- 11 - Mío. Mía

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La melodía de «Noche de paz» sonaba por los altoparlantes de la tienda, mientras Jonas compraba los elementos para la cena, ella buscaba elementos para armar un árbol, y aunque sería un árbol de plástico, tendría todos los adornos que se merecía ¡Con estrella incluída!

Encontró borlas de colores y brillos, unos ángelitos, renos y un papá Noel, las luces eran redondas y blancas, la estrella era dorada y había un boa de perlitas que haría un lindo efecto.

Encontró a Jonas en la zona de cajas, ese día hacía bastante frio, aunque el cielo estaba de un azul radiante.

—¿Encontraste todo? —preguntó Jonas con una mueca de burla al ver el carrito de ella lleno.

—Si ¿tu?

—Si.

Las cajeras los atendieron y más de una le echó una mirada –una muy larga mirada– al alto caballero que la estaba ayudando meter las cosas en el carrito.

En el carrito había unas cajas envueltas en papel dorado, Jonas las miró con curiosidad, quizá fueran adornos para el arbolito que era bastante grande.

Al llegar a la cabaña, se bajaron del auto y comenzaron a llevar las cosas hacia adentro y a dejarlas en la sala. Jonas se quitó el abrigo y Melody lo secundó.

—Primero enciendo el fuego, luego guardo las cosas, tu arma el arbolito —señaló un rincón al otro lado de la sala, lejos de la chimenea— ese va a ser el mejor lugar.

—¿Seguro que no quieres que te ayude? —preguntó ella mientras él se subía las mangas del suéter para acomodar los leños y encender el fuego.

Él la miró, ese día tenía un leggin negro con unas pantubotas color canela, la abrigaba un suéter largo color chocolate. El largo cabello le caía en ondas castañas. Era preciosa y sus ojos eran tan sinceros.

—No...

—Pero no me cuesta nada lavar algunas verduras y...

—Cosita... dije que no.

—Mira viejo...

Pero él la calló besándola de una forma que tuvo que agarrarse de sus brazos para que las piernas al final no le fallaran y se cayera al suelo. Cuando el beso se fue haciendo más lento el le acarició la nariz con la suya.

—No me digas viejo

—No soy una cosa, Keegan.

—Eres mi cosita.

Melody suspiró.

—Si yo soy tu cosita, tú serás mi viejo.

—Tuyo.

Jonas le pasó las manos por la cintura y en un rápido movimiento la alzó y ella se aferró a él envolviéndolo con sus piernas. Un repentino calor la invadió, lo que hizo que sus piernas se cerraran más en torno a él.

Jonas la miró y sus ojos se llenaron de ternura.

—Siempre serás mía.

Melody arqueó las cejas.

—¿Seguro?

Jonas sonrió haciendo que en el costado de sus ojos se marcaran sus arruguitas. Ella suspiró ¿Una sonrisa podía hacer sentir tanto? ¿Una sonrisa te podía acelerar así el corazón, hacerte temblar, hacerte desear?

—¿Eres mío Jonas? —preguntó llena de inocencia— ¿Realmente eres mío?

Jonas volvió a besarla, pero esta vez fue diferente, era un beso lento, marcado, desequilibrado. Meli correspondió con el mismo ardor decidida a mostrarle todo lo que él significaba para ella, él la llevó a la superficie mullida, en este caso el sillón y la depositó ahí mientras se acostó sobre ella.

Melody jamás había besado a alguien de esa manera, le encantó, le fascinó sentir el peso del cuerpo masculino, le fascinó notar como se apretaba a ella y lo que ese roce provocaba. Estaba decidida a no dejarlo ir, a que siguiera besándola sin importar nada, ni siquiera lo que pasara después.

Porque ella lo amaba.

La revelación la hizo parar de golpe y finalizar la sesión de besos apasionados en el sofá.

—No haremos nada de lo que tú no quieras —dijo él masajeándole los huesos de las caderas, Mel se dio cuenta que estaba a punto de quitarle el suéter.

—No es eso, es que...

—¿Qué ocurre corazón?

—Hay co... —se aclaró la garganta— hay cosas que hacer, hay que armar el árbol, preparar la cena, prepararnos.

Jonas se sentó en el sillón pero la agarró haciendo que se sentara sobre él, al igual que ella estaba respirando aceleradamente.

—No tienes nada de qué avergonzarte —dijo él, pensando que le daba vergüenza acostarse con alguien mayor que ella.

—No me da vergüenza Jonas. Es que me di cuenta de algo.

—¿A si?

—Si.

Él sonrió mientras le acariciaba la cara de una forma casi angelical, como si estuviera tocando un cristal, ella besó sus manos y entrelazaron sus dedos.

—¿De qué te diste cuenta Cosita?

Melody se mordió el labio inferior, pero iba a decírselo aunque... ¿y si lo perdía? ¿Y si él se alejaba de ella? Después de todo ella tenía unos estúpidos veinticuatro años y el tenía cuarenta y cuatro ¿Qué querría él de una joven como ella?

De pronto sintió unas horribles ganas de llorar al pensar en perderlo

—Te amo.

Por ti, amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora