Primer encuentro

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Larry Scott esa mañana se había levantado de buen humor, siempre le gustaba despertarse unas horas antes de ir al trabajo, su mujer Linda le había preparado unos huevos revueltos con espinacas, bacon y un café cargado. Cuando se montó en el coche, estaba la  noche fría y  borrosa.
–Ten cuidado en la carretera, recuerda pedirle un adelanto, al sórdido de tu jefe, en la despensa parece que hay ratones, ya no queda nada –dijo su mujer tirando el final de un cigarrillo a la calle.
Cuando Larry llegó al almacén aún no había demasiada gente, solo Gordon su jefe, que siempre era el primero en llegar y el último en irse, un hombre corpulento, con manos rudas, del duro trabajo al que fue sometido en su niñez. Siempre que tomaban algo juntos, relataba las mismas historias, orgulloso de sus hazañas, y lamentándose de sus desdichas, pero a pesar de todo pertenecía a la serie  de hombres, que siempre miraba la vida con optimismo, solía decir, "el que la sigue la consigue". 
–Buenos días Larry, hoy has madrugado como siempre, entra en la oficina que voy a darle el itinerario del día –dijo mientras ambos se conducían al pequeño habitáculo, destinado para este fin. El escritorio se encontraba abarrotado de facturas, sobres y diversos bolígrafos por todas partes. El desorden de aquel hombre se mostraba evidente, pensó Larry –cómo podía apañarse para tenerlo todo siempre bajo control, con menudo desastre-.
Gordon le sirvió un café y le ofreció que se sentara. En ese momento le entraron ganas de pedirle el adelanto, en cambio se lo pensó dos veces y eso le hizo sentir vergüenza, al final se contuvo de hacerlo, a sabiendas de lo que le esperaría cuando regresara a casa.
Sobre las ocho de la mañana empezaron a llegar sus compañeros, caminaban tranquilos, tomaban el segundo café de la mañana, y luego se ponían al trabajo. En cambio Larry, revisó las ruedas del camión, posicionó los espejos, acomodó el asiento y se puso en marcha hasta su próximo destino.
A medida que hacía kilómetros, la humedad iba en aumento, tuvo que parar un segundo para colocarse los guantes.  La niebla empezaba a azotar los cristales, no era nada nuevo, estaba acostumbrado a conducir en situaciones incluso más adversas, le encantaba conducir, y evadirse de la cotidianidad. Unos días sin ver a su mujer le parecían de fábula, en cambio echaba de menos pasar más tiempo, con su hija Tiffany. Apenas estaban juntos desde que decidió aceptar ese trabajo.       
La carretera se encontraba con muy pocos vehículos, los supermercados, y cafeterías empezaban a abrir, todo se ponía en marcha. –Pronto podría tomarse el tercer café de la mañana, estirar las piernas un poco –Pensó. Encendió la radio, en esos momentos sonaba, la banda sonora de la película TITANIC, no le disgustó escucharla, así que no cambio de emisora, luego sonaron, la canción, SUEÑA de Luis Miguel, mas tarde música clásica y entonces se decidió a cambiarla. Mientras escuchaba un canal de información, optó por parar a repostar. 
Cuando bajó del camión, la niebla continuaba, pálida, como alguien que nunca ha tomado el sol, detrás de la neblina se encontraba una gasolinera, en la que jamas había estado, su lamentable deterioro, hacia pensar que estaba cerrada, si no hubiese sido porque en ese mismo instante salió un hombre tambaleándose. Tenía pinta de haber estado toda la noche bebiendo, esto le trajo recuerdos de cuándo estuvo con problemas de alcohol, y su vida empezó a deteriorarse, hasta que conoció a Linda.
Lo miró cómo se iba perdiendo en la niebla, sintió escalofríos y pena por aquel desdichado ser.  Entró y pidió una taza de café bien caliente, intentaba tomarlo, pero tenía un sabor nauseabundo y rancio. Se puso a contemplar  la taza, que contenía mucha suciedad impregnada, ésto, le quitó la idea de pedir algo más, aunque su estómago le hacía señales de lo contrario, decidió no pensar más en lo asqueroso que le parecía todo aquello. Observó a través de la ventana, como la niebla estaba cesando, varios autobuses bajaban a personas de la tercera edad. Irían  a ver los acueductos, pero antes abrían parado para coger energía, –menudo lugar habéis escogido, quieren matarlos antes de que les llegue su hora –se dijo.
Empezó a llenarse la zona de aparcamientos y decidió que era hora de largarse, se dejó el café por la mitad, depósito el dinero en la mesa con alguna propina, aunque no lo mereciese, y se marchó hacia su vehículo.
Una treintena de ancianos los rodearon por largo rato, como aturdidos de las largas horas de trayecto, hasta que logró zafarse de todos ellos y llegó donde tenía aparcado el camión, volvió a mirar hacia ellos, todos entraban a empujones en el edificio, locos por desayunar, sin esperar lo que se encontrarían dentro.
Volvió a escuchar los informativos, el tiempo parecía que iba a levantar, pronto llegaría y descargaría las frutas y verduras, podría darse un buen atracón de chuleta y patatas, sólo con pensarlo se le hacia la boca agua. Se hospedaría en el hostal ILUSION, como de costumbre cuando le tocaba esa ruta.
Cuando  entró olía a sabanas recién lavadas, a ambientador de lavanda, y  un perfume fuerte de la recepcionista.
–Buenas tardes, ¿otra vez por aquí? –dijo la amable chica de sonrisa infinita.
–Ya ves que no puedo estar tanto tiempo sin verte –dijo en tono divertido.
La mujer de pelo ondulado de un color castaño, se sonrojó, e intentó disimular buscando la ficha para registrarlo. Greisy  Davis era el tipo de mujer solterona, que nunca había estado con un hombre, y se ruborizaba cuando alguno le decía algo agradable, Larry en muchas ocasiones la había alagado, aunque nunca tuvo respuesta de ella.

LA CARRETERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora