»

Ella sonríe un poco. Sus sueños se están cumpliendo.

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Margaret es laclase de chica que todo chico quisiera tener cerca. Pero no lo aceptan. Es cariñosa, amable, cuidadosa, atlética-en su propia forma-, amistosa, abrazable, sencilla, y, lamentablemente, rica a más no poder. Pero eso a Benjamin no le importa, y no hay cosa más preciada para Margaret Davis, que Benjamin York. Él es una especie de chico perfecto de ojos azules profundos que pueden llegar a ser el celeste más claro al azul más tenebroso. Sus ojos son lo suficientemente grandes como para fijarse en ellos, y lo suficientemente chicos para no parecer exagerados. Sus pestañas son como unas pequeñas cortinas hermosas y largas. Sus cejas, abundantes y espesas, pero muy refinadas, sólo le dan un toque agradable a su cara. Pálido como la nieve, es un chico que ama el sol pero no se quema no importa cuánto tiempo pase afuera. Con un cabello azabache, sólo se ve más pálido. Es como si del papel lo hubiesen hecho, y con un bolígrafo azul y negro hubiese sido dibujado. Y algo de rosa, para esas mejillas que se tornan rosadas cuando ve a Margaret. (Pero eso ella no lo sabe.) Para ella, esas pecas -sólo un poco más oscuras que su piel- son un delirio. El chico sólo se ve más adorable. Unas pecas que se esparcen por sus mejillas y pómulos hasta su nariz, sólo profundizan su mirada. Sus labios, delgados, solamente lo hacen ver mayor. Si bien no lo hacen ver adorable, lo hacen ver deseable. Un chico de trece años hecho como si fuera el hombre perfecto en su adolescencia. Una sonrisa que, gracias a los aparatos dentales que usó a los diez años por problemas que tuvo, se ve tan perfecta como las pecas en su cara. Y esos hoyuelos de muerte que te hacen delirar a más no poder, ¡Madre mía! Su mandíbula, algo marcada por las veces que hace presión en ella cuando un chico se acerca a Maggie (eso tampoco lo sabe ella), lo hace verse mayor. Más adolescente, más querible. El pequeño flequillo que tiene en ese cabello perfectamente desordenado y arreglado a la vez que siempre lleva, lo hace verse rebelde. Es la clase de chico que toda chica quisiera ver. El conjunto de sus ojos, su mirada inocente, sus labios rosa claro que muerde cada vez que se concentra en algo -como dibujar a su Caoba- y sus pecas, son una combinación tan deseable como el chocolate. Y ni hablar de sus brazos, que ahora que está empezando a hacer deporte -que ha dejado el último mes-, se han puesto más fuertes. Básquetbol, fútbol, béisbol.

Margaret suspira. ¿Realmente está pensando en él de esa forma? Porque, madre mía, Benjamin es un chico extremadamente guapo para ella. Sus expresiones, todo él. Un chico extraño, apuesto, dulce, inteligente, talentoso, infantil y maduro; abrazarle siempre es posible, y es capaz de darlo todo por quienes quiere.

Margaret bosteza. Aún puede dormir unos minutos.

Pero en sus sueños, la voz de Benjamin, que la deja sin aliento, es permanente.

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Benjamin sonríe, apenado. Le ha dicho a su madre que tiene que preguntarle algo. Ahora que están en el hotel, y Margaret está en el hospital con sus padres, Melanie no para de preguntarle qué era.

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