Un incidente trágico.

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A la mañana siguiente seguía el mal tiempo, aunque se había quitado la niebla y en vez de eso lloviznaba, se le antojó quedarse en la cama más rato, ya que no tenía que trabajar, su mujer no estaba desde hacia rato en la cama. La oyó levantarse a eso de las ocho de la mañana, lo despertó con el crujir de los muelles, buscando las zapatillas de debajo de la cama, deseo que las encontrase pronto y lo dejase seguir durmiendo. Estuvo a punto de levantarse, hasta que miro el reloj y vio que era demasiado temprano y no tenía nada importante que hacer. Si su mujer lo veía despierto lo obligaría a que fuese a pedir el adelanto o que comprara fiado en la tienda SIMÓN, pero lo que no sabía ella es que el odiaba ese tipo de cosas, prefería  ir a robar antes que pedir limosna.
Se levantó a las diez de la mañana, cuando llegó a la cocina, su mujer regresaba de la tienda cargada con bolsas de papel, lo soltó en la mesa tan furiosa y de mala gana, que las naranjas rodaron por el suelo.

–He tenido que ir yo a la tienda, me lo debes, sabes que no me gusta que las vecinas chismorreen en mi cara, no sabes la vergüenza que he pasado y todo por culpa tuya –dijo entrando en cólera.
–No digas nada, como si no fuera contigo, porque no le haría caso a mi madre, cuánta razón tenía –prosiguió diciendo tornando sus ojos hacia el techo de la cocina, como si el espíritu de su difunda madre la estuviese viendo.

Larry se hizo el desayuno y se fue a la sala sin mediar  palabra, a lo largo de los años, había aprendido que cuando su mujer, estaba alterada, la última cosa que había que hacer era entrarle al trapo. Después de un par de horas, se le habría pasado, y podrían continuar en paz.
Transcurridos los días de descanso, Larry llegó a su camión como siempre, se marchó con el itinerario previsto. Al poco rato se dio cuenta que no le había pedido el adelanto y se dijo así mismo que no pasaría, sin pedírselo a su regreso. Puso la radio y el tiempo permanecería soleado durante varios días y eso le satisfago en gran medida. A las cinco horas de haber conducido, paró a descansar, abrió su mochila y sacó un bocadillo de pavo que su mujer le había preparado, luego andó unos metros por el campo, se detuvo a ver la fuerte corriente del Río, llevándose a gran velocidad varios palos y arbustos. La brisa de la mañana estaba cálida, acariciando su cara. Miró un rato al sol, para que se le quitase la palidez de su rostro, siempre se había considerado una persona poco agraciada, pero desde el incidente del otro día, se empezó a sentir más guapo, no tenía ni idea que una mujer tan joven se hubiese podido fijar en él, sólo pensar en eso le agradaba muchísimo, además no le había tenido que pagar a diferencia de sus compañeros.
Pasó por una cafetería, tenía que activarse de algún modo, notaba que empezaba a tener sueño.
En la puerta había una chica de unos diecinueve años a su parecer, con una mochila en la espalda, sentada en la acera de la entrada. La miró por si la chica se fijaba en él, pero esta ni siquiera se dio cuenta que alguien entraba en el café. Cuando se acercó la camarera, le pidió un café americano, está con agrado se lo trajo, al decirle que se cobrara le preguntó si sabía lo que le pasaba a esa chica de fuera, que la había visto un tanto afligida.
La simpática dependienta objetó;

–Creo que es una autoestopista, lleva ya unas horas a ver si alguien se digna a llevarla, pobre chica tan joven y sola por estos lugares, si yo tuviera alguien al que dejar a cargo del negocio, la llevaría –dijo mirando hacia la puerta.

Larry se quedó pensativo sin decir nada y prosiguió tomando su café.
Al salir por la puerta la chica todavía seguía allí sentada, pensó por un instante decirle algo, a pesar de lo cual, al momento se arrepintió.

–Perdone señor, ¿le importaría llevarme a Rivera's montain? –de su garganta salía una vocecita tímida e inocente.
Larry le miró a la cara y no pudo negarse.
–¿Puedo preguntarte qué haces aquí sola y porque vas tan lejos?.
–Me he escapado de casa, pero apuesto diez dólares, que es lo único que tengo, que ni mi madre, ni mi padrastro me echaran de menos –dijo mirando el paisaje, y masticando chicle de un olor intenso a melocotón.
–Claro que lo harán –repuso él.
–Lo dices porque no los conoces –contestó y acto seguido hizo un gran globo que le explotó en su pequeña cara y cubrió también su nariz, luego empezó a intentar retirarlo y se lo volvió a introducir de nuevo en la boca.
–Qué llevas aquí? –preguntó con insistencia, abriendo la guantera, observando lo que contenía.
–Soy transportista de..... –lo interrumpió.
–¡Que navaja tan chula!, ¿puedo cogerla? —con la cara estaba diciendo por favor.
–Ten mucho cuidado, hace unos días que la afilé, es un regalo de un amigo –prosiguió diciendo, aunque parecía que la chica no lo escuchaba.
–Si yo tuviera algo así, sabría lo que hacer con ella –dijo mientras comprobaba lo afilada que estaba.
–¡Auch! –una burbuja de sangre brotó de su dedo pulgar.

Larry giró la cabeza por si se había hecho mucho daño, al comprobar que no fue así, pensó en coger una tirita. Le dijo que pararía un momento para coger el botiquín de la parte trasera.
La chica fue detrás de él y ambos se subieron a la parte de atrás, Larry no se había percatado que la chica, aún portaba el cuchillo en sus manos, la joven cerro la puerta, y empezó a amenazarlo con pincharlo.

–¿Que demonios quieres te has vuelto loca? –dijo intentando quitarle el cuchillo. Forcejearon un rato, Larry se dio cuenta que no era la primera vez que la chica portaba un arma de esas características, le dio en la mano, con la suerte de que solo le hizo un rasguño, ese momento de distracción hizo que Larry se hiciera con el cuchillo, la joven enfurecida se abalanzó hacia él, Larry tiró el cuchillo a su espalda y agarró a la joven por el cuello, no se dio cuenta que hizo tanta fuerza y durante tanto rato, que cuando la soltó la chica se desplomó en el suelo, sin mover ni un solo dedo, fue corriendo a tomarle el pulso, deseando de que no fuese cierto lo que se le pasaba por la cabeza. Cuando tocó su cuello se confirmaron sus sospechas. Se puso en cuclillas, jalándose el pelo y exclamando, !Dios que hecho, como ha podido pasar!.

–¿Quién me creerá?, yo solo tengo un solo rasguño, y ella tiene mis marcas por todo su cuello, nadie entenderá que la chica quiso subir voluntariamente- se repetía una y otra vez. 
Miró el reloj y vio que solo le quedaba una hora para entregar la mercancía.
–Lo que faltaba ,es que me echen del trabajo –dijo entre dientes.

Cogió una bolsa de deporte que tenía mudas, algunas cosas de higiene, las sacó todas y metió como pudo el cuerpo de la chica, la cremallera se partió de tanta fuerza que hizo para cerrarla y tuvo que ponerle encima una chaqueta. Fue a la parte delantera, sacó los diez dólares y algunas monedas de la cartera de la chica, y depositó la mochila también junto con el cadaver, lo trasladó al asiento del copiloto, se cercioró de que todo estaba limpio, y se puso en marcha lo más rápido que pudo.
Una vez en la carretera general, puso el camión a máxima velocidad , los demás coches empezaron a tocar el claxon, y a decir barbaridades a través de sus gestos. Al llegar, sus manos les sudaban, temblaban las piernas, y le faltaba el aliento.

–Té has retraso, ya he contactado con Gordon, y nos hemos llevado solo lo que había, no se que haremos con esto ahora, descárgalo aquí, y ya veremos a que acuerdo llegamos con tu jefe –dijo un encargado llamado Peter.
–Lo siento, he tenido que parar porque no me encontraba bien, he debido dormirme un poco, puesto que no me he dado cuenta de la hora que era –dijo asustado y con las goteras de sudor cayéndole por la frente.
–¿Té encuentras bien?, realmente estás enfermo –dijo al ver la palidez de su rostro- deberías ir al médico, se encuentra a siete kilómetros de aquí, o si quieres uno de mis hombres te puede llevar-dijo el buen hombre con cara de preocupación.
–No, no es nada iré al hostal de LAS AMAPOLAS, solo necesito descansar –se apresuró a decir.
–Como quieras –dijo el hombre volviéndose a sus quehaceres.

Se duchó y ya se encontraba mucho mejor, sentado en la cama, no paraba de observar la mochila, puso la tele para distraerse, pero nada lograba captar su atención. Sonó el teléfono y dio un sobresalto, golpeándose en la herida.

–Maldito idiota, ¿sabes cuánto dinero me has hecho perder? –los gritos que daba debían traspasar las habitaciones colindantes.
–No me encuentro bien, puedes preguntarle a Peter –dijo temeroso.
–Ya le he preguntado, puedes darle las gracias, a que haya insistido, de que te ha visto francamente mal, sino ahora estarías de patitas en la calle, otra más y será la última, te lo prometo –diciendo la última palabra colgó el teléfono.
–Esto es una pesadilla, mañana me despertaré y todo habrá acabado, será mejor que duerma para poder pensar con claridad –pensaba mientras daba vueltas por la habitación. Metió la mochila en el baño, para no verla y cerró la puerta. Llamó a Linda y se durmió.

LA CARRETERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora