Decepcion.

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Una vez en el aparcamiento del supermercado a Linda se le olvidó comprar su salsa favorita, no se comía nada sin ella, así que optó por volver a entrar. Dejó las compras en el coche y entró de nuevo. Pasó por el pasillo de los huevos, luego los refrescos y por fin encontró los estantes destinados a las salsas, cogió dos botes y se dirigió lo más rápido que pudo hacia la cajera.

–¿Se te olvidó? –preguntó la cajera cobrando, por el escáner los botes de salsa.

–Si hija, cualquier día de estos voy a perder la cabeza –dijo sacando dinero suelto para pagar.

–La compro todas las semanas y la habéis subió de precio –protestó cuando la chica le indicó el importe.

–Yo no sé nada, de eso se encarga mi jefe –contestó la joven cortésmente.

–¡Esto es denigrante! –cogió el cambio y se marchó por donde había venido, con cara de pocos amigos.

–Linda –la llamó Claire, al verla salir tan apresuradamente.

–He entrado tan rápido por una salsa que no te he visto –se disculpó.

–No pasa nada, ¿cómo te encuentras? –preguntó esta muy preocupa.

–De maravilla, menos por los ladrones del supermercado, me han cobrado veinte centavos más por una salsa –se lamentó.

Claire soltó una carcajada sabía lo austera que su amiga era y no se sorprendió que se quejara. Así que no le hizo mucho caso.

–Me alegro de que te encuentres bien, se lo que es pasar por eso mi madre lo tuvo –continuó diciendo.

–Si necesitas lo que sea, puedes contar conmigo y con Ralf.

–¿De qué estás hablando, Claire?, no entiendo nada –preguntó ésta incrédula.

–Larry ha contado lo de tu enfermedad en el trabajo y Ralf me lo contó a mi.

Linda se quedó paralizada sin saber que contestar, por un momento titubeo.

–Ahh, claro lo de mi enfermedad –dijo disimulando lo más que pudo.

–Tengo que irme Tifany me está esperando para almorzar.

–Si claro, acuérdate para lo que sea –repitió la amiga.

–Por supuesto, gracias –dijo montándose en su coche tan nerviosa que no atinaba a arrancar.

Llegó a su casa sin dejar de pensar ¿por qué su marido habría hecho semejante cosa?, pero nada se le ocurría. Empezó a preparar el almuerzo, sin dejar de darle vueltas. En su cabeza rondaban ideas, pero ninguna le parecían factibles.
El reloj marcaba las cuatro de la tarde y aún Larry no había regresado, Linda tumbada en el sofá, sentía como los párpados se le cerraban, tuvo que luchar para mantener los ojos abiertos. Quería preguntarle en cuanto llegara.
Tenía los ojos casi cerrados cuando escuchó como el motor de un coche se paraba, las luces que transmitía terminó de despertarla, se incorporó quedándose sentada esperando a que entrase.

–¡Por fin llegas! –dijo Linda impaciente y cabreada.

–Dijiste que llegarías a las dos y te prepare el almuerzo, Tiffany y yo hemos tenido que comer a las tres viendo que no venías –siguió sin dejarle pronunciar palabra.

–¡Que mal humor! cualquiera diría que acabas de despertar –protestó su marido.

–Ha habido un accidente, la policía ha tardado mucho en desalojar la carretera, lo siento –dijo acercándose y dándole un beso en la frente.

–¿y por qué tendría que creerte? –preguntó.

–Linda estoy muy cansado para tonterías –dijo dirigiéndose hacia el baño.

Linda lo persiguió, pero este cerró la puerta con el pestillo.

–Abre tengo que hablar contigo –dijo golpeando la puerta como una posesa.   

–No puedo estoy sentado –gritó.

Volvió al salón mordiéndose las uñas, y sin parar de moverse de un lado a otro. En cuanto oyó la puerta del baño abrirse, se acercó a él.

–¿Por qué has mentido en el trabajo? –preguntó sin atajos.

–¿De qué hablas? Linda por favor –preguntó sin acordarse de ello.

–Parece ser que estoy muy enferma y ni siquiera yo lo sé, ¡contesta! –ordenó frenética. —¿por qué diantres lo has hecho?.

Larry empezó a entenderlo todo, se sentía tan aturdido por los kilómetros recorridos, que se olvidó por completo del embuste.

–La verdad es que cuando pase por la oficina el otro día, se me ocurrió pedirle dinero prestado a Gordon, como hacía muy poco tiempo ya se lo pedí, estaba seguro que me diría que no, así que opté por mentirle –dijo cabizbajo.

–Sabes que hoy me lo contó Claire y ahora cree que estoy muy enferma, ¿qué pensarán cuando se enteren de que mentiste por un poco de dinero?.

–No te preocupes dentro de poco diré que fuiste a un naturalista y la enfermedad ha remitido, y te encuentras muy bien, nadie tiene que enterarse.

–Sabes que no me gusta mentir –dijo calmándose poco a poco.

–Sí, lo siento, yo lo haré por ti. Para recompensarte te llevare a ese restaurante japonés que tanto te gusta –dijo abrazándola.

–Está bien, siempre sabes cómo salirte con la tuya –le devolvió el abrazo volviéndose mansa como un potro que permite ser montado.

LA CARRETERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora