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     Llevo el desayuno a la habitación con gran dificultad. Mamá preguntó la razón por la cual llevaba tres platos y no dos. No supe responder así que huí de la escena.

     Salma abre la puerta de la habitación después de escuchar un toque de mi parte. Me ayuda con los platos y los reparte.

     —¿Y qué edad tienes?

     —Dieciocho —responde y come un pedazo de waffle.

     —¿Nombre? ¿Nacionalidad? —pregunta Salma haciéndose ver como una desesperada.

     —Salma, lo asustarás.

     —No recuerdo mucho, solo sé que mi primer apellido es Martínez y nací en España.

     —¿Eres de España? —pregunto sorprendida.

     —Sí.

     —Era tu amigo imaginario y, ¿no sabías eso?

     —Él nunca me habló en español —me justifico.

     No miento. Bruno nunca dijo una sola palabra en español durante los seis años que pasamos juntos.

     —¿En dónde estuviste todo este tiempo desde la última vez que te vi? —pregunto tratando de no recordar ese día.

     —No supe nada más desde la última vez que nos vimos. Como si el tiempo se hubiera pausado. Tan solo ayer aparecí en tu habitación recordando todo lo que vivimos.

     —Clea. ¿Podemos hablar afuera?

     —Ahora volvemos Bruno —dicho eso Salma y yo salimos de la habitación.

     Cierra la puerta y pone su pose de: «Hablaremos de algo realmente serio Clea». Me asusta cada vez que lo hace. Su mente crea ideas inimaginables.

     —Solo daré mi opinión, pero ahora que él está aquí debes de pensar muy bien las cosas.

     No hace falta que lo diga. ¡Estoy en un gran problema!

     —¿Tu que hubieras hecho en esta situación? —pregunto nerviosa.

     —Sin saber cuánto tiempo estará conmigo, creo que devolverle todos los favores que hizo por mí.

     —¿Favores?

      —Él siempre estuvo contigo, te escuchó. Y vaya que hablas mucho. Tan solo recuerda cuantas veces ese amigo imaginario te salvó la vida. —Bajo la mirada y me pongo a recordar una de las mil veces que lo hizo—. Lo sabía. Son muchas.

     Mi madre sube las escaleras y se recarga en el tubo de estas con una mano en la cintura y una cara que expresa: «Sé lo que hacen».

      —Está bien, chicas. Conversan afuera de la habitación, Clea estas nerviosa y tú Salma, estás recargada en la puerta de cierta manera impidiendo el paso. Adivino. ¿Un perro?

      —Drogas —responde Salma lo más rápido que puede.

     Mi madre ríe de forma burlona con una expresión en la cara como si no pudiera creerlo y se dispone a seguir su camino.

     —Lo siento.

     —¿Quieres que le dé una vida normal a Bruno? —pregunto ignorando su disculpa.

     —Se lo merece Clea. Y tal vez solo esté contigo un par de meses, o días.

     —Espero y no sea así —digo con tristeza.

Deseo a BrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora