¡Adiós!.

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La chica lo dejó durmiendo en la cama, mientras le preparaba unos huevos revueltos con bacon y unas rebanadas de pan.
Luego se sirvió un café, encendió un cigarrillo y puso la tele. No veía nada que le interesara y se levantó a cambiar el canal, las noticias le llamaron la atención, y se sentó a escuchar, habían encontrado un cadáver de una chica a una hora de su casa, con varios signos de violencia y al parecer la habían arrojado cerró abajo.
Priscila se mordió las uñas nerviosa, se quitó los pensamientos que tenía, intentando pensar en otra cosa. Pero todo le parecía mucha coincidencia, sólo hacía cuatro horas que Larry había llegado a su casa, después de haber parado en el bosque, y ahora el cadáver. Por otro lado, estaban los arañazos en el brazo y el pintalabios que le encontró hacía cuatro meses más o menos. Se levantó y abrió la puerta del dormitorio, Larry seguía roncando, cogió el pantalón que había dejado tirado por el suelo y se lo llevó al salón. Buscó en los bolsillos y encontró treinta dólares y una cajetilla de tabaco, asustada lo volvió a meter dentro del bolsillo y se dirigió a la mesita donde estaba el teléfono.
Marco el número de la policía, cuando se dio cuenta que el dedo de Larry, estaba pulsando el botón de colgar.

–¿Estabas llamando a la policía? –preguntó sarcásticamente.
–No, ¿por qué preguntas eso? –contestó Priscila temblorosa y echándose para atrás.
–Ahora que voy a hacer contigo, lo has estropeado todo –decía mientras le ataba de pies y manos con unas medias. Luego le puso un pañuelo en la boca.

La chica lloraba y forcejeaba para intentar desatarse, mientras él se deleitaba comiendo y cogiendo una botella de ginebra del estante.

–Tu tía sabe beber y por el teléfono me pareció una buena mujer, no como tú, aunque no me dé las gracias, estará agradecida de que te quite de su vista.
La joven tenía los ojos desencajados, colorados los contornos de tanto llorar y movía la cabeza en ambas direcciones, en señal de negación. Mientras él limpiaba con cuidado el cuchillo de cortar el bacon.

–Si te digo la verdad no había planeado matarte, habías cambiado y empezaba a tenerte cariño, ahora registraré la casa a ver qué encuentro, porque mi cuchillo lo dejé en el camión.

Cuando regresó la chica estaba tirada en el suelo con la silla encima, Larry la colocó bien y se sentó enfrente.

–No sabes la suerte que he tenido, tu tía toma o ha tomado antidepresivos, genial como mi madre, ves este bote es todo para ti –dijo mostrando el tarro naranja.

La chica empezó a agitarse intentando decir algo, pero la mordaza le apretaba demasiado. Se acercó a ella y le bajó el pañuelo de la boca.

–Te prometo que no diré nada, haré todo lo que quieras, pero por favor no me mates, no me importaría vivir con un asesino, te quiero –la dejó decir y volvió a ponerle el pañuelo y se lo apretó aún más.

Larry fue a la cocina y apareció en un momento con un vaso de agua, se sentó al lado de la chica, quitó de nuevo la mordaza y empezó a introducir una a una todas las pastillas en la boca, la chica intentó escupir alguna, pero él se la daba de nuevo, de repente, pegó un grito y éste le cerró la boca obligándole a tragarlas, luego le dio el agua, le introdujo los dedos en la boca para estar seguro que no quedaba nada y
le volvió a colocar el pañuelo mientras la observaba.

–Dentro de poco te sentirás mejor, nadie podrá acusarme de tu suicidio –dijo contento, desatando a la chica, que se encontraba mareada y tumbándola en la cama. Cerró la puerta y se tumbó a su lado a esperar.

LA CARRETERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora