Capítulo 18

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-¡Feliz cumpleaños, Benjamin! ¡Y feliz año nuevo!

Benjamin sonríe. La única persona que le desearía feliz cumpleaños antes que año nuevo era Maggie. Había abierto todos los regalos menos el de su Caoba, porque ella había vuelto a la casa para buscar el regalo. La chica venía con una caja enorme y una bolsa pequeña. La caja la dejó en el piso, la bolsa la dejó en la mesa de centro y corrió a abrazar a Pecas. Esta vez su vestido era plateado, muy parecido al que usó en Navidad. No llevaba vincha; sin embargo, llevaba el cabello en ondas y menos enrulado. Los brazos de la chica se encontraban alrededor del cuello del cumpleañero y su perfume suave -que olía a flores- se impregnaba en la nariz del joven. Él la tenia cargada, prácticamente; así que la bajo. Ella le plantó un beso en la mejilla izquierda, y luego lo haló hasta la mesa de centro, para darle el regalo pequeño.

Él, sonriente, tomó la bolsa. No entendió porqué había un papel encima del regalo; y entonces sacó el papel de la bolsa. Había un conjunto de ropa deportiva, con el apellido "York" escrito. Maggie había logrado que Benjamin entrara al equipo de fútbol del colegio, y él la abrazó. Sacó la ropa para poder verla, y entonces notó una tarjeta en el fondo. Era una tarjeta de membresía del club al que los padres de Margaret siempre van. Ella ya tenía la suya, y sólo faltaba que Ben la tuviera. Benjamin la volvió a atrapar entre sus brazos, pero ella lo apartó y señaló la caja inmensa que estaba en el piso de la sala. Los ojos de los adultos estaban sobre ellos, y Caoba tomó la mano de su Pecas para llevarlo al regalo. Benjamin se sentó en la alfombra de la sala, miró a Maggie y al regalo, y empezó a abrirlo. Cuando la caja no tenía cinta adhesiva, vio la cubierta de una guitarra, y miró extrañado a Maggie. Cuando ella le sonrió, él miró la cubierta y la abrió. Se puso más pálido de lo que ya era, si eso era posible. Balbuceó algunas cosas. Era una guitarra fabricada sólo para él. Tenía su nombre en la madera de al frente, y era perfecta. Tocó la guitarra, las cuerdas, y luego cerró la cubierta, que hizo un sonido hueco. La cubierta era de madera recubierta con cuero. Silbó y se levantó.
Margaret empezó a llorar cuando vio las lágrimas y la sonrisa de Benjamin. Le había gustado su regalo. El chico, ahora con un smoking ajado y abierto, se aproximó a la chica y la abrazó por la cintura, la cargó y la besó en la frente. La acercó a su cuerpo y puso su cabeza en el cuenco entre el cuello y el hombro de la chica, y ella envolvía la cabeza del chico en sus brazos.

-Caoba, te quiero. Pequeña, realmente te quiero.

Ella suspiraba. Él era perfecto. Los catorce años se le notaban a Benjamin York. Se veía más alto, más guapo, más querible, más deseable y mayor. Él ya era mucho más alto que ella, pero ella había crecido un poco. Ella realmente lo quería. Su sonrisa al abrir los regalos era todo lo que ella necesitaba para olvidar que tenía el síndrome del sabio, porque su sonrisa la hacia sentirse una tonta. Feliz, pero tonta. Y se sentía extrañamente genial.

-También te quiero, Pecas. Eres el mejor. Te mereces todo lo que quieras. Y espero que compongas bellas canciones con esa guitarra electro-acústica.

-Sólo a ti, bella niña. Sólo a ti.

Ella rió en su cabello, y él sintió una corriente que le heló la sangre. Él de verdad que había caído por ella. En serio la quería. En serio daría todo por ella.

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Esa tarde se encontraron a las 16:00 en el parque de al lado. Esa tarde ella no llevó su cámara ni él su cuaderno de dibujo. Esa tarde ella no llevó sus libros ni él llevó su balón de fútbol. Esa tarde manejaron en bicicleta aún cuando hacía frío. Partieron desde el parque hasta toda la calle. Recorrer todo en silencio era algo bello. Habían pasado la madrugada mirando los fuegos artificiales. Se habían tomado las manos, y ella lo había besado sólo porque quería hacerlo, y él no dijo nada. Él la besó de vuelta y callaron. Era signo de que iban a estar el uno para el otro, no importa lo que pase.

Habían cenado juntos, después de llegar a sus casas; porque sus padres decidieron que debían ir a algún restaurante a celebrar el año nuevo.

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Un mes había pasado. Ya era primero de febrero, Benjamin estaba nervioso, Margaret estaba frente a él abriendo los regalos y ella se veía perfecta. Ella reía al ver las bromas internas de varios regalos. Su abuelo materno incluso le había regalado un collar y, como extra, un libro que hablaba sobre las pecas y los ojos azules, escrito por él mismo. Entonces vio a un Benjamin muy nervioso tendiéndole una bolsa pequeña. Lanzó un grito ahogado cuando vio lo que había dentro de la bolsa. Había una cajita de color caoba, como sus ojos, con un collar de oro blanco con un dije en forma de libro, y una pulsera del mismo material con un dije de bolígrafo. Además, habían dos dijes extras: un micrófono y una cámara. Era el regalo perfecto. Además de eso, había un separador de metal con una inscripción. El separador decía:
"She is so beautiful. You don't get tired of looking at her.
You never worry if she is smarter that you. You know she is.
She is funny without being mean. I love her."-John Green.
Margaret miró perpleja el regalo. Lo volteó para mirarlo por detrás, y se encontró con un espejo. Ella veía su reflejo, y se dio cuenta de que el espejo fue colocado después. Miró a Ben. Benjamin había hecho eso por ella. Miró dentro de la bolsa. Habían dos cosas más. Había un cuaderno. Era un cuaderno de tapa dura de cartón imitación de cuero rojizo. Tenía una solapa para cerrar el cuaderno, y se pegaba a la portada con algún imán. Tenía escrito en la solapa -en dorado- "Margaret Danielle". Ella jamás se había sentido tan orgullosa de sus dos nombres. Había un bolígrafo, que era lo que quedaba en la bolsa. Era un bolígrafo de tinta negra. Sólo eso. Era un bolígrafo común y corriente, o eso parecía. Era un bolígrafo estilográfico. Margaret sonrió. Suspiró, se levantó, y se dirigió a Benjamin. Tranquilamente le pidió que se agachara a su altura y, de repente, le plantó un beso en los labios. Benjamin cerró los ojos y la siguió. Lo había tomado por sorpresa, pero no por eso no lo disfrutaría. Ella soltó sus labios y rió al ver a Ben con los labios con un poco de brillo labial -que ella se había encargado de regar en los labios del chico-. Ella suspiró, sonrío y murmuró un "lo siento". Bajó la cabeza y se apresuró al patio, dejando a todos los adultos boquiabiertos, a Amy enojada, a Fred decepcionado y a Benjamin con el corazón acelerado.

Margaret había realmente besado a un chico por tercera vez en su vida y ese chico, por tercera vez, había sido Benjamin.

No, eso no iba a quedarse así.

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