- 03 - Creo que te odio

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Creo que te odio ¿Cómo lo sé? Porque cuando te miro mis instintos homicidas se activan al instante. Eres como el némesis de toda escritora; parte negra de cada historia...

No, quería gritar ¿Cómo iba a escribir eso? La echarían de cualquier editorial... por otra parte si era una buena frase, algo explosiva, fuerte, seguida de un beso, un beso cargado de... algo fuerte con calor, que hiciera que la persona que lo leyera sintiera el calor del momento, el fuego que las palabras transmitían.

—Necesito la computadora.

Jonas se había asomado en la puerta de la oficina haciéndola tragar saliva, de pronto la boca se le había secado tanto que...

—¿Cómo? —preguntó.

El señaló el aparato sobre el escritorio en el que tecleaba como psicópata.

—Te tengo que instalar el programa, necesito la computadora.

—Ah, sí, claro —se puso de pie y giró hacia el escritorio que estaba detrás de su mesa, allí descansaba su computadora personal y su tab. Ambas con la batería completa.

Los dos se quedaron en silencio mientras ella se sentaba y abría un documento en blanco para transcribir un informe que habían dejado en su mesa.

—¿algo más? —preguntó viendo que se había quedado parado frente a ella mirándola fijamente.

—Si. Pero creo que mejor espero ¿sales a las seis? —preguntó.

—Si, salgo a las seis.

—¿Te gusta la comida oriental?

—No

—¿Italiana?

—Comí anoche

—¿Argentina?

—Si. Aunque nunca probé nada.

—Te llevaré a cenar. Hay algo que me gustaría hablar contigo, no sé si tus padres te lo han dicho, pero... mejor espero, termina de hacer tu trabajo.

—No creo que sea por lo del accidente —dijo segura.

—No creo que tu sepas del...

—Sé que liberaron al conductor que chocó con nosotros. Pero jamás se acercó a ninguno de nosotros. Me refiero a que estaríamos "seguros" de que no se acercará.

—Tiene tobillera. De todas formas no puede salir de su casa sin que le dé un choque eléctrico o algo por el estilo.

—No me interesa —dijo con sinceridad.

—Nos vemos cuando salgas. Ahora tengo que instalar varios programas en las computadoras y te voy a dar un consejo, por respeto a tu madre —aclaró—. La mujer que está en frente de tu oficina no deja de mirarte —dijo mientras cerraba la puerta y bajaba la cortina dejando todo totalmente cerrado— como ya pasaste por eso y, aunque odie admitirlo, eres buena y gentil, no dejes que nadie toque tu computadora.

—Nadie tocará mi computadora. Una vez fue suficiente.

—¿Alguien ha visto tus escritos nuevos? —preguntó corriendo una silla y sentándose en frente de ella.

—Nadie. La mujer a la que estás acusando, no toca archivos de los escritores y no soy tan estúpida.

—Pero es tu amiga —dijo como si fuera algo muy obvio.

—Ella solo es mi amiga cuando de hombres se trata. Podría morirme de hambre y ella pasaría a mi lado con una rosquilla disfrutando su poder.

Eso era verdad, nadie quería ser la amiga de "la pueblerina" ignoraban por completo que era nacida en Los Ángeles, pero para su desgracia, la tonada de Gold River era aun más pegajosa que la de San Antonio o Austin.

Por ti, amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora