La mentira.

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Pasaban los meses y no le tocaba el itinerario que lo haría reencontrarse con Priscila, empezaba a echar de menos esas noches de pasión incontrolables, cada vez que llegaba la noche e incluso cuando estaba con Linda, revivía la fogosidad de aquellos momentos. Cómo le agarraba por el cuello, mientras ella jadeaba sin cesar, luego la tomaba por el cabello imaginando a un potro al que tiene que domar. Solo pensarlo, le ponía nervioso, de repente se le ocurrió, inventarse algo para estar con ella.

–Cariño voy a casa de Ralf –gritó desde la puerta.

Cuando iba hacia el coche se dio cuenta de que el sol estaba radiante, por primera vez en días podía contemplar un panorama diferente, se había olvidado su gorra, pero no le apetecía volver a entrar.
Conforme más se acercaba a su trabajo, su respiración se hacía más rápida, manaba un calor intenso por todo su cuerpo. Nada más llegar se echó un vaso de agua, del dispensador. La cual ayudó a quitar su aturdimiento.

–Larry, ¿Qué haces aquí? –preguntó su jefe sorprendido.

–Quería pedirle algo, aunque me da mucho apuro – atinó a decir.

–Dilo de una vez hombre, me tienes en ascuas –dijo sonriente y bonachón.

–Mi mujer está enferma –empezó a decir metiéndose en el papel de víctima.

–Usted sabe cuánto cuesta ese tipo de operaciones, pero si no se la hace, le quedaría poco tiempo de vida, ya me entiende, además tendría que llevarla yo y cuidarla durante la estancia en el hospital, serían unos tres días más o menos –dijo apenado.

–Lo siento de veras. Por supuesto puedes tomarte el tiempo que quieras, puedo adelantarte el dinero que te corresponde de este mes, ¿será suficiente? –preguntó  consternado.

–Sí, con eso estará bien, el resto me lo prestarán familiares –dijo con cara de felicidad.

–Ahora sólo falta saber qué le diría a Linda –pensaba conduciendo hacia su casa.

Su mujer se encontraba en la cocina, preparando el almuerzo ataviada cortando diferentes verduras, cuando Larry se presentó en ésta.

–¡Qué pronto has venido! –exclamó echando un breve vistazo.

–He ido a su casa y Claire me ha dicho que estaba trabajando.

–Luego me he pasado por el almacén y Gordon nos ha reunido para preguntar quién quería sustituir a Alan, anoche se cayó y no podrá ir a trabajar –hizo una pausa, masticó un trozo de zanahoria y luego dijo.

–Evidentemente me he ofrecido, no nos vendría nada mal un dinero extra.

–Pues la verdad es que no, además tu hija acaba de pedirme unas deportivas nuevas y ya sabes las que le gustan, cuando yo era joven me conformaba con lo que mi madre me compraba, pero esta juventud, es tan caprichosa –dijo dándole un manotazo en la mano a su marido para que dejara de coger verduras.

–Lo único malo es que tendré que trabajar cuatro días seguidos –dijo observando la reacción de su mujer.

–Bueno, son tiempos difíciles y habrá que soportarlo. Todo sea por llegar a final de mes –contestó con resignación.

Fue hasta su habitación para preparar la mochila para el viaje, feliz de que las mentiras hubieran surtido efecto, sólo le quedaba llamar a Priscila para que no le cogiera por sorpresa.
Marco el número de teléfono y Priscila lo descolgó;

–Hola preciosa, mañana podré ir a verte –se apresuró a decir susurrando,

–¿Quién es? –preguntó.

–Larry, mañana nos veremos –dijo aumentando el sonido de su voz.

–Creía que me habías abandonado –protestó.

–Ahora no puedo hablar, a las cuatro de la tarde llegaré, te espero en el lugar de siempre.

–Vale, allí nos veremos.

Larry advirtió los pasos de su mujer, y colgó el teléfono de inmediato. –Aquí informándome por la salud de Frank.

–Por cierto, ¿quién es Frank lo conozco? –preguntó  curiosa.

–Es nuevo, seguro que no.

–Ahh por eso decía yo, nunca había escuchado ese nombre –dicho esto se dejó caer en el sofá, de tal manera que crujieron los soportes.

LA CARRETERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora