Segundo encuentro

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A Larry todas las cosas que había imaginado, se le echaron por tierra, resignado pidió habitación.
Le chocó no ver a Greisy a esa hora en recepción, en vez de ella había una señora, de unos cincuenta años, con unos cuantos kilos de más, y con cara de pocos amigos. Así que optó por no preguntarle nada.
Tumbado en la cama, examinó su situación y se sintió estúpido, al pensar que Priscila querría volver a verlo, ahora estaría con un tipo, luego con otro y con otro más. Esos pensamientos lo llevaron a sentir nerviosismo y acordarse de la navaja que tenía en la guantera, recordó una y otra vez el incidente de aquel día, ahora le rondaba por su cabeza, sin parar.

—Déjame dormir, rata inmunda, nadie lo descubrirá es imposible, nadie lo descubrirá... —se lo repetía una y otra vez para autoconvencerse.

Escuchó tres golpes secos en la puerta, no le hizo demasiado caso, creyó que podía ser imaginaciones suyas, —quién tocaría a esas horas de la noche— hizo una pausa y luego siguió pensando en sus cosas, cuando volvió a escucharlo de nuevo, pero esta vez con mayor nitidez,  fue entonces cuando su corazón empezó a latir más deprisa, invadido por el  nerviosismo , se le pasaron muchas cosas por el cerebro, pero una de ellas y a la que le hizo más caso que a las demás, fue que era la policía.

—Un momento, ya voy —dijo colocándose los pantalones e intentando  pensar qué diría al mismo tiempo.

Al otro lado no se escucho nada y le extrañó muchísimo, siempre había visto en las películas, que lo primero que hace la policía es identificarse. Eso le hizo dudar, pero no demasiado.
Los golpes se intensificaron, el estado de nerviosismo aumentaba por segundos. Cuando se calmó o lo hubo creído logró abrir la puerta, detrás de esta se encontraba Priscila Surma.

—Sabía que te encontraría aquí, mi tía me dejó el recado —dijo abalanzándose sobre él. 
—Me has dado un susto de muerte, a punto ha estado de darme un infarto —contestó respirando aliviado.

Tuvieron una noche de lujuria desenfrenada que duró hasta el amanecer. Ella bromeó con que le debía mucho dinero,  y comentó que con ningún cliente había llegado nunca a esos niveles.

—Tengo que irme, hoy tengo otro reparto y queda lejos —dijo él metido en la ducha, mientras por el desagüe dejaba caer las impurezas de aquella noche. Se restregó bien el cuerpo. Hasta dejarse la piel de un rosado casi sangrante.
—¿Tan pronto?, ¿cuándo nos volveremos a ver? —preguntó aún tumbada en la cama totalmente desnuda.
—Hasta que no me manden por aquí ya sabes que no.
—Estas semanas ha habido muy poco trabajo por aquí, me preguntaba si, ¿podrías prestarme algo de dinero?, te lo devolveré la próxima vez que nos veamos —dijo ella intentándolo agarrar, mientras él seguía moviéndose por la habitación.
—¿Te va bien con 30 dólares? —preguntó él ojeando la cartera.
—Sí, gracias, te lo devolveré te lo prometo.
—No tienes que hacerlo —dijo dándole un beso.

Ella se puso muy contenta y siguió tumbada en la cama viendo como él se marchaba.
Esa mañana feliz, llegó a entregar la mercancía, luego pensó en darse un buen homenaje, en el restaurante EL RANCHO. Se sentó y comió hasta sentirse agotado, el exceso de carbohidratos, lo hizo apearse para echar una siesta. Se colocó la gorra para que el sol no lo molestase, y se tumbó a lo largo de los asientos.

Unas horas más tarde, lo despertaron unos golpes en el cristal, abrió los ojos alterado cuando vio a una señora de cuarenta y pico de años y un niño pequeño, a juzgar por sus caras se les veía cansados  y angustiados.

—Perdone que le moleste, pero mi hijo y yo llevamos algún tiempo andando y ya no podemos más, ¿podría llevarnos?, solo hasta la próxima gasolinera y allí nos la apañamos —dijo la mujer ataviada con un pañuelo de flores en la cabeza y unas enormes gafas de sol, su hijo llevaba una gorra de color azul pardo y una mochila a juego.
—Espere un poco, que me espabile, estaba echando una siesta —dijo con voz soñolienta, estirándose como un niño pequeño.
—Si claro, tómese todo el tiempo, y perdóneme de nuevo —contestó la mujer sintiéndose mal.

LA CARRETERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora