Seduciendo a una joven.

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Larry se quedó en la cama esa mañana, Linda se había ido temprano a la cocina, entonces aprovechó para guardar los recuerdos de sus víctimas, cogió la cajetilla de tabaco, unos pendientes que le había quitado a Priscila y los guardó en su caja, lo escondió y se fue a la cocina.

—Buenos días — dijo él sentándose para desayunar.
–¿Quieres huevos revueltos? — preguntó Linda, echando en ese instante varios huevos en la sartén.
–No tengo apetito, quiero ir temprano al centro comercial, para dar una vuelta —contestó tomando una taza que contenía café.

Tiffany entró en la cocina, tomó una tostada en la mano y bebió medio vaso de zumo.

—Me voy he quedado con unos amigos —dijo la chica, cogió su mochila y se dirigió a la puerta.

Eran algo pasadas ya las once de la mañana, larry se colocó unos deportivos, un tejano y una camiseta, salió a la calle y optó por ir andando a la parada del autobús, no le apetecía nada conducir. Una vez en la parada se sentó a esperar al lado de una mujer con un yorkshire en su falda, que empezó a ladrarle en cuanto lo vio. La mujer lo hizo callar varias veces, pero el perro no hacía caso.
Después de un cuarto de hora esperando llegó el autobús, Larry subió, saludó al conductor, el cual recordaba desde hacía años, cuando llegó a la ciudad para estudiar y vivía en un apartamento de treinta metros cuadrados. Se quedó absorto en los pensamientos y el conductor tuvo que llamarlo para que cogiese el ticket.
Tomó uno de los primeros asientos. En la parte de atrás había una pareja, dos hombres más, luego entró la señora del perro y dos personas más que se unieron a la espera. En el último momento cuando el conductor se disponía a cerrar, apareció corriendo Sara la mejor amiga de Tiffany,
A Larry le pareció que la chica había desarrollado mucho desde la última vez que la vio, el cabello lo llevaba recogido, al sonreír dejó al descubierto su brillante dentadura y el volumen de sus pechos hacían parecer que los botones de la camisa le estallarían en cualquier momento.

–Hola, señor Scott —dijo la joven encantada de verle, sentándose justo enfrente de él—. ¡Qué extraño verlo por aquí!.
—Estaba cansado de conducir y opté porque me llevaran al centro comercial —dijo éste esbozando una gran sonrisa.
—Lo entiendo, yo también voy allí, necesito unos libros para literatura —contestó la chica observando el reloj.

Mientras Larry hablaba con ella no podía apartar sus ojos de la camisa de la chica, se tenía que obligar de vez en cuando a mirarle a los ojos.

—Tifanny salió temprano, y pensé que había quedado contigo.
—Últimamente se ha echado otras amistades, apenas nos vemos —dijo la chica cabizbaja, dejando ver que aquello le molestaba.
—Bueno no tienes porque preocuparte, cuando la vea esta tarde le diré que te llame.
—No tiene porque hacerlo por mi, yo ahora mismo estoy ocupada con los estudios —contestó agradecida —y no salgo demasiado –contestó al final.

Los dos bajaron juntos del autobús, Larry insistió en acompañarla a coger sus libros, a la chica le gustó la idea y luego lo invitó a tomar un refresco.

—¿Seguro que no tienes que hacer nada? —preguntó Sara mirando el interior de su vaso por la mitad de zumo.
—Que va sólo venía a dar una vuelta, te lo prometo.
—Estoy muy a gusto con usted, como siempre está trabajando apenas nos conocíamos —confesó y dio un sorbo del zumo que le quedaba.
—Yo sabía que eras una chica muy buena, Tiffany siempre habla mucho de ti, por cierto, ¿cómo llevas lo de tus padres? —preguntó tiernamente.
—Pues cada uno está enfrascado en sus propios problemas legales y le puedo decir que apenas los veo, se pasan todo el día echándose la culpa por teléfono, mi madre ha conocido a alguien en fin... —se detuvo de repente —no le quiero aburrir con mis cosas.
—En absoluto, estoy aquí para ayudarte, te conocemos desde pequeña y eres parte de la familia —dijo estrechándola en sus brazos.
—Gracias, hablar contigo me es de gran ayuda —dijo abrazándolo también.

La joven observó el reloj y se levantó de repente, recogiendo los libros de la mesa.

–He perdido la noción del tiempo, ¿tienes que irte? —preguntó él levantándose y ayudándola.
—Si, tengo que estudiar mira que hora que es.
—Claro, que estúpido he sido, te he entretenido con mi charla—dijo Larry lamentándose.
—No se disculpe, ha sido estupendo, gracias de nuevo —contestó la chica dedicándole una sonrisa.
—Te acompaño a casa me coge de camino —se ofreció sin estar dispuesto a un rechazo.
—Está bien, así podremos seguir charlando por el camino.

LA CARRETERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora